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«En el tiempo, en el espacio», por don Óscar Vela

Entonces vio saltar a la cancha a once jugadores vestidos con un uniforme blanco reluciente, y ya no pudo más. Su pasión se desató. Fue flechado por aquella camiseta y por la enorme U roja...

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Foto: Wikipedia

Cuando era un niño escuchó por primera vez un canto fragoroso que brotaba de las gargantas de los estudiantes de la Universidad Central. Se le puso la piel de gallina. Tenía ganas de levantarse y elevar el puño al aire como hacían todos los jóvenes alborozados en el graderío de ese estadio que lucía el pasto más verde que había visto en su corta vida.

Entonces vio saltar a la cancha a once jugadores vestidos con un uniforme blanco reluciente, y ya no pudo más. Su pasión se desató. Fue flechado por aquella camiseta y por la enorme U roja que se convirtió en el gran amor de su vida.

Desde ese día su relación con Liga Deportiva Universitaria estuvo marcada por las luces y las sombras que alimentan los amores de verdad. Muchas veces derramó lágrimas sobre aquel escudo que caía sin remedio en las tablas de posiciones hasta recalar en la segunda división, un pozo negro del que varios compañeros de patio no habían logrado salir jamás y de ellos tan solo quedaban ciertos recuerdos borrosos diluidos en la memoria de los más viejos. Pero él, apasionado y herido, tenaz como nadie, no iba a permitir que le sucediera lo mismo a su Liga, y entonces reunía a los amigos cercanos alrededor de una parrilla y les invitaba a soñar no solo en salir del hueco, sino además en llegar a ser campeones otra vez, y de ahí a la gloria con paso firme, soñaba e invitaba a soñar…

Y los convencía. Y conseguía una y otra vez que esos sueños se hicieran realidad. Y, gracias a él, particularmente a él, ese modesto equipo conformado por estudiantes universitarios, se convirtió en la institución deportiva más sólida y exitosa del país. Y los sueños, que también habían sido modestos en un inicio, se desbocaron por completo y nació el club y más tarde el hermoso estadio que hoy lleva su nombre, y allí se alcanzó la hazaña más importante de todas, la de las copas internacionales y esas estrellas que obsesionan a todos los hinchas del fútbol.

Rodrigo Paz Delgado, el negro, el Papa Oso, ese hombre moreno de vientre abultado, fachoso y dicharachero, de chiste fino y corazón enorme, chagra y chulla al mismo tiempo, empresario brillante, gran alcalde de Quito, candidato a la presidencia, político honesto y visionario de esos que se ven tan poco por estos lares, fue por encima de todo un caballero que derrochaba simpatía, decencia y fortaleza. Cuando era joven había sufrido uno de los golpes más duros para un ser humano al perder a su primera esposa y a sus pequeños hijos en un accidente, pero salió adelante y formó una hermosa familia que siempre giró alrededor de la camiseta blanca de Liga, alrededor del fútbol y su caprichoso e imprevisible destino.

Esa mañana aquel niño de provincia no imaginó jamás que las palabras que le habían enamorado hasta la perdición, “…en el tiempo, en el espacio, tu nombre sonará…”, se convertirían no solo en el lema de su vida entera, sino también en el boleto hacia la eternidad.

A la memoria de Rodrigo Paz Delgado.

Este artículo apareció en el diario El Comercio.

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