INTRODUCCIÓN
Señora Directora de la Academia de la Lengua, Señores Miembros de la Academia, Señores Representantes de las diversas Instituciones; Distinguidos Editores y presentadores de mis libros, familiares y amigos todos:
Durante nueve años y medio he sido Miembro Correspondiente de la Academia Ecuatoriana de la Lengua, procurando colaborar con la entidad, en medida de mi tiempo y mis posibilidades, en diversos actos culturales ligados todos a la literatura, hasta que el 3 de marzo del presente año, se me comunicó que la Junta General de la AEL aprobó mi designación como nuevo Miembro de Número.
Reconozco que la noticia me causó una profunda alegría, hasta que leí que ocuparía la silla de Bruno Sáenz, mi entrañable amigo, fallecido hace unos meses, y tengo que confesar que eso me causó un profundo dolor. Cuarenta y cinco años de amistad crean profundos vínculos entre las personas. Bruno y yo éramos muy distintos, pero, al mismo tiempo teníamos abundantes cosas en común, como ciertos autores, compositores, intérpretes, directores cinematográficos, y, siendo él un poeta de altísima calidad, uno de los cuatro o cinco mayores líricos de su generación, y yo, sobre todo, un narrador, compartíamos cotidianamente nuestras producciones y realizábamos sesiones de crítica sobre ellas, ya telefónicamente, ya por escrito. He de señalar, un rasgo en común muy importante: una rama de nuestra producción era la teatral. Bruno alcanzó el punto más alto de su trabajo dramático con la Biografía ejemplar del Doctor Fausto —obra mayor de la literatura teatral ecuatoriana— y siempre mis piezas dramáticas encontraron en él un lector entusiasta, por ello he dedicado a su memoria Las puertas de la noche, mi nuevo libro de teatro. Han quedado numerosos testimonios respecto a lo que cada uno de nosotros opinaba sobre la obra del otro. Admiré siempre, profundamente, no solo la calidad poética de Sáenz, sino la profundidad con la que trataba temas de carácter religioso, familiar o artístico, y su profunda convicción sobre la trascendencia más allá de muerte.
Que estas breves palabras sean uno de mis homenajes a este gran amigo y excepcional talento de nuestras letras.
Quiero agradecer a la Academia por haberme permitido enhebrar este Discurso de Orden, previo a mi incorporación como Miembro de Número de la Entidad, sobre mi producción literaria, especialmente la narrativa de carácter breve.
Pienso que las Literaturas, más ampliamente las historias de los países y de su gente, muchas veces tienen un antes y un después, una especie de línea divisoria, que la marcan sucesos, personajes, situaciones.
En la literatura ecuatoriana, sobre todo en la poesía, el antes y el después lo marca Jorge Carrera Andrade, no solo por ser un poeta inmenso, si no porque a partir de él, el concepto de brevedad es indisoluble de ciertas manifestaciones de la escritura.
Desde la aparición de sus Microgramas, la idea de Hugo Friedrich[1] de que la lírica es sinónimo de autonomía, va a ser una realidad cada vez más fácil de percibir.
Con el paso del tiempo, y apropiados los poetas del concepto del micropoema, se producen innumerables obras: piénsese en los Artefactos de Jorge Pincay Coronel; los Poemas para niños de Eugenio Moreno Heredia; alguna de la poesía experimental de Efraín Jara Idrovo; la Poesía de Alfonso Barrera Valverde; Las manos anónimas de Carlos Villacís Endara; algunas de las piezas de Qué bien suena vivir, de Carlos Arauz; la preciosa poesía de Ana María Iza; toda la lírica de León Hi Fong; mucha de la producción de Eduardo Muñoz, etc.; en el relato, la tendencia va a ir tomando cuerpo, poco a poco.
MI TRABAJO CON LO BREVE
Había leído muchos relatos breves, sobre todo argentinos, pero reconozco que Alfonso Carrasco Vintimilla me envió desde México libros de los autores de microcuentos que estaban de moda. Entre ellos, el de Augusto Monterroso, que con su «Dinosaurio» se convirtió en una especie de símbolo de la brevedad narrativa.
Mis primeros relatos cortos y aun cortísimos, datan posiblemente de 1979, pues aparecen en el 80 en el libro Este mundo es el camino, que ganó el Premio Aurelio Espinosa Pólit, mi segundo galardón de este ilustre nombre, pues, como Uds. recordarán, en el 76 me lo otorgaron por María Joaquina en la vida y en la muerte, mi novela primogénita.
En la sección «Qué fue de tanta invención» hay un grupo de narraciones cortas, incluso una, realmente «micro»:
«Laberinto. Como su constructor, sé que salir de esto es imposible. Nunca escaparé».
Una característica del conjunto de pequeños relatos es que todos están basados en la leyenda. Algunos, directamente en lo clásico, como el «Tríptico de la Odisea»; otros como «Babel» o «Godiva», en narraciones legendarias universales.
Con el paso del tiempo, la huella griega se irá acentuando en mis relatos y aparecerá, incluso, en mi teatro.
En el 85, publico uno de mis libros capitales Las criaturas de la noche, que ha tenido varias ediciones. El tema central del pecado como que se disuelve en los tres últimos textos, agrupados en «Final». Son cuentos cortos, cuya base es el humor negro, sobre todo los dos últimos, «La parte del león» y «Orden del día»; lo sobrenatural es protagonista de estas mini historias, estructuradas en pocas líneas:
Orden del día
Por tratarse de convocatoria post morten, la sesión se realizará con el número de almas presentes. Los puntos a tratarse son los siguientes: 1º Sancionar a quienes por asistir a sesiones espiritistas no han cumplido con su ración de ruidos y apariciones. 2º Recordar la obligación que tienen los difuntos de recoger sus pasos… 3º Tomar una decisión enérgica en lo que respecta a quienes habiendo salido a penar, no han vuelto; y 4º Considerar algunas urgente solicitudes de resurrección, motivadas por el comportamiento excesivamente feliz de los deudos luego del óbito de los solicitantes.
Mi afición por el microrelato se va acentuando.
En 1994, reúno una serie de narraciones cortas y las publico bajo el nombre de Cuentos breves y fantásticos.
Declaro en él, públicamente, mi admiración por Divertinventos, de Abdón Ubidia, así como había dicho, en algún momento, que los dos libros de Oswaldo Encalada Vásquez Los juegos tardíos y La muerte por agua eran las colecciones de cuentos breves ecuatorianos tempranos que más admiraba.
Los Cuentos breves y fantásticos, son, en verdad, en su mayoría, narraciones cortas, y en la totalidad, la presencia de la fantasía es un rasgo de unificación.
Un asunto en que casi nadie ha reparado en el libro es que contiene dos utopías, la de Chatt Daut, que es un país imaginario, con sus regiones, sus pobladores y sus leyendas y la que pronto aparecerá independientemente, en El libro de los sueños, el reino de Rem, cuyo «Bestiario» incluye el volumen, poblado de seres absolutamente extranaturales. Esta frase de «El unicornio», lo resume todo:
Nadie parece haberlo visto nunca, aunque todo el mundo habla de él.
En 1995 aparece un libro muy particular «Acerca de los ángeles», ilustrado a todo color y en tres idiomas, constituido íntegramente por cuentos y prosas poéticas, cuyo personaje central es sobrenatural, generalmente un ángel. La teoría que manejo es que en todos los humanos hay un ángel, no importa si es feo, simplón, ladronzuelo, una señora gordita, una prostituta… Ejemplo de extrema brevedad es «La pescadora», una muchacha pobre y tan poco trascendente, que cuando las alas le resplandecen:
ninguna persona se fija en ella, porque creen que es el sol del atardecer muriendo sobre las aguas. Y ese es un prodigio repetido desde siempre, que no llama la atención de nadie.
En 2001, se publica otro volumen de arte, Libro de los sueños, que se inspira, en parte en los dibujos llenos de magia y fantasía de Celso Rojas, con quien compartimos el título, y que recopila las historias de Rem, que venían circulando en otros títulos, como el de los Cuentos breves y fantásticos, concretamente el «Bestiario».
Los materiales nuevos son bastante extraños, como también las ilustraciones fabulosas de Rojas, quien preparó, además las letras capitulares, muestras diminutas de una desbordada fantasía, con las que empieza cada relato.
Ejemplo de extrema brevedad, entre todas las piezas es «La sirena», un ser floral, que no canta, pero que logra que aquellos a los que seduce no la abandonen
porque guarda en lo más secreto de su corazón las melodías del pasado, las canciones del ayer, los arrullos de la infancia…
En 2001 aparece Arte de la brevedad, así llamado por impositiva sugerencia del librero de los libreros quiteños, Edgar Freire, quien, al escuchar que yo quería que la obra se llamase De la brevedad, la leyó, como parte del comité editorial de Libresa que era, y dijo «Arte, esto es un arte», y que recordara que la modestia excesiva era pecaminosa.
El Arte de la brevedad contiene los relatos más cortos de todos cuantos había escrito hasta entonces, y numerosas narraciones breves, agrupados en secciones como «Breviario», «Álbum de soñadores» y las «Micro historias», como este mínimo homenaje a uno de los padres del cuento brevísimo:
Cuando Augusto Monterroso despertó, el dinosaurio ya no estaba allí.
En 2005 aparece Minimalia, 100 historias cortas. En verdad que son relatos breves, y algunos tienen ya la categoría de micronarraciones, como esta:
Flauta
Tiembla ante el sonido del oboe, pero no soporta que el hombre que lo toca saque la boquilla llena de saliva, de tiempo en tiempo, y la sacuda allí mismo junto a donde ella intenta cantar como un pájaro en medio de la marea de la orquesta.
Mi poesía ha oscilado siempre entre las vastas composiciones, como Sinfonía de la ciudad amada, dividida en 27 partes, y que constituye en sí misma un libro entero, y piezas sueltas bastante breves. En 2009, publico Árbol aéreo, un pequeño volumen en que una buena parte de los poemas son de lo más leve que he escrito y publicado como este:
«Devenir»
Persigo
tu perfume
en la noche.
Soy un animal
en celo.
Además, el volumen contiene uno de los poemitas más breves de la poesía ecuatoriana, si no el más corto:
«Desesperación»
Tu silencio.
Esta experiencia poética proviene, diría yo, de mi larga práctica con la brevedad en la narrativa.
Siento que entre un microcuento y un poema brevísimo, no existen mayores diferencias. En ambos casos se da la concentración extrema del lenguaje, aquella de que hablaba Friedrich, una lengua autónoma que, pese a reducirse a su mínima expresión, sigue, sin embargo, creando un mundo, una realidad, una obra de la palabra, en suma.
Cierto que el poema no tiene por qué contener personajes ni acontecer, y el microcuento los contiene siempre, aunque sea en mínima proporción, pero el tratamiento del lenguaje es muy similar.
Si bien luego de Minimalia no publico ningún título nuevo en el área de los microcuentos, sin embargo, las múltiples reediciones de las obras anteriores han mantenido durante todos estos años, vigente el subgénero en la memoria y al ánimo del público lector.
Además, continuamente, he dado a conocer en revistas impresas y digitales una buena cantidad de relatos breves.
Ahora, en este 2022, recojo un poco de esa producción dispersa y le añado una notable cantidad de microcuentos, hasta completar los 99, que forman Días de la vida, que si bien lleva el subtítulo de cien microcuentos, completa el número uno de mi nieto Daniel Zamora, que es el que cierra el volumen.
Con esa sabiduría que la caracteriza, Cecilia Ansaldo ha ido analizando las piezas, y considero que este discurso se enriquece con su prólogo, helo aquí:
JORGE DÁVILA VÁZQUEZ Y SUS CIEN CUENTOS
Por Cecilia Ansaldo Briones
Redondear esta cifra en materia de microcuentos o expresiones de la más breve de las escrituras narrativas, es como acercarse, simbólicamente, a la perfección. El diez y sus múltiplos ya vienen cargados de sentido, aspiran a dar una visión completa de la vida. Así, estos chispazos de creatividad o núcleos atrapantes de vida desgranan todo cuanto ronda por la imaginación de su autor. Basta ponerlos luego de más de cincuenta años de escritura para constatar que sobrevuelan los lomos de todos los libros anteriores de Dávila, ratificando temas, rasgos y obsesiones.
La música es una de ellas. De allí el arranque de la colección con ese relato afiligranado del niño Bach, oyéndose llamar «maister» y doblando la cerviz frente a su destino. O los ángeles, que siguen batiendo alas desde la bondad que parece insignificante y la ingenuidad más exquisita. Muchos de los cuentecillos muestran la levedad que le es propia al género y se logran con la más exacta economía: una línea, una pregunta con su respuesta. Exigentes eso sí, de lectura lúcida y descifradora porque el escaso peso narrativo no es leve en dimensión significativa: «Linda noche» por ejemplo, se desarrolla en cinco líneas pero el diálogo entre dos criaturas nocturnas abre un rastro de sangre.
«Batallas de renglón» desafían, precisamente, con el llamado lúdico al desciframiento, con el juego centrado en la palabra‑concepto cuento que lleva a preguntarse qué lo es, que requiere la sintaxis para identificar a un texto como tal. Ya alguien lo dijo: cuando hay actitud narrativa se empuja —con el poder de la sugerencia— una historia. Esto ocurre en las más apretadas anécdotas de Dávila. Y si los cuentos teóricamente están próximos a los poemas, muchas veces con rostro de epigramas y de haikus ingresa un cuento más a esta centuria milagrosa: apreciése esta idea en «Gota»: «Lo sé, es mi destino: destello un instante. Luego, desaparezco».
Un rasgo notable de la colección es la potencialidad descriptiva sin entrar casi en descripciones. En el cuento titulado «Una belleza», un monólogo con dos preguntas genera respuestas y sugiere contexto: el retrato de la bienamada, su vida y su pérdida. Así también hay ríos, pasajes urbanos y rurales, bestias mágicas. La capacidad sugerente de los sueños está muy aprovechada con una cadena precisa de relatos de título propio, en los cuales los seres contrastan realidad y elaboración onírica, a veces, para la desilusión y la pobreza.
El escritor se vale de otros escritores y su obra. El anciano sacerdote que luce moribundo persigue unas palabras que se le escapan a su ya pesada memoria: «rosa, vana estrella de…» y el lector debe completar los versos de Juan Bautista de Aguirre en su Carta a Lizardo: «…carmín, fragante pompa». Igualmente bello es el homenaje a Dolores Veintimilla de Galindo en el cuento «Quejas», donde una adolescente trascribe sus apasionados versos frente al disgusto de una abuela. No se queda atrás la escena costeña en la que un núbil Medardo Ángel Silva persigue líneas del poema «Se va con algo mío» y su madre lo interrumpe con el llamado a desayunar.
Hay escenas de crimen, hay ancianos solitarios y amantes celosos, pero más que nada fantasmas buenos, añorantes de la vida y las personas, que regresan insistentes a diferentes escenarios, implícito tributo a la vida, como si la muerte fuese una cosa triste; todo contado con gracia y sin estridencias, como si las historias estuvieran buscando el solaz, no el susto; la añoranza y no la amargura.
Jorge Dávila Vázquez nos sorprende con el cierre de estos cien cuentos porque introduce una pluma ajena. El cuento final es de Daniel Zamora Dávila, su nieto, que en un trasunto de fusión mágica, amalgama sensaciones de deslumbramiento —música, visión, recuerdo— para sugerir apocalipsis.
Inagotable la imaginación del autor cuencano. Refinado su estilo siempre emergiendo de un vértice y siempre transformándose. Lástima que los microcuentos se queden poco tiempo en la memoria del lector porque en el instante que ingresan a nuestra mente, son puñaladas de luz.
Debo agradecer a Cecilia por su extraordinaria percepción de la forma en que están construidos los cuentos y microcuentos de este libro.
En realidad, me he esmerado en buscarle el valor genuino a la palabra, a que rinda todo lo posible de su sentido y posibilidades al presunto lector.
Me esforcé en todas las piezas, pero algunas, como ya Uds. han percibido, forman parte de lo que más amo al momento de escribir, concretamente aquellas historias que versan sobre ángeles y fantasmas.
¿Qué espero del futuro en el reino de lo breve?
Nada muy concreto, diría yo, pero como anhelo continuar escribiendo mientras tenga fuerzas e imaginación, los microcuentos seguirán ocupando un lugar en mi producción, como en todo lo que he hecho hasta el presente, con mucho respeto hacia los lectores y grandes deseos de compartir con ellos mi trabajo, estableciendo un diálogo permanente, que es lo que sustenta la vida y la obra de todo creador por la palabra. Una actitud ensimismada, en la vieja Torre de Marfil, apartada de los receptores de todo verbo, no me interesa. Siempre he buscado y busco un interlocutor posible y a este le dedico permanentemente mi producción.
Antes de terminar con esta intervención, quiero expresar mis agradecimientos a personas y entidades que me apoyaron en este ingreso:
A Raúl Vallejo Corral, que me recibe, con su cordial fraternidad de siempre.
A María Augusta Hermida, Rectora de la Universidad de Cuenca, que me acogió y acompañó fraternamente, y a todos sus colaboradores.
Al personal de comunicación, en especial a Óscar Webster y Patricio Castillo, por su magnífico soporte técnico.
A Diario El Mercurio, por su permanente apertura.
A Martín Sánchez, Director del Núcleo del Azuay de la CCE, por su decidida actitud frente a la edición de mi libro de microcuentos.
A David Larriva, que se sacrificó, incansable, porque salgan los libros, además de editarlos; a Juan Contreras y sus compañeros de los Talleres Gráficos de la Casa de la Cultura, que siguen adelante en la producción de la obra; a Francisco Salgado, Rector de la UDA, a Toa Tripaldi, Directora de la Casa Editorial y sus colaboradores, tan efectivos, en la entrega de los volúmenes con los que contamos esta tarde; a Daniela Durán, por su bello diseño del libro Días de la vida.
A Germán Gacio que se ocupó de la tarea de publicar Las puertas de la noche y al Personal de La Caída; a Rodrigo Aguilar que cuidó de la edición.
A mis patrocinadores para la publicación del libro: Dan Rogers, Rodrigo Dávila, Juan Marcelo Monsalve y Gustavo Polo.
A Joaquín Moreno y Oswaldo Encalada, que aceptaron presentar las obras.
A mi familia, en especial a mi esposa Eulalia Moreno, siempre a mi lado.
Y a todos Uds. por acompañarme en este momento tan especial.
Cuenca, 17 de junio de 2022.
[1] Estructura de la Lírica Moderna, Biblioteca Breve, Editorial Seix Barral S. A., Barcelona, 1959.