«Formas», por doña Susana Cordero de Espinosa

Era una discusión literaria al comienzo de nuestros estudios universitarios: ¿Dónde radica la mayor exigencia del escritor, en el contenido o fondo de sus textos o en la forma de ellos? La respuesta parecía inobjetable...

Era una discusión literaria al comienzo de nuestros estudios universitarios: ¿Dónde radica la mayor exigencia del escritor, en el contenido o fondo de sus textos o en la forma de ellos? La respuesta parecía inobjetable. El contenido es repetitivo y por amplio que sea, se agota: el amor, la muerte, el sentido de la vida, nosotros, los demás, de modo que lo que caracteriza la obra de arte es la forma, pensábamos. El dilema se zanja: ni forma vacía ni contenido ‘per se’. Esta discusión esencial ante una obra de arte nos lleva a la evidencia de que la auténtica obra artística es sustancia donde forma y contenido son uno. Traje esta pregunta sin querer: quede aquí, inquietándonos. Mi propósito al escribir este artículo era simple: quería referirme a la forma de saludar que se impone hoy, cuando la pandemia nos impide estrecharnos las manos o besarnos en una mejilla o en las dos —uso al que todavía en Ecuador no hemos accedido; en una palabra, saludar es abrirnos al otro, mostrarnos amigables. Como en plena pandemia el saludo más amable se ha vuelto sospechoso, nos retraemos, a pesar de nosotros mismos; si cualquier persona puede ser fuente de contagio, alejémonos de los otros, no sin expresarles educadamente nuestra buena voluntad.

Pero…, un día en el Chaquiñán, adonde comencé a ir a caminar porque el reservorio de Cumbayá seguía cerrado como consecuencia de la amenaza que vivimos, pasaba frente a un caminante con el que solíamos encontrarnos en el reservorio y saludar de lejos, antes del covid. Al verme, él extendió los brazos, los cruzó sobre el pecho con las manos abiertas: me abrazaba de lejos, como muestra de un afecto que nunca se había manifestado con tal sencillez y calor. Repetí hacia él, el mismo gesto. Hoy veo que mucha gente se saluda así, espontáneamente, sin tocarse, con el afecto de los que se ejercitan bajo el mismo cielo tempranero entre rosa, dorado y azul, contra las montañas, a menudo con su cumbre blanca de nieve y de frío. Es lo que nos pide la vida. Si no teníamos aún la forma de saludarnos guardando las distancias, ya hemos encontrado esta, delicada y expresiva.

En contraste, veo cómo saludan entre sí los españoles… ¿O sentiré el ‘contraste’, porque he visto tantas veces cómo, luego de que el señor Casado del Partido Popular ha insultado sin freno al presidente Pedro Sánchez se saludan entre sí, chocando los codos? Es sabido que en Wuhan la gente choca los pies… Decididamente, me gusta más el delicado y respetuoso ademán de bajar la cabeza, antiguo uso en el Japón. Y volvamos aquí a forma y contenido: el choque de codos —la forma— revela más un contenido o fondo áspero, que gentil. Y no se trata de una discusión literaria, sino quizá, incluso, política, por eso de que todos somos animales políticos y, a veces, brutales. Lector, me gusta mucho más nuestro gesto que el choque de codos que en ninguna circunstancia habría podido imaginar como un saludo. Y el de los zapatos resulta tan chino, tanto, que tampoco…

Este artículo apareció en el diario El Comercio.

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