De George Steiner, humanista esencial: “La cuestión de la música es central para la de los significados del hombre, de su acceso o no a la experiencia metafísica; la energía musical nos pone en relación con la energía que es la vida; en una relación de inmediatez […] abstracta y verbalmente inexpresable, pero evidente”.
A distancia de vida y formación, no de intuición o intelecto, relevo el inmenso amor por la música que llevó a Rigoberto Cordero y León a poner en palabras lo que su sensibilidad le dictaba al escucharla: sus obras sobre estética musical, «Sombra y sangre de Chopin», «Bach, patriarca inmenso de la luz», o «El mensaje de la Novena Sinfonía» fueron logros de su fino sentido poético y su poder de compartir. Fue de los pocos poetas que se atrevieron a tanto y lograron recrear ese mundo difícil y único, de estrellas ermitañas. Sabía, como Camus que ‘el arte no es un gozo solitario, sino un medio de conmover al mayor número de personas y ofrecerles una imagen privilegiada de sufrimientos y alegrías comunes”.
Tal evidencia evoca, en crónicas cortas y profundas, Alicia Coloma de Reed, y nos entrega con insondable sensibilidad recuerdos de melómana y traductora, en su bello libro ‘La música en el recuerdo y la memoria de muchos conciertos en Quito’ bellamente prologado por Diego Pérez O., y nos permite recordar, apenarnos, soñar, llenarnos de nostalgia por lo que en Quito se vivió y se vive musicalmente, desde cuando al Teatro Sucre apenas acudían algunas familias privilegiadas, hasta la bellísima sala de la Fundación Filarmónica Casa de la Música” que antes de la pandemia se llenaba de público culto y entusiasta.
En sus primeros capítulos, “La música en mis recuerdos” y “Música, músicos”, entrega delicados detalles de su vida infantil; una de sus hondas experiencias es la audición de música en casa, guiada por su padre, melómano entusiasta, y el disfrute de conciertos en sucesivos viajes y cambios de ciudad y de vida, debidos a la condición diplomática de su progenitor; ya madura, imbuida de filarmonía, participa en la Sociedad Filarmónica de Quito, junto a su fundadora, María de las Mercedes Uribe. Rememora nombres de conciertos y directores prodigiosos: Leonard Bernstein, que dirige la Orquesta Filarmónica de Nueva York en el Teatro Bolívar; Dvorák en un concierto de la Orquesta Sinfónica de Bogotá; la fuente de difusión musical que fue durante años la radio HCJB con Haroldo de León, que explicaba sabiamente las grabaciones discográficas de que disponía la emisora. Recitales y Ópera en América y Europa. Recuerda con amistad agradecida a Memé Dávila y a mujeres y hombres que procuraron, a lo largo del tiempo, entregar al público melómano la maravilla de ese arte, por cuyo sentido Alicia, que lo vive profundamente, se pregunta.
Es un ser agradecido; lo es con la música, con la belleza, con su país, con la gente que conoció. Magnífica y difícil virtud. Gracias a ella nos entrega este texto bello y repleto, para leer y releer.
Este artículo apareció en el diario El Comercio.