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«El Tiempo: entre García Moreno y Eloy Alfaro», por don Óscar Vela

La novela de Araujo desbroza esa confusa historia del crimen de la Plaza Grande, las teorías que se han tejido a su alrededor y, sobre todo, la participación de varios personajes...

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Gabriel García Moreno murió asesinado de forma brutal en agosto de 1875. Eloy Alfaro fue asesinado, arrastrado por las calles de Quito y sus restos quemados en una hoguera 37 años más tarde, el 28 de enero de 1912. Los dos personajes alcanzaron la presidencia del Ecuador siendo elegidos o designados (Eloy Alfaro nunca ganó una elección) constitucionalmente, y también ejercieron el poder de facto.

Dominaron la política del país durante la segunda mitad del siglo XIX y los primeros años del siglo XX, el primero como líder y símbolo del conservadurismo ecuatoriano, el segundo como paladín y caudillo indiscutible del liberalismo. Más allá de la rivalidad ideológica y de sus profundas diferencias políticas, que partieron en dos al Ecuador de esos años, ambos personajes tenían en común una enorme capacidad de liderazgo, una personalidad tan subyugante como magnética, y un destino trágico que los convertiría en mártires de sus respectivos seguidores.

Las vidas, trances y trágicos destinos de estos personajes fundamentales para la historia del país han sido abordadas varias veces en la literatura ecuatoriana. Las últimas novelas que se han escrito al respecto llegaron a mis manos con pocos días de diferencia entre la una y la otra.

La primera, escrita por el periodista Diego Araujo Sánchez y publicada bajo el sello Rayuela Editores, con el bello título de Las secretas formas del tiempo. En esta obra de tinte histórico, se investiga y se revelan los pormenores de la conspiración y el crimen que puso fin a la vida de García Moreno, pero además el autor teje esta trama, de forma hábil y amena, entre las capas del pasado remoto en las voces polifónicas de los personajes que participaron o fueron testigos del magnicidio, y las del presente, en la suerte de un hombre del siglo XX y XXI, que investiga los sucesos históricos de 1875 y también los del teatro perverso del 30 de septiembre de 2010, donde murieron cinco personas inocentes y se enjuició y apresó a decenas de policías y presuntos conspiradores de un delito que solo existió en la mente de un desquiciado.

La novela de Araujo desbroza esa confusa historia del crimen de la Plaza Grande, las teorías que se han tejido a su alrededor y, sobre todo, la participación de varios personajes a los que se reconoce como autores, cómplices y encubridores del asesinato de García Moreno: Faustino Lemos Rayo, Roberto Andrade, Abelardo Moncayo, entre otros.

¿Es Las secretas formas del tiempo una novela que discurre en la historia del país, escrita casi siempre con sangre y desgracias, con episodios turbulentos que se repiten una y otra vez? Así reflexiona el autor: “¿Cuál es la forma del tiempo?, me preguntas. No, no tiene una sola forma el tiempo, Carlos, sino infinitas. Occidente lo representa como una línea recta sin término; las culturas indígenas de nuestra América, como una serpiente que se enrosca y se muerde la cola, y el Oriente lo concibe como un ciclo que retorna sin cesar, una rueda en la que giran muertes y renacimientos sucesivos”.

En ese ciclo, en esa rueda de muertes y renacimientos, terminé de leer la obra de Diego Araujo, y empecé la de otro gran autor ecuatoriano, también periodista, Benjamín Ortiz, que publicó a finales del año 2021, bajo el sello de Ediciones El Nido, El Bicho que se bajó del tren. Y empecé entonces, sin haberlo previsto, este curioso viaje literario a través del túnel del tiempo que se unía en las líneas paralelas de aquel ferrocarril que habían soñado los dos personajes más importantes de la política nacional.

Y la historia, inevitablemente, empezaba con las luchas violentas y las disputas fogosas entre conservadores y liberales, los primeros añorando el tiempo de su líder, García Moreno, que había empezado aquella locura del tren construyendo el Ferrocarril entre Yaguachi (Guayas) y Sibambe, en la provincia de Chimborazo.

Benjamín Ortiz narra, con destreza e ingenio, una trama que conjuga de forma sutil lo histórico y lo ficcional alrededor de la construcción del ferrocarril “más difícil del mundo”, una verdadera odisea que se llevó a cabo entre finales del siglo XIX y principios del XX, con la participación de inversionistas, expertos extranjeros, oleadas de migrantes caribeños, indígenas y los políticos de lado y lado que frustraban, entorpecían, alentaban y perseguían aquella empresa casi imposible.

El Bicho, llamado así por confusión idiomática el gringo William Joseph Walsh, funcionario de la empresa “The Guayaquil and Quito Railway Company”, es el personaje principal de esta aventura que consistía en unir a la costa y a la sierra ecuatoriana, atravesando los Andes, en una obra de ingeniería que debía superar, entre muchos obstáculos, el imposible ascenso a la Nariz del Diablo, en la montaña Cóndor Pucuyna, para llegar a Alausí, a medio camino entre Guayaquil y Quito.

El telón de fondo de la novela de Ortiz, además de los entramados personales y sentimentales con los protagonistas gringos, gira alrededor de la política ecuatoriana, fracturada de modo invariable entre conservadores y liberales, y, según avanza la construcción, que se suspende muchas veces por incidentes y desgracias, se acerca también el momento en que el tiempo, que se empecinará por volver una vez más, acecha al viejo luchador, al general Alfaro, que de todos modos podrá ver concluida e inaugurará esta magnífica obra.

Dice el autor, a propósito del eterno retorno: “La política seguía echando sombras sobre la construcción. El presidente Plaza había reformado el contrato imponiendo severas condiciones a los Harman, más las acusaciones de “la mala calidad y altísimo costo” continuaron. Desde los periódicos conservadores se promovía el odio a los yanquis, “a quienes Alfaro y Plaza habían entregado el país”. Advertían que “si nos reveláramos contra los gringos pondrán dos cañoneras frente al Puerto de Guayaquil”.”

Y así se sigue y se seguirá escribiendo la historia.

Este artículo apareció en la revista Forbes.

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