Atas con la mirada un tiempo que empezaba a huir de la memoria.
Tomas —así la rosa, una página blanca, la carta de la amada—
uno a uno los nombres de cuantos se alejaron, amigos, pasajeros,
perfiles vagabundos —anónimos, por ende.
Tratas de rescatar del olvido y, acaso, del muñón de un recuerdo,
la palabra furtiva, el encuentro entrañable, la nobleza del párrafo,
la risa estremecida, el amor de la muerte.
No puedes arrastrar a tu senda la hilera de las sombras infieles.
Tú mismo puedes ser un trazo en su cuaderno, la pregunta en su lengua.
(¡Oh, las voces inéditas, el rostro sin afeites, las máscaras de vida,
los trajes que han vestido!)
Pisa solo el camino. Nada se te ha extraviado.