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«Himnos a Sydia» (Francisco Tobar García)

¿Por qué he venido a buscarte en lo más lóbrego del bosque? / ¿Acaso eres el gamo que se esconde al sonar las trompetas de la cruel cacería? / ¡Tú eres la Luz, la Vida, la verdadera vida que se opone...

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¿Por qué he venido a buscarte en lo más lóbrego del bosque?
¿Acaso eres el gamo que se esconde al sonar las trompetas de la cruel cacería?
¡Tú eres la Luz, la Vida, la verdadera vida que se opone
a las caricias falsas de quien persigue al hombre
y al fin rehuye el íntimo abrazo donde un instante asoma la
eternidad!
Pero también te he perseguido en otros sitios innombrables
y he llorado de vergüenza, porque estabas desnudo,
aunque yo haya perdido esa triste vergüenza de la carne.
Te he buscado en la senda anochecida, en los cuerpos yacentes.
de las mártires que hacen ofrenda de sus lágrimas a los dioses
de arcilla,
en la pagoda iluminada por los bonzos flameantes y en el circo,
mientras giraban las cometas y el Gran Oso imponía espanto en
la salvaje muchedumbre.
A veces, en el lecho, después de haber saciado mi boca con
inmundas promesas
y atado tu silencio a mi silencio, como un perro a la cola de
otro perro,
creyendo que te odiaba, he llegado hacia ti…
y aun en ese instante supremo te he negado!
Para mí no han existido la casa más oscura ni el burdel
suspendido en las breñas como un encantamiento;
donde los hombres temen aventurarse,
he llegado y he visto, a través de los toscos vitrales de Chagall,
en la vacía oscuridad tu Cabeza sangrante
y he escuchado los golpes del martillo! Y tus manos
seguían intactas como extrañas mariposas!
Pero jamás he andado como ahora tan cerca de la muerte,
en la ciudad que envuelve como una soga el río lentamente,
complaciéndome en lentos pensamientos de lujuria y
destrucción.
Puedo decirte ahora: que ya conozco todas tus iglesias,
donde otra oscuridad, diferente de todas, parecida a la ausencia
es apenas un Eco de tu Voz que resuena en el desierto…

He vagado en las calles sin alma, dentro del imposible,
alejándome en círculos de mí mismo, a sabiendas,
con esta culpa que me roe, los filísimos dientes en el pulso,
y he estado en la mitad de la tierra
cuando los grandes vientos
se llevan nuestras súplicas,
se llevan de la tierra vacía, que gira inútilmente
mientras los ebrios cantan cogidos de la mano!
Amanecí desnudo como Tú, colgando de mi sombra
y vi a mis pies
animales inmundos que hociqueaban entre los desperdicios!

Señor, te amé desesperadamente,
con las uñas,
con los pies y las manos, a pesar del infierno,
con esta fuerza ajena de todos los sentidos!
Te he gritado, te he oído, te he palpado y hundido mis manos
tus llagas:
te he mascado como un caballo el freno
y, sin embargo,
no seguiré tu huella
y me rebelaré contra mis padres y las leyes brutales y
ordinarias
hasta que un día tomes mi cuerpo entre tus brazos
y des término al día y en la noche descanse
como un perro sin amo a la orilla del Templo!

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