“Esta guitarra vieja que me acompaña/ tiene la pena amarga que me tortura,/ sabe por qué la estrella de la mañana/ siempre me encuentra solo con mi amargura”.
Aún se escucha en fiestas religiosas de nuestras provincias andinas, refundido en el bullicio de cohetes multicolores. Albazo. Alborada. Amanecida. Voces y guitarras que irrumpían en las madrugadas para confesar amores bendecidos o proscritos. Cuando el yaraví quiso bailar sin renunciar a su aire de melancolía, salió a la luz el albazo.
La Ronda. Vieja calle quiteña aromada por desvaídas leyendas y tradiciones, bohemia hilada de música, poesía y ese ingenio chispeante del que hacían gala los antiguos quiteños. ¿Fue en una de sus casas donde Carrera Andrade conoció a la mujer que le inspiró su precioso y desdeñado poema Mademoiselle Satán; es verdad que en otra cercana se reunía Ernesto Noboa y Caamaño y su cortejo para rendir tributo al opio? Visión idílica del pasado que solo es eso, imágenes labradas por el tiempo.
Agonizaba el año 1930. Quito aún era “San Francisco con sayal y guitarra”. Carlos Guerra Paredes, compositor y guitarrista consumado, invitó a su casa de La Ronda a su jorga. Llegaron puntuales Hugo Alemán, memorable autor de Presencia del pasado; Augusto Arias, atildado ensayista y poeta; Hugo Moncayo, intelectual y diplomático; Leo Rivas, hombre de radio, y Galo Plaza, futuro presidente del Ecuador. Empezó la tarde de farra y guitarra. En medio del regocijo, volaron las mofas sobre la guitarra del anfitrión. Su dueño la había adquirido usada y su corazón sonoro parecía malherido.
Hugo Moncayo escribió los versos de despedida del viejo instrumento y Carlos Guerra compuso la música de este albazo clásico que sigue oyéndose, con los excepcionales intérpretes que aman nuestra música y siguen cultivándola.
“La brisa juega inquieta con nuestra queja/ Si el alma se conmueve de tanta pena/ Y el corazón desgrana notas que suenan/ Acompañados de esta guitarra vieja”.
Este artículo se publicó en el diario El Comercio.