vuelvo, otra vez, al poema como se vuelve siempre al fracaso
como se llora siempre la partida de un amigo o la propia partida
o la partida doble de una espera que es siempre un vaso vacío
que no termina de cantar su desidia porque nunca aprendió a
cantar, porque un canto no es suficiente para decir las cosas,
por eso hemos inventado una lengua madre, una voz paridora,
una pequeña turbina de diamantes que reparte rayos, luz y una
que otra nube sin color, para que al fin podamos ver la verdad
a través de unos ojos que no mientan, de unos ojos esquivos,
de unos ojos espumas, espías con espinas de puercoespines,
porque no hay nada más noble que ser un fisgón escondido
detrás de una cortina, de un árbol, de una llamarada que no
ha sido detectada, por eso corro detrás de una sombra más
sombra que símbolo, más césped que cemento, una frívola
muestra de que la naturaleza es el lugar donde se debería
buscar las respuestas de nuestra existencia infame, porque
los verdaderos colores de la vida son los que están intactos
en su conformación inicial, porque las verdaderas palabras
son las que han nacido del primer grito de un hombre que
no se imaginó que había creado un monstruo que, años más
tarde, nos romperíamos la cabeza por descifrar y que, gracias
a dios, aún no podemos ni presentirlo del todo: lenguaje,
lenguaje mío, sombra mía, bendíceme porque no tengo otra
alternativa que seguir tus pasos, aunque tus huellas me sean
inentendibles y tu forma sea niebla, nadir, espejismo, nadie
Fuente: Lírica fracturada para traductores tristes, Municipio de Cuenca, Ecuador, 2021.