Una norma tácita de la Academia Ecuatoriana de la Lengua postula que el ingreso solemne de un nuevo miembro no es una concesión, sino un acto de justicia. Las palabras introductorias y el discurso con que se lo recibe evitarán alabanzas al recipiendario, pero procurarán a los oyentes el conocimiento de las razones que le hacen merecedor de tal honor. Esta norma modera el entusiasmo del orador, y mitiga su caída en la tentación de excesos grandilocuentes y desahogos pomposos.
He recibido la flamante edición de Vivencias, que recoge algunos de los numerosos artículos con los cuales, desde 2012, Fina Cordero de Crespo inició su colaboración en las páginas sabáticas de diario El Mercurio. Así, sus hijos la homenajearon en octubre próximo pasado, cuando su autora cumplía noventa y siete años. Los leo regularmente, con creciente curiosidad y entusiasmo; me descubren familias y nombres familiares; estilos de vida, años e historias que apenas conocí, debido a los afanes cosmopolitas de mi madre que nos sacó temprano de la querida Cuenca… Descubro la admirable curiosidad de nuestra autora, nutrida con la palabra y el ser de sus antepasados. El alimento de multitud de libros y revistas, la experiencia de la vida y el paisaje campesinos entre el gentío de tíos, hermanos, primos, sirvientes; su felicísimo instinto poético y singular memoria, don de pocos en este mundo de dispersión, así como una inteligente, casi pasmosa capacidad de relación, que iluminan cada uno de sus trabajos.
‘Comala’ es la primera columna transcrita en Vivencias; al leerla, entendí por qué en los partes mortuorios de nuestros diarios los muertos antiguos, precedido su nombre por una crucecita, invitan con los deudos vivos al sepelio del último difunto familiar. Como en el ámbito de Rulfo no existen fronteras entre la vida y la muerte, y Pedro Páramo experimenta cómo ‘los difuntos aman, aconsejan, opinan’, los parientes idos de nuestro Comala reaparecen e invitan a las exequias del difunto nuevo; ¡los muertos invitantes de Cuenca son los compadres ya muertos de Comala! Diálogo entre vivos y muertos que trasciende nuestra cotidianidad…
La lectura de los trabajos de Fina produce un encanto nostálgico: son fuente de gracia y melancolía, rememoración y remanso. Comparto la lectura de “Como es arriba es abajo”, donde resalta un detalle que no pasará inadvertido: la naturalidad de su estilo que, como escrito en la palma de la mano, es envidiable.
La autora transmite la sobriedad y prudencia de quien vive en el cauce de una sinceridad dispuesta a narrar y a entregarnos su más allá de experiencias y aprendizajes. En el perdurable prólogo que el académico Jorge Dávila Vázquez escribe para Vivencias, se alude a las incontables lecturas que nutren a la autora y contribuyen a enriquecer la vertiente de su sensibilidad.
Leamos:
Como es arriba es abajo
¿Cuántas horas permaneció muerta? ¿Quién iba a saber, cuando ella ya no estaba, para contarlo? Rebuznó el burro horero, el sol empujando la neblina a la quebrada trepó hasta reflejarse en el techo de paja de la casa y volvió a caer, los niños al salir de la escuela pasarían dando su ración de pedradas a la gallina clueca, las sombras se irían alargando, alargando, hasta la oscuridad; después graznidos de las lechuzas, el cantar de los gallos y nuevamente el sol, las sombras, el canto, como toda la vida.Hasta que llegó un momento que no se podía precisar y se rompió lo cotidiano; no encerró las gallinas y les devoró el chucurillo: a la yerba que cogió para los cuyes le cayó la shulla y ella, la María, tendida en una mesa entre cuatro ceras, atado el mentón con el pañuelo con el que se cubría la cabeza en la que se asentaban las ofrendas en la procesión del Corpus, sintió a los vecinos que acudían a su velorio, y la plañidera entre lágrimas y cantos le hizo los encargos para el más allá, “dile al abuelo que el Gerardo no encuentra el comprobante de la conscripción”.
De pronto sintió que se elevaba por los aires, atravesando el cielo y las estrellas, hasta llegar donde los muertos resucitan; el abuelo le decía “no es tu hora, regresa”, pero ella quería comer las papas que cosechaban y allí, donde todo se sabe, averiguar por el comprobante de la conscripción.
Y volvió sabiendo que la llave del cofre estaba debajo de la piedra tullpa del fogón.
Este texto realista, mágico, triste y feliz, emociona y deleita; en él caben levísimas notas de humor: ‘rebuznó el burro horero’; ‘los niños dan su ración de pedradas a la gallina clueca’, ‘el perdido comprobante de la conscripción’ causa del regreso de la muerta, todo corresponde a una normalidad campesina y pobre. Pero la muerta resucita y vuelve con la noticia necesaria sobre el certificado de la conscripción, quizá, además del de nacimiento, el único que oficialmente justifica la vida y la muerte del Gerardo. Sobre el burro horero a cuyo significado no alcanza el diccionario, la escritora cuenta en otra de sus Vivencias:
Según el oficio encomendado al borrico, en la ciudad se le conocía como lechero, carbonero o leñero. Sus rebuznos, como una trompeta … en extraña semejanza con los campesinos de antes, siguiendo la trayectoria del sol como un reloj o un viajero apurado, daba las horas exactas desde el amanecer hasta el crespúsculo.
La sencillez de esta palabra mestiza, el empleo del léxico campesino e indígena transmiten la realidad vivida. A ella acceden vocablos de antiguos idiomas americanos, como shulla, que Córdova en su Diccionario del habla del Ecuador define como ‘rocío que se forma en el campo y es especialmente visible en los potreros, en las mañanas frías, cuando la temperatura del amanecer desciende, pero sin helar’, chucurillo ‘comadreja americana’ o tullpa, fogón…
Fina Cordero no nos ahorra historias, pero tampoco deja de opinar sobre el presente. No se escandaliza: le basta enumerar, para que comprendamos el vacío en que tantos vivimos. Con sutil y sensible inteligencia ha ido abandonado prejuicios, mentiras, acomodamientos. Recupera con humor o melancolía las vidas de los demás; no juzga, no condena. Su libertad de espíritu es admirable. Si nada le dice la llamada ‘corrección política’ reconoce, sin puritanismo ni moralismos, las carencias a que vivimos sometidos. Hayamos nacido y vivido en Cuenca o no, estos textos no nos son extraños: añoramos personas y palabras, sueños, quehaceres y celebraciones. Y ¡quién lo creyera! extrañamos recuerdos… Ella, al cumplir su destino escritor, nos muestra que hay tiempo, que nunca es tarde; al registrar lo móvil con la urgencia de fijarlo, nos permite prever el futuro.
Copio unas palabras de Fina como un bello y obligado epígrafe para las últimas referencias a mi breve relectura de sus trabajos; dice: “No he recurrido a mi mente, sino a mi corazón que en cada latido me llama al recuerdo” …
Cuanto ella escribe, imbuido de su corazón memorioso y sus lecturas incesantes, lleva epígrafes que guían el papel del lector, citas y referencias de poetas desde Quevedo a Huidobro; de novelistas y cuentistas, científicos, psicólogos y filósofos, cuya larga lista me eximo de citar. Entre sus recuerdos se hallan el campo, el Charcay de la infancia y de sus sueños; la ciudad, la casa, la familia, los alimentos, las celebraciones; de todo se desprende, en sus propias palabras, un ‘aire antiguo como de redoma que escapa por las rendijas’.
Evoca a Adelina, su madre, que fue, como lo es Fina, extraordinaria cocinera e incansable lectora:
Mirar las manos de mi madre amasando toda clase de panes de un sabor inigualable, paladear las tugyanas calientitas cubiertas de un quesillo coloreado con achiote que les daba un aspecto solar. Tugyana su nombre quichua, ese poético idioma campesino, traducido al castellano significa ‘pan reventado en rosas…
Y lamenta:
Ahora… el campo devorado por la ciudad se va quedando solo; los niños actuales entre computadoras y teléfonos celulares han perdido su infancia, atrapados por la propaganda, aman a Disney e ignoran el campo.
Evoca perfumes de agua florida y retama o glosa a Jung, en referencia a los arquetipos: “Y esas manifestaciones rituales legadas vía genética por un sinfín de abuelas, aun en las pequeñas cosas permanecen todavía, es decir, somos lo que [las abuelas] fueron”. La música tiene en su vida papel esencial: lo muestra en sus artículos sobre Beethoven, Brahms, Haydn e interpreta a estos insignes creadores en su precioso piano, regalo de la tía Regina.
Y escribe: “Miro atrás: lo implacable del tiempo que todo desvanece y sin embargo, de boca en boca permanecen las palabras que nos traen historias’… O “Ingapirca tiene por tejado el cielo”. “La luna diosa de los cañaris es la que da su nombre a los entornos: Sisid, el campo donde juega la Luna. Sitacar, el lugar donde comienza a madurar la Luna. Silante, el cabello de la Luna, aquel río que corre hasta fundirse con el Ingapirca”.
Es estupenda cocinera, —no me llamen ‘gastrónoma, pide— cocinar “era hacerse dueña del hogar. El ajo, la sábila, el puerro, la cebolla, el espárrago, ‘nada se iguala al sabor de hogar que da una sopa caliente hecha con estas hierbas, crema de leche y especias, esas que motivaron el descubrimiento de América’. Y “Me gusta el pan cocido en horno campesino, el de trigo candeal molido en piedra, ese que tiene el sabor de tierra de la era, de perfume lácteo y de cometas”.
O “los oficios de los habitantes de las tiendas en ciertos lugares prestaban nombres a los barrios, el barrio de las panaderas, el de la suelería, el de los alfareros, el de las herrerías, el de la curtiembre, el de las caleras —persona que saca la piedra y la calcina en la calera— y bordeando la ciudad, las tejerías’… En detalles apenas enunciados, evidencia el machismo y la injusticia de la realidad: “En el Congreso de 1945, los honorables aplaudieron de pie el discurso de Nela Martínez Espinosa, la primera diputada ecuatoriana, “a pesar de haber sido dicho por una mujer”, según manifestó el proponente de la moción” …
Todo le inquieta, en todo se apoya:
Para hornear mestizos hacen falta tres libras de mollete, una libra de manteca de chancho, cuatro huevos, una onza de levadura, un vaso y medio de leche e igual cantidad de agua, tres cucharadas de azúcar y tres cucharaditas de sal.
El humor, sutil en tantos de sus trabajos, es flagrante en ‘El duelo’:
En nuestro medio las viudas se envolvían en un pañolón de duelo y les era prohibido un nuevo matrimonio en dos años; transcurrió el tiempo, alguien rompió la costumbre desposándose antes del año y uno con gran sentido del humor comentó: ‘Si el marido de fulanita hubiese vivido un poco más, le iba haciendo casar’.
Las inolvidables muchachas de servicio cocinaban a fuego lento, filtraban el café de gota en gota, compartían el cuidado de numerosos hijos y contaban cuentos de miedo en la cocina, y no faltan los patrones agradecidos que prometían: hijitas cuando nos llegue la hora ustedes también volarán al cielo con nosotros y nos seguirán sirviendo por toda la eternidad.
Finalmente, repito, con Fina, esta estrofa de Luis Cordero Crespo, su abuelo:
“Señor bien reconozco que soy nada / y que no es sino barro con aliento / la corporal sustancia que en mí siento / para un corto vivir organizada” … Y constato qué cerca están estas palabras del expresidente nuestro, de las de Miguel Hernández, el de ‘me llamo barro, aunque Miguel me llame”. El gran español, cuando desde la cárcel se refiere a su hijo por nacer, escribe: “Con tres heridas viene: / la de la vida / la del amor / la de la muerte…
Esta triple herida derrama Fina en sus escritos…
Muchas gracias.