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«El silencio de los buenos», por don Fabián Corral B.

“Me preocupa el silencio de los buenos”, decía Mandela, y tenía razón, como en casi todo lo que dijo el líder sudafricano. El silencio es el sepulcro de las sociedades y la lápida de las democracias que, por ser sistemas...

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“Me preocupa el silencio de los buenos”, decía Mandela, y tenía razón, como en casi todo lo que dijo el líder sudafricano. El silencio es el sepulcro de las sociedades y la lápida de las democracias que, por ser sistemas basados en la opinión del público, necesitan la vitalidad de la palabra, la riqueza que puede suscitar el debate. Las democracias necesitan sociedades inquietas, efervescentes de conceptos, de posiciones, de sana y respetuosa competencia política y económica. Necesitan la diversidad entendida como diferencia tolerada, respetada y promovida.

Me preocupa el silencio de los buenos. Me preocupa la divergencia convertida en susurro, las miradas esquivas, la indiferencia y la banalidad que ocultan la deriva superficial de la sociedad. Me preocupa la mansedumbre de los que alguna vez fueron rebeldes y defendieron la libertad con su rebeldía. Me preocupa la soledad de los pocos que hablan y las voces en el desierto que desentonan sin fortuna en el horizonte de agobios, reiteraciones y tópicos que machacan las conciencias.

Me preocupa el miedo que prospera en estos días, el miedo que se oculta tras el cálculo que siempre encuentra atajos y justificaciones, el que explica la fraseología vana y el arte de hablar sin decir nada, sin convocar, sin inquietar. Y me asombra porque la palabra, incluso los gestos y los símbolos, se inventaron para expresar ideas y sentimientos, tesis y argumentos, para plantarse frente al poder. Se inventaron también para designar a las personas y a las cosas, para hacer nuestro el mundo, y para marcar diferencias, proponer ideas y señalar opciones. Se inventaron para combatir al silencio.

Es asombroso y desconcertante: tras el estrépito de noticieros y escándalos, prospera un silencio implícito, pactado acerca de lo “políticamente incorrecto”, de lo que se sabe pero se calla, de lo que se encubre entre el disimulo y el cinismo. Me preocupa el silencio que imponen las unanimidades, el destierro de las diferencias racionales, la uniformidad de una sociedad civil que antes se preciaba de lo distinto, de lo diverso, de lo multicultural y en la que ahora van creciendo los dogmas, las intransigencias y los fanatismos. ¿Qué se hicieron los debates, los empeños por destacar lo distinto, por defender cada verdad y, al mismo tiempo, reconocer la posibilidad de que el “otro” tenga algún grado de razón y un adarme de derecho?

Esto es paradójico porque ocurre cuando, según algunos dijeron, había llegado el tiempo de los derechos. La verdad es que ha llegado el tiempo de los dogmas.

Hay derecho al silencio y derecho a la palabra, lo grave es cuando el silencio es producto del cálculo, o de la indiferencia, o del acomodo que significa renuncia al riesgo, a la integridad, y hasta a la curiosidad.

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