Los dos damos igual: pálpito y celo.
El corazón nos juega su sonrisa
y un sol titiritero da en el suelo
desnucado, de su áurea cornisa.
Ni luna enardecida, ni alta brisa:
firmamentos de cal a tu recelo
y una hora inmóvil, silenciosa y lisa
desgranando en mis pulsos su desvelo.
frente a frente los dos, con nuestro beso
embridado de dientes y de brumas,
dudando en decidirse —libre o preso—
por lecho de cristal, nardos o espumas.