Emilio Lledó: «No es verdad que el hombre sea un lobo para el hombre»

Compartimos con ustedes la excelente entrevista que le hiciera Guillermo Altares a Lledó para el diario El País.
Foto: Álvaro García. Tomada de la página del diario El País.

Compartimos con ustedes la excelente entrevista que le hiciera Guillermo Altares al filósofo Lledó para el diario El País.

El filósofo regresa en ‘Identidad y amistad’, su ensayo más reciente, a algunos de los temas que vertebran su obra: la educación, el lenguaje, la justicia. Aupado en la atalaya de sus 94 años, el sabio continúa oteando el futuro.

Pocos intelectuales como el filósofo Emilio Lledó (Sevilla, 1927) se ciñen con justeza al concepto de sabio. Desde la atalaya de sus 94 años, con una existencia llena de recuerdos y ausencias, Lledó sigue mirando al futuro y reflexionando sobre la vida. Autor de numerosos ensayos, premiado con el Nacional de las Letras y el Princesa de Asturias de Humanidades, miembro de la Real Academia Española, se sigue presentando ante todo como un profesor, oficio que ejerció primero como catedrático de instituto y luego en varias universidades españolas y alemanas.

Su último libro, Identidad y amistad. Palabras para un mundo posible (Taurus, que ha recuperado gran parte de sus ensayos), recoge muchos de los grandes temas de su obra: la importancia de la educación, la necesidad de conocer el verdadero sentido de las palabras y la búsqueda de una sociedad más justa. Acaba con una frase que puede resumir su pensamiento: “Estoy cansado —decía el filósofo— de pensar sobre palabras como el bien o la justicia, enseñadme de una vez a realizarlas”. Lledó puede seguir rebelándose ante los defectos del mundo en el que vive, pero no se rinde ante la posibilidad de cambiarlo. Esta entrevista tuvo lugar esta semana en el domicilio madrileño del pensador.

Pregunta. ¿Cree que hemos perdido el concepto original de política como concordia, una definición que provenía de la antigua Grecia y que reproduce en su libro, la política como el arte de buscar la concordia? ¿Estamos ahora mismo en todo lo contrario?

Respuesta. Una de las cosas que me llamaron siempre la atención cuando estudiaba y por las que me metí a fondo en el estudio de las palabras como polis fue que en su origen alimentaban la solidaridad, la comunicación y la convivencia. Ese fue el origen de la polis: se basaba en la idea platónica y aristotélica de que no nos bastamos, de que necesitamos a los otros, que estamos obligados a convivir. Y tenemos que lograr una fluidez mental que haga posible esa convivencia. Ese fue uno de los principios que alimentaron la creación de la polis, el reconocimiento de que el ser humano no era suficiente él mismo y que necesitaba a los otros.

“A veces me entra una tristeza enorme por lo que pasa, parece que no progresamos”

P. ¿Y nos hemos olvidado de ese principio?

R. A veces me entra una tristeza enorme por lo que pasa, parece que no progresamos. Después de tantos siglos de eso que se llama la cultura europea, desde la Ilíada y la Odisea, en lugar de convivir, estamos yendo hacia atrás. Se me ha ocurrido un sustantivo: el desgénero humano, parece mentira que a estas alturas nuestra degeneración esté contradiciendo lo que es realmente la vida de los seres humanos, el género humano que se construye a través del lenguaje, de la inteligencia, de la philia, de la relación con los otros, de la búsqueda de la concordia. Y no soy pesimista, quiero seguir siendo optimista. Después de tantos siglos, en los que ha habido tanto progreso cultural, tanto arte, tanta belleza, tanta literatura, tantos libros, tanto pensamiento, tantos ideales, que de repente haya explosiones de irrealidad, de insolidaridad y de degeneración. Creo que eso tiene que combatirse con educación, con libertad.

P. ¿Educar solo puede ser educar en ser libres?

R. Por eso es tan importante la educación. Si se meten en la cabeza de los niños grumos mentales, ya no les dejan crecer en libertad. Son grumos que no creen en la sugerencia de la lectura como mi viejo profesor de la República. Lo he contado muchas veces. Cogíamos nuestra pluma o nuestro lapicero y escribíamos sugerencias de la lectura de unas páginas de El Quijote. Eso me parece la educación de la libertad. Me obsesiona el tema de la educación. En este libro están recogidas mis preocupaciones de muchísimos años.

P. También sostiene que educar es poner en duda lo que se enseña. ¿Educar es enseñar en la contestación, en la duda?

R. Va con la naturaleza humana. La primera línea de la Metafísica de Aristóteles dice que todos los seres humanos tienden por naturaleza a entender. Si caen en una escuela que les paraliza, que les impida esa posibilidad de apertura que tienen los niños por naturaleza, esa curiosidad natural se machaca. Educar debe consistir en coordinar esa necesidad de saber, que por naturaleza está en el origen del pensamiento humano.

P. Ha dicho que nuestra cultura nace con la Ilíada, concretamente con el momento en que Príamo visita a Aquiles para reclamarle el cadáver de su hijo y dos enemigos se reconcilian y acaban llorando juntos.

R. Aquiles ha matado a su hijo, pero acaban entendiéndose, admirándose. Eso está supuestamente escrito, porque no estaba escrito, hace 27 siglos. El verso fue una manera de sostener la oralidad, la palabra viva, la palabra que se esfuma.

P. ¿Cree que es una lección que sigue presente?

R. Sería muy importante que no lo olvidáramos nunca. Pero al mismo tiempo que cada uno cediese algo de sus supuestos prejuicios, que es una palabra también importante. Te meten unos cuantos prejuicios, unas cuantas ideas, unos cuantos conceptos aglutinados sobre experiencias falsas o sobre ideologías o sobre intereses, eso no produce nada. La ignorancia es el origen de la violencia y de la falsificación del mundo.

Premiado con el Princesa de Asturias de Humanidades, aún se presenta como profesor

P. Entonces, ¿quien manipula la educación puede manipular una sociedad?

R. Sin la menor duda. Por eso, hay grupos intelectuales y religiosos que más o menos conscientemente intentan dominar la educación, porque es dominar su futuro, sobre todo si es un futuro de insensatos, de indecentes, de gente a la que solo le interesa el dominio económico, aunque se arruine la mente. La influencia de esos intereses económicos es un problema muy grave de nuestro tiempo porque no están sustentados en la libertad, la solidaridad y en abrir el horizonte de la realidad hacia unos cuantos ideales. El origen de la filosofía griega fue porque quisieron saber cuál era el sustento de la vida. Unos decían que era el aire, el fuego, el agua, la tierra. Y es verdad. Pero con el tiempo, cuando la filosofía fue progresando y el pensamiento humano enriqueciéndose, cuando se empieza a dialogar como hace Platón, van a surgir otros conceptos: el bien, la verdad, la justicia, la belleza.

P. En su libro sobre Epicuro recuerda a menudo la importancia que tenía la naturaleza para este pensador helenístico. ¿Cree que es una filosofía que intuye el ecologismo, lo importante que la naturaleza es para nosotros, que destruir ese jardín es destruirnos a nosotros mismos?

R. Esa relación con la naturaleza se fue olvidando y es una de las grandes cosas de Epicuro: descubrir que la naturaleza somos, que eso que está ahí fuera somos, es nosotros. Nosotros no solo estamos en la naturaleza, sino que somos naturaleza. Lo que pasa es que hemos tenido la suerte de crear la cultura, aunque a veces no se nota. Todo ese mundo de cultura lo ha creado también el ser humano. Y en estos momentos de crisis tenemos que pensar en ello. Por eso son tan importantes las humanidades, porque nos humanizan a todos. Esa defensa hay que hacerla constantemente. Me parece inconcebible que se quiera quitar la filosofía del bachillerato, aunque una filosofía cuajada en pequeños grumos no tiene sentido. Pero el pensamiento filosófico, con profesores que sepan abrir la inteligencia de los muchachos, me parece prodigioso que se pueda mantener. Todos los hombres, dice un texto de Aristóteles, buscan por naturaleza el saber y el bien. Lo malo es que a veces se busca no el bien, sino lo que nos parece bien. Esa es una idea importante.

P. Ha citado dos veces la importancia que tuvieron en su vida los años de niñez en la República. ¿Cree que la España de ahora ha recuperado esos valores que fueron tan importantes?

R. En algunas cosas, sí. Me sorprendía y me emocionaba que, en la época de la República, desde 1931 hasta 1936, se intentasen crear más de 10.000 escuelas. Habían intuido que eso era el origen de la vida y de la cultura. No podemos vivir solos, sino en compañía con los otros, y eso tiene que fluir a través del río de la solidaridad y de la amistad. Decir eso con la guerra de Ucrania parece una utopía, pero hay que mantener esos ideales. Si no, no merece la pena vivir. No es verdad que el ser humano sea un lobo para el hombre. Nosotros nos lobificamos, valga la expresión. Pero el principio del amor es mucho más importante que el del odio y de la enemistad. Eso es lo que ha creado la vida y la cultura, porque nos hace salir de esa miseria que sería la idea de que el hombre es un lobo para el hombre. Es verdad que existen la violencia y las armas, no hay que olvidarlo, pero el principio de la vida es el amor, la philia, la solidaridad. Lo otro es un esquema de muerte y negatividad.

P. Uno de los pocos momentos de su libro en que parece realmente enfadado es cuando habla del nacionalismo ¿Es realmente algo que le irrita tanto?

R. Esa última parte es más agresiva, pero creo realmente que tengo razón. Los principios del egoísmo, que son el prejuicio a la alteridad, el prejuicio racial, el prejuicio de que somos superiores a otros… No somos superiores. Ahí me he metido un poco en política y he resumido cosas que tenía pensadas. Eso del nacionalismo no lo entiendo, tal y como me lo dan a entender. Estoy orgulloso de mi lengua, pero eso me lleva a querer comunicar, como los alemanes que están orgullosos de Goethe. La idea de que somos mejores que otros es negativa. Hay que luchar por ser mejor, pero todos como conjunto. El nacionalismo no tiene por qué ser un mal, a no ser que te creas superior al otro, porque eso crea los fascismos de cualquier tipo.

“El principio del amor es mucho más importante que el del odio y de la enemistad”

P. ¿Cree que la palabra identidad que aparece en el título de su libro ha sido muy mal interpretada, como algo excluyente?

R. Un principio que está en los orígenes de la filosofía es conócete a ti mismo. Hay un concepto en la filosofía moderna, concretamente en Kant, que es el sujeto transcendental, que me parece maravilloso. Se trata del conocimiento libre, lúcido, lleno de luz, de uno mismo, y eso es lo que quieres transmitir a los demás. Eso es lo que crea la polis, lo que crea la sociedad, lo que crea la cultura…

P. Este libro retoma un tema que se encuentra en el corazón de su obra: intentar entender el origen de las palabras como una forma de comprendernos mejor. ¿Eso es algo que le ha preocupado siempre? ¿Podemos decir que las palabras tienen una cierta sabiduría?

R. Nunca ha habido tantas posibilidades de comunicación como hoy: la radio, la televisión, los móviles, los libros, el lenguaje… Pero nunca ha estado el hombre tan silencioso como hoy. Esas posibilidades de comunicación hacen que resbalemos sobre las palabras, que sean como la superficie helada de un lago. Hablamos, las utilizamos, pero patinamos sobre las palabras. Dentro está el agua, debajo de esa superficie helada por la que circulamos ahora más que nunca, pero es paradójicamente absurdo que resbalemos y que no busquemos la vida del lenguaje, la historia del lenguaje. Eso es lo que he intentado hacer. Ha sido una obsesión mía desde mi tesis doctoral. Hay que educar a los niños a pensar en el lenguaje, en el sentido de lo que dicen.

P. Otra palabra muy importante para usted es la memoria. ¿Sin memoria no puede haber seres humanos?

R. Por supuesto. La memoria es la esencia de la vida intelectual, de lo que hemos sido, al igual que mi cuerpo tiene la memoria de sus cicatrices. La memoria conserva la experiencia de la vida personal y de la vida intelectual y de la convivencia, a través de los libros, de la información y de la cultura.

P. ¿Deberían tener las sociedades también una memoria? ¿Qué piensa cuando escucha a alguien decir que el franquismo no fue una dictadura?

R. Durante la Guerra Civil, en Madrid, recuerdo de niño acompañar al cuartel a mi padre, al parque de artillería de la calle de Atocha. Y dando un paseo por Madrid vi un cartel que no he olvidado nunca. Ponía: “Madrid será la tumba del fascismo. No pasarán”. Tenía 9 o 10 años. Pero pasaron y siguen pasando. Los mismos intereses que combatieron la República siguen de alguna manera pasando. Aunque es verdad que estamos en democracia y que existen muchas más posibilidades, siguen pasando.

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