«Gonzalo», por don Marco Antonio Rodríguez

No se alteraba un músculo de su rostro cuando cantaba, de su voz salía música que nos llevaba a esas lejanías que llamamos ausencias. Lo veo en la sala de su casa. Sobre un sillón, su guitarra recién salida de las manos...
Foto: Diario El Universo.

No se alteraba un músculo de su rostro cuando cantaba, de su voz salía música que nos llevaba a esas lejanías que llamamos ausencias. Lo veo en la sala de su casa. Sobre un sillón, su guitarra recién salida de las manos de un afamado ebanista, guarecida en una suerte de manta que Gonzalo chanceaba le servía para “los fríos”.Gonzalo Benítez (Otavalo, 1915 – Quito, 2005) encarnó la última leyenda del serenatero de un Quito bohemio y cautivador, que se perdió en la vorágine del desaforado “progreso errático” del que habla Lewis Mumford. Integridad es la palabra que mejor diseña la figura de Gonzalo. Digno y sobrio, gallardo y gentil, tenía fama de cuidar con esmero su indumentaria (sus exalumnos cuentan que nunca repitió un terno durante los tres trimestres del año lectivo).

La sala de Gonzalo exhibía diplomas y fotografías, y en medio deslumbraba su retrato pintado por Guayasamín. Resuelto en trazos austeros, el gran artista grabó el testimonio vívido de su esencia: la mirada altiva en horizonte y su alma sensitiva con un dejo de nostalgia.

Llegado de Otavalo fundó dúo con Luis Alberto Valencia y juntos llevaron la música ecuatoriana por el mundo. Fallecido Valencia, Gonzalo quiso dejar de cantar, pero el clamor popular lo conminó a romper su palabra. Año 1992. Gonzalo cumplía 50 años de vida artística. Guayasamín organizó un concierto en su honor.

Apenas cabía el aire en el salón. Pasillos, albazos y tonadas salieron de la voz única de Gonzalo. Cuando interpretó “Desesperación” (en el yaraví se halla el ethos de nuestra música), huesos y lágrimas de “La edad de la ira” de Guayasamín cayeron como luciérnagas.

Siempre hay algo que logra sustraerse a las conjuras del tiempo, algo fuera de la fugacidad. Así fue el último abrazo con Gonzalo. “Mi vida es cual hoja seca que va rodando en el mundo…/ Por eso cuando me quejo mi alma padece cantando/ Mi alma se alegra llorando”: versos de una canción de Gonzalo. Dolor y fiesta. Haz y envés de nuestro mestizaje.

Este artículo apareció en el diario El Comercio.

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