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«Gabriela y su China Iron», por doña Cecilia Ansaldo

Siempre repito a Jorge Luis Borges en la idea de que la literatura nace de la vida o de otro libro. Ahora que estoy engolosinada con una novela de su compatriota Gabriela Cabezón Cámara...

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Siempre repito a Jorge Luis Borges en la idea de que la literatura nace de la vida o de otro libro. Ahora que estoy engolosinada con una novela de su compatriota Gabriela Cabezón Cámara titulada Las aventuras de la China Iron (2016), compruebo el aserto. Esta pieza breve, de unas 180 páginas, tiene una serie de cualidades, que quedaron bien refrendadas cuando alcanzó a ser finalista del Booker Prize de 2020. Imagino las dificultades que tiene que haber dado su traducción al inglés —lengua del famoso premio— porque una de las fortalezas de esta novela de oro es, precisamente, cuántas libertades e innovaciones sintácticas se toma la autora a la hora de narrar.

Decía que una obra bien puede nacer de una precedente, como ocurre en esta, cuyo hilo de partida lo extrae del fundacional —para los argentinos— poema narrativo Martín Fierro (1872), texto escrito en coplas cantadas por un gaucho para describir pampa, ganadería y vida maltratada del campesino autóctono. La mirada de José Hernández, su autor, reparó en los sentimientos de reducción y pertenencia del mestizo de Argentina y puso una pica en los sentimientos de identidad: “Aquí me pongo a cantar / al compás de la vigüela / que el hombre que lo desvela / una pena extraordinaria… con el cantar se consuela”.

De un verso suelto, “… una china que dormía”, emerge la protagonista de la novela de Gabriela: ella es quien le da vida y personalidad a la compañera forzada que, al quedarse sola cuando se llevan a su marido al cuartel, emprende su propia andadura. Así florece el más imaginativo recorrido de una adolescente que se hace mujer devorando pampas y desiertos junto a una escocesa que busca un terreno comprado a distancia. La novela, dividida en tres partes, va cambiando de elección narrativa para redondear una unidad sostenida por el lenguaje. La China Iron (apellidada así en inglés por la compañera de viaje en honor a Fierro, el marido) crece en conocimiento del mundo, se alfabetiza, puede soñar con Londres y centrar su vida en un avanzar, más que nada, hacia dentro de sí.

Me he preguntado, con esta lectura, cómo contaría nuestra Cumandá su historia si se reescribiera desde la óptica de la indígena real (y no de la blanca asimilada a una tribu zápara, que fue cristianada en su infancia y sobre quien opera, según Juan León Mera, el milagro del sacramento). Cabezón Cámara me responde desde su elección en el contexto de la literatura argentina, con una original visión de quien ingresa al mundo blanco y mestizo para sorprenderse de cuánta injusticia y barbarie hay en quien representa la modélica civilización europea. Los gauchos eran expresión del salvajismo y del atraso, tuvieron que sufrir la disciplina militar para ganar en higiene, orden y laboriosidad, eso sí, todo puesto al servicio de quien los educa bajo el lema de “la letra con sangre entra” y se queda con sus salarios.

Compleja es la tarea de crear ficciones que giren la tuerca a los discursos nacionalistas y patriarcales que llenaron el siglo XIX, pero no imposible. Cuando la China Iron se desplaza por las orillas del Paraná y va encontrando asentamientos de las tribus aborígenes de Argentina y se funde con ellas para ensayar otra manera de relacionarse y vivir, plantea una utopía que bien merece soñarse. Para eso está, entre otras cosas, la literatura.

Este artículo apareció en el diario El Universo.

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