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«Equívocos a la democracia», por don Fabián Corral

Los conceptos de la teoría política puestos en el contexto de la realidad, con frecuencia, pierden sentido. Se llega al punto de que adquieren significados absolutamente distintos de los que propusieron sus ideólogos...

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Los conceptos de la teoría política puestos en el contexto de la realidad, con frecuencia, pierden sentido. Se llega al punto de que adquieren significados absolutamente distintos de los que propusieron sus ideólogos. Algunos de esos conceptos, como república, democracia, autoridad, se han convertido en tópicos. La fraseología de los discursos y “la literatura electoral” afectan al rigor analítico, borran los límites que distinguen a un tema de otro y los desnaturalizan. Lamentablemente lo que importa es el discurso, no interesa si es verdadero o falso. Importa lo que suscita emoción y votos. Así, la política es un enorme mural hecho con los trozos dispersos de lo que alguna vez fue un sistema de ideas.

Varios son los equívocos que prosperan a la sombra de esta posmodernidad sin rigor que lo invade todo.

1.- El pueblo.- Es, en la teoría, la fuente del poder legítimo, la razón de ser del Estado. Es el titular del derecho a gobernar y de la facultad de legislar. Pero se habla del pueblo como si fuese un ente real, una corporación sacrosanta, una especie de ser consciente, de sujeto único, con alma colectiva distinta de la de sus integrantes. Sin embargo, la “real politik” ha hecho del pueblo una excusa para mandar en nombre de todos y de nadie. El “pueblo soberano” es un vaporoso argumento para detentar el poder. Los estados tienen población, elemento humano, pero carecen de entidad orgánica, con inteligencia y voluntad colectivas, a la que aluden los políticos. El pueblo como entidad histórica, como realidad concreta solo existe en el discurso. La titularidad de los derechos –políticos y civiles- radica en cada persona, que no es pieza de ningún colectivo mayor con personalidad o identidad distinta de cada cual.

En los sistemas plebiscitarios es aún más acentuada la falsa impresión de que es el pueblo quien resuelve los temas que se le consultan, pero esos sistemas demuestran precisamente que el pueblo, si alguna connotación colectiva tiene, es la de ser “masa desinformada”. La democracia plebiscitaria prueba que quien sabe es el que pregunta —el poder convocante— y quien sabe poco o nada es quien contesta —los convocados—.

2.- Las mayorías.- Los gobiernos y las asambleas giran en torno a la idea central de la mayoría y sus derechos. Siempre me ha parecido que la democracia como forma de gobierno y teoría de justificación del poder, tiene muchos méritos, pero adolece de un riesgo esencial, esto es, que el concepto de la “voluntad general” de la que hablaban los liberales del siglo XVIII, termine, en la práctica, convertido en un sistema de dictadura de mayorías, de despotismo legislativo y de sorteo de la felicidad pública. Más todavía si consideramos que el imperio de la mitad más uno no es siempre el resultado de la convicción de quienes deciden. Con frecuencia, es el producto de la propaganda, de acuerdos coyunturales o de consignas ligadas a una ideología o proyecto sobre el que el “pueblo” casi nunca ha votado.

La “mitad más uno” no es sistema para descubrir la verdad, ni siquiera es una forma de establecer la justicia. La mayoría no es Dios ni es la mágica varita para encontrar la felicidad. Es, simplemente, una suma de voluntades individuales concurrentes sobre un asunto determinado, susceptible de acierto o error, de manipulación o desinformación. La democracia encontró en la mitad más uno la pragmática solución para zanjar discrepancias, adoptar decisiones y elegir mandatarios, en fin, para resolver problemas parlamentarios. Ni la ciencia política ni la imaginación han podido, hasta ahora, encontrar un método sustitutivo, que elimine ese sabor de sorteo del destino nacional que tiene el método de las mayorías. Lo esencial es que la mayoría, por importante que sea, no puede convertir lo falso en verdadero, ni la noche en día.

3.- La representatividad y validez de los mandatos.- En las sociedades de masas opera como única opción posible de gobierno y de legislación la “democracia representativa”, ya que en tales sociedades la población solo puede actuar por vía de encargo transitorio del poder a sus gobernantes o legisladores. Sin embargo, el mandato político se ha convertido en uno de los temas más controvertidos si se considera que la “agenda electoral”, que es el punto central en las elecciones, no guarda consistencia, y a veces ni lejana semejanza, con el “agenda gubernamental”. Si lo que fue materia de campaña y propaganda es lo que suscitó el voto de adhesión mayoritario, ese debería ser el plan concreto de gobierno que vincule al gobernante. Sin embargo, en la práctica, tales planes, con enorme frecuencia, se apartan de aquello sobre lo que la gente votó. Me viene a la mente el caso de Fujimori/Vargas Llosa. Los peruanos votaron contra lo que Vargas propuso y eligieron a Fujimori, pero éste, una vez triunfante, aplicó, con mayor rigor, el programa liberal que sugirió el premio Nobel de Literatura.

Si fuésemos consecuentes y rigurosos, la falta de concordancia entre lo que se vende en las campañas y lo que se hace desde el poder, debería plantear un problema de legitimidad constitucional y moral del mandato político. Y una causal de revocatoria del mandato.

4.- El elector informado.- Hipótesis fundamental en la que se sustenta la democracia de masas es aquella que alude a la suposición de que quienes eligen están plenamente informados respecto de las realidades del poder, de las complejidades de la administración, de la sinceridad e idoneidad de las propuestas, de las posibilidades reales de la economía. ¿Es esto verdad? ¿Sirve la propaganda para ilustrar al elector, para proveerle de datos para decidir con acierto? ¿O es un sistema para vender felicidades imposibles?

Este artículo apareció en el diario El Comercio.

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