«Hoy comeré en tu casa»,
te dijo.
Trepado en el árbol
creíste que pasaría sin
fijarse en tu pequeño
cuerpo de usurero.
—Baja, Zaqueo, hoy comeré
en tu casa.
Y al descender sabías
que tu antigua vida
cómoda,
rica,
hecha de los sudores
y los sueños de los pobres,
había terminado.