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«Hernán Rodríguez Castelo: tras arcos de su catedralicia personalidad», por Gonzalo Ortiz Crespo

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Por Gonzalo Ortiz Crespo

Acto de Homenaje a Hernán Rodríguez Castelo,

Academia Ecuatoriana de la Lengua,

4 de mayo de 2017

 

La Academia Ecuatoriana de la Lengua ha tenido el acierto de dedicar la sesión solemne por su aniversario a rendir homenaje a la memoria de quien fuera su subdirector, el gigante del intelecto Hernán Rodríguez Castelo, fallecido hace dos meses y medio.

En lo que no ha andado tan acertada la academia es en pedirme que sea parte de este homenaje, porque no me siento a la altura de la tarea. La obra de HRC es tan grande ––grande en extensión pues HRC es el más prolífico intelectual de toda la historia del Ecuador y, probablemente de América Latina, al haber publicado 128 libros en vida y dejar listos varios volúmenes más, y grande en altura, por la calidad de esta ingente obra–– que ni el más persuasivo de los oradores podría hacerle justicia.

Al ser tan extraordinario el personaje al que estamos rindiendo hoy homenaje, tal vez convenga concentrarse en unos pocos aspectos, dado que el académico Marco Antonio Rodríguez, acaba de trazar, con su reconocida solvencia y elegancia, un retrato general del personaje.  Por mi parte, pretendo al menos echar ––como una linterna que con su haz descubre, dentro de una catedral a oscuras, arcos, bóvedas, coros, altares, volutas––, alguna luz sobre ciertas facetas de la catedralicia personalidad de HRC.

Voy a hablarles solamente de tres arcos que cubrieron la vida entera de Hernán y que, como las nervaduras del gótico, se entrelazaron en la altura con los otros arcos de su monumental labor intelectual y humana. Trataré de dar unas pinceladas, un barrido con la linterna, sobre HRC como maestro, como andinista y como comunicador.

Reitero: estos tres arcos se enlazan con los de historiador de la política, historiador de la literatura, historiador del arte, crítico de la literatura, crítico del arte, crítico musical, crítico cinematográfico, lingüista, autor de literatura infantil, editor, polemista, asesor, consultor de organismos nacionales e internacionales, académico de la Lengua y de la Historia, que son otros tantos e impresionantes arcos que conforman la colosal catedral que construyó con su incesante, insólito y francamente inexplicable quehacer intelectual.

He escogido esos tres arcos porque son aquellos en los que más compartí con Hernán, en los que la experiencia personal me permitió, en diversos momentos de la vida, estar cerca de él y gozar de su inteligencia, su cultura y su guía. Por ello, lo que diga aquí estará más cerca de la descripción de una experiencia vital que de un análisis crítico o académico.

Primer arco: Rodriguez Castelo como maestro

 

Tuve el privilegio de tener a HRC como mi profesor en el colegio San Gabriel. Sus tres años de maestrillo, de 1959 a 1962, coincidieron con mis tres últimos años de secundaria. Allí, además de profesor de redacción, literatura y filosofía, lo tuve como “inspector” de mi curso en quinto año, como director de la Academia Literaria del colegio, que él la volvió a fundar, y como compañero y guía en decenas de ascensiones a las montañas del Ecuador.

En realidad, ya conocía a HRC dese mi primer curso en el colegio Loyola, cuando, a mis 12 años, me pidió que hiciera un pequeño papel en la adaptación escénica que él mismo, siendo estudiante de filosofado, había hecho de “La Canción de Navidad” de Charles Dickens. No fue sino un contacto breve, en los ensayos y en las tres funciones que se dieron de la obra, pero eso me dio desde el inicio, cuando volví a verlo en el San Gabriel, una gran cercanía y confianza con el novel maestro.

HRC no tenía sino 25 años y era exalumno del San Gabriel, dos razones de cercanía con sus alumnos adolescentes, pero con la formación que ya traía y su inmensa vocación de enseñar, se convirtió en esos años en una figura central del colegio, lleno de figuras notables empezando por su rector, el ilustre padre Marco Vinicio Rueda S.J..

Es que Hernán logró inspirar a todos los que pasamos por el San Gabriel en esos años. Fue él quien descubrió a los que todavía no lo habían hecho, el placer de la lectura. Fue el que nos inspiró a cuidar la corrección de nuestros escritos y a apuntar más alto, hacia la belleza de la escritura. Fue quien nos llevó al teatro, al cine, a los conciertos, y nos hizo degustar y entender y apreciar y entusiasmarnos por las obras del espíritu humano. Fue él quien armó funciones de teatro, con obras suyas propias, con adaptaciones y traducciones y, luego de que se inaugurara el cine comercial del colegio, el que organizó cineforos, cursillos sobre cine y funciones especiales. Fue él quien nos metió a publicar revistas, no solo Mi Colegio, la famosa revista anual de la institución, sino muchas otras, producto de nuestros entusiasmos juveniles. Fue él quien nos preparó para los concursos escritos y orales del libro leído, que comenzaron en esa época por iniciativa del profesor Carlos Romo Dávila y no hubieran tenido el arranque resonante y triunfal que tuvieron si no hubiera sido por el apoyo de HRC.

No hay ni uno solo de los compañeros de mi promoción que no recuerden a Hernán como un profesor exigente, incluso estricto. Pero también, al mismo tiempo, ni uno solo lo recuerda como alguien injusto.

Por supuesto que los que seguimos la especialización de Sociales y quienes lo tuvimos como director de la Academia Literaria pudimos aprovechar más de sus enseñanzas y consejos, pero en todos dejó una huella profunda.

Años después, en 1988, HRC ganó el concurso promovido por los 125 años del colegio, con sus Diarios del San Gabriel, 1959-1962. Esos diarios no vieron la luz sino unos años después del veredicto, en 1995.[1] En dicho volumen[2] podemos revivir hoy, con la inmediatez de un diario que no estuvo destinado a la imprenta y con unas notas al pie

 


[1] Los publicó el doctor José Miguel Alvear, como presidente de la Asociación de Antiguos Alumnos del Colegio San Gabriel y él mismo exalumno de HRC y expresidente de la Academia Literaria del colegio, con ocasión del X Congreso Latinoamericano de Exalumnos de la Compañía de Jesús.

[2] El volumen cuenta con una hermosa introducción de Francisco Proaño Arandi, mi querido compañero de colegio y actual secretario de esta Academia Ecuatoriana de la Lengua.

 

muy interesantes puestas por el propio HRC 25 años después, los empeños, frustraciones y logros del joven profesor del San Gabriel.

Pero al leer y releer esos diarios también podemos entender que la vocación de su autor de enseñar, inspirar e incidir en el mejoramiento de los demás no se limitaba al dominio, más o menos feliz, de la lengua sino a un humanismo integral, como lo habría de ser en todos sus demás empeños como maestro.

Porque HRC fue maestro toda su vida. Lo sería de periodistas, secretarias, militares, funcionarios públicos y ejecutivos privados, a través de sus numerosísimos cursos de redacción, que dictó en Quito y en muchas otras ciudades del Ecuador. Lo fue a través de sus libros para enseñar y ayudar a escribir como el Tratado práctico de puntuación (1969); el tratado Redacción Periodística, publicado por Ciespal, que tuvo difusión continental, y el tesoro de libro que es Cómo escribir bien, publicado por la Corporación Editora Nacional en 1994, todos con varias ediciones, para no mencionar el Manual de Ortografía (1985), su otro texto de Puntuación (1988) y la Gramática elemental del español publicado por esta academia (1992).

Me perdería si me pongo a hablar de los libros de HRC, pero no quiero dejar de mencionar su labor pedagógica masiva con los la colección Clásicos Ariel, “la aventura editorial más grande de nuestra historia” como la llamó Benjamín Carrión, en la que cien libros circularon semana tras semana entre 1971 y 1973, con tirajes de 16.000 ejemplares, trayendo al gran público a precios asequibles las grandes obras de narrativa, poesía, teatro, historia y ensayo de autores ecuatorianos, todos seleccionados, anotados y prologados por Hernán.[1]

Para los comunicadores sociales fue un maestro muy especial: colaboró con la UNP, el Colegio de Periodistas, las facultades de Comunicación, Ciespal y otras instituciones dictando cursos de redacción para comunicadores, a la vez que estudiaba, con ojo crítico y voluntad de mejora, el empleo del español en diarios y revistas. Fue famosa su “Cárcel de Papel” donde analizaba usos incorrectos de la lengua y castigaba a los políticos o personajes de la vida pública que cometían “crímenes” contra ella, y que luego continuó en su página web con una sección llamada “Tarjeta amarilla”.

Sus colegas periodistas le reconocieron siempre como guía: la UNP le premió en 1977 por su “tesonera labor cultural a través de distintos medios de comunicación social; y de manera especial por su singular empeño en defender la riqueza del lenguaje y el buen decir y escribir" y luego, nuevamente, en 2009.

Incluso en 2012 volvió a la cátedra con un curso en la maestría de Comunicación Social de la Universidad Central del Ecuador. Y ese año recibió, muy merecidamente, el doctorado Honoris Causa de esa universidad, acto que honra en especial a esa casa de estudios, y el premio de la fundación FIDAL A la Excelencia Educativa, nunca mejor concedido.

Su labor de maestro no terminaría sino con su vida: en las academias que se honraron en tenerle como miembro[2] le escuchábamos siempre con el alma abierta a aprender de su sabiduría. Lo mismo lo hacían los jóvenes que acudían a su biblioteca a entrevistarlo y a pedirle guía y aliento.

Segundo arco: Rodríguez Castelo como andinista

Hablar de HRC como andinista es especialmente emotivo. Es conocido que el día de su muerte ascendió al Ilaló como lo hacía semanalmente cada lunes, y que regresó a su casa en paz y en paz murió.

Eso me relevaría de decir unas palabras sobre HRC andinista, pues está claro que fue un hombre que subió a las montañas por placer literalmente hasta el último día de su vida.

Cuando en 1977 se fue a vivir al valle de Los Chillos, primero a Angamarca me parece y, luego, a Alangasí, adoptó al Ilaló como su desafío semanal. Antes había sido el Rucu Pichincha. Recuerdo que al inicio de los sesenta escribió un artículo que se titulaba “122 Rucus” acerca de la cantidad de veces que había coronado esa cumbre. Para todos nosotros, casi me atrevería decir que para casi todos los guambras del Quito de esa época, el Rucu también era el desafío más frecuentado. Y con el propio Hernán, en esos años en que fue nuestro maestro, subimos numerosas veces. Pero no siempre, porque Hernán a veces lo hacía solo y a veces acompañado, sea llevando a los chúcaros, como se llama en el San Gabriel a los de primer curso; sea aclimatando a novatos de más edad en el andinismo; sea con andinistas experimentados.

Algo asombroso de este amor al Rucu es la rivalidad que Hernán tenía con Fabián Zurita, otro maestrillo jesuita,[3] acerca de cuál de los dos subía en menos tiempo desde el San Gabriel a la cumbre del Rucu y bajaba al colegio. Hoy esto de subir montañas y bajar de ellas en el menor tiempo es uno de los deportes extremos, en el que el Ecuador tiene algunos montañistas que han ganado competencias internacionales, el mayor de los cuales es Karl Egloff.[4] Pero en esa época los únicos locos que hacían esto eran Hernán Rodríguez y Fabián Zurita. No recuerdo con exactitud el tiempo que alcanzaron, pero ciertamente era menos de cuatro horas. ¡Imagínense, subir desde el San Gabriel, coronar el Rucu y bajar en tres horas y 45 minutos! (Cuando cumplí 65 años lo celebré con una ascensión al Rucu con mi esposa y algunos amigos, e hicimos 3h45m… ¡pero eso, ríanse, fue solamente lo que nos tomó ir desde la estación superior del teleférico hasta la cumbre del Rucu, a lo que hay que añadir la 1h45m del regreso a Cruz Loma! Es increíble que Hernán y Fabián hicieran en ese tiempo el ascenso y descenso al Rucu desde el San Gabriel).  

Con Hernán tuve ascensiones memorables, hermosas muchas de ellas y algunas trágicas también, como cuando tuvimos que ir al Antisana para intentar el rescate, totalmente frustrado, de nuestro compañero de curso Fabián Manzano, que cayó en una grieta en ese nevado, precisamente en una cordada con Fabián Zurita, y que permanece sepultado en los glaciares de ese coloso sin que se haya podido rescatar su cadáver hasta el día de hoy. O cuando le acompañamos al Chimborazo tras la tragedia que se cobró la vida de Enrique García Benalcázar, y en que me tocó hacer tareas en el campo base, mientras Hernán hizo entonces una demostración suprema de su capacidad física y anímica subiendo dos veces el mayor nevado del Ecuador para bajar con el cuerpo de aquel andinista de la Escuela Politécnica Nacional.

Para Hernán la montaña era algo tan sublime que su concepción más íntima de Dios era la de la montaña. Muchos momentos de contemplación de la naturaleza se mezclaron con conversaciones sobre las preguntas fundamentales del ser humano, qué somos, para qué estamos aquí, cuál es nuestro destino… en los páramos, cuchillas y cumbres de nuestras montañas.

Tercer arco: Rodríguez Castelo como comunicador

Permítanme caer de nuevo en la anécdota para contar mi relación con HRC. Hace exactamente 50 años y unos días, en abril de 1967, sonó el teléfono en mi casa paterna en el barrio de San Marcos. Era Hernán para pedirme que fuera a conversar con él a la redacción del diario El Tiempo y fue una llamada que me cambió la vida.

Acudí al día siguiente. Habían pasado cinco años desde que ambos dejáramos el San Gabriel, él para ir a España a teología y yo graduado de bachiller. Hernán era, para entonces, editor cultural de El Tiempo y cubría también los temas de educación.

Lo que me propuso me dejó absorto: que lo reemplazara por un mes, pues se iba a casar (con Pía, la mujer que lo iba a acompañar los 50 años siguientes, aquí presente y a quien rindo mi tributo de amistad) y se marchaba de luna de miel. La suya era una de las mayores novedades del periodismo ecuatoriano, pues los diarios estaban acostumbrados a tener una sección cultural solo en el suplemento dominical. La de Hernán era una sección diaria, en que en una página o, a veces, dos, informaba de la vida cultural de la ciudad, reseñaba libros, hacía crítica de arte, entrevistaba a los personajes de la literatura, las artes plásticas, la música.

El reto era inmenso. No solo que yo no había trabajado nunca en un diario y tenía 22 años, sino que lo que me proponía era hacerme cargo de una de las secciones que estaban haciendo época en el periodismo ecuatoriano. Así que obviamente dudé, pero solo un instante, porque el propio Hernán me animó a lanzarme de cabeza a la aventura. Como lo había hecho en sus años de maestro con sus alumnos, confiaba en mí y esa era el mayor aliciente para aceptar el desafío.

Nunca le pregunté a Hernán por qué pensó en mí, aunque sospecho que fue porque en el colegio San Gabriel vio mi desempeño como encargado del periódico mural de la Academia Literaria.

Hacer un periódico mural es similar a confeccionar una revista semanal. Para que fuera interesante, Hernán me había indicado que debía tener material propio y no llenarlo de recortes de prensa. Por ello, yo mismo redactaba artículos y obtenía otros de los compañeros del colegio, en especial de los miembros de la Academia Literaria, los que procuré que versaran sobre la vida del colegio, del país y del mundo. Me preocupaba, además, de ilustrarlo con fotografías de las actividades colegiales, que yo mismo captaba y revelaba en el cuarto oscuro que teníamos en la casa de San Marcos. Parece que no lo hacía tan mal, a juzgar por la aglomeración semanal de los estudiantes frente a la cartelera de vidrio donde se desplegaba el periódico mural, y a juzgar también por los ánimos que me daba HRC, tanto que me pidió que siguiera haciéndolo un año más. Fue probablemente ese recuerdo y la confianza en mi amor por la cultura y el arte, nutrido por él mismo como maestro, lo que le movió a proponerme ese reemplazo, que iba a marcar mi vida.

Es que fue así que desembarqué en el periodismo, al que quedé enganchado para siempre. Hernán me entrenó apenas un par de semanas y quedé solo, como reportero de educación y editor de cultura, crítico de arte y de libros, pues no había nadie más en esa sección. Ese gran desafío se convirtió en una experiencia profunda y radical.

El resto es parte de mi historia, que no es para nada el objeto de estos párrafos. Importan por la referencia a HRC, quien retomó su sección luego de su luna de miel, y siguió siendo mi guía y compañero en la redacción, pues Carlos de la Torre y Ernesto Albán Gómez, director y subdirector del diario, me invitaron a que me quedase como cronista de la sección política.

Hernán ya había hecho periodismo en el propio San Gabriel ––era el encargado de las relaciones públicas, el que mandaba gacetillas a los diarios sobre lo que acontecía en el colegio, pero además escribía columnas y artículos, precisamente para las secciones culturales semanales de los diarios de Quito. Esta labor la había continuado en España, donde estuvo desde 1962. Como él mismo nos lo contaba, y está recogido en su página web, escribió colaboraciones, en especial en La Estafeta Literaria de Madrid. Y fueron dos artículos suyos,

uno en que rechazaba la censura a grandes libros como el Ulises de James Joyce (titulado "Sobre libros prohibidos") y otro en que defendió la lectura para los jóvenes de grandes libros que el rígido moralismo español del tiempo consideraba nocivos ("Los libros buenos y malos y la edad juvenil", N. 312, febrero 1965), [los que] le valieron su expulsión de la universidad, que se le cerrasen las puertas de otras universidades y aun su salida de España.[5]

También en España, y antes de su vuelta al Ecuador, fue el cofundador de otra revista cultural, Reseña, en la que dio a conocer a los lectores españoles las novelas latinoamericanas precursoras del boom: Señor Presidente de Asturias, Pedro Páramo de Rulfo, Rayuela de Cortázar o Gestos de Sarduy. Especial cariño tenía por dos estudios más largos que publicó en esa revista, uno sobre Huasipungo de Jorge Icaza y otro acerca del gran poeta nicaragüense Pablo Antonio Cuadra.

En el diario El Tiempo de Quito pude compartir con él dudas y certezas sobre lo que pasaba en el ámbito cultural, en el de la educación y, en general, en la vida política del país. Allí empezamos a tener diferencias, pero de matiz, jamás de fondo.

Además de su página cultural diaria, HRC escribía un editorial semanal sobre educación y mantenía la columna semanal "Miocroensayo", y la bisemanal, luego trisemanal, "Idioma y estilo", una de las columnas más leídas de El Tiempo.[6] Con “Idioma y estilo” prolongó durante décadas su fecundo magisterio en cosas de la lengua, pues la siguió publicando a lo largo de toda su vida, con numeración corrida, que sumó varios miles, en los diarios con los que colaboró e, incluso, en estos últimos años en su página web. ¡Una tenacidad como la de su ascensión semanal al Ilaló!

Todo este trabajo, impulsando lo bueno y criticando lo malo, lo hizo con lo que fue su marca de fábrica a lo largo de toda su vida, sin temor ni favor, sin doblegarse ante el poder, las influencias, los halagos, siendo severo e implacable contra lo que atentaba a la cultura, a la educación, al bien común, echando dardos contra la mediocridad, pero a la vez impulsando todo lo positivo, alabando lo que surgía o ya estaba consagrado que fuera en beneficio del país, auténtico humanismo o cultivo real de las artes.

Su empeño en alentar, promover, difundir las manifestaciones culturales, primero de Quito y muy pronto del país, habría de continuar a lo largo de su vida de periodista. Cuando participó en la toma de la Casa de la Cultura ––cuya historia refirió en el libro Revolución Cultural (Quito, Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1968)–– ya no estaba yo en el diario, pero atento a esos acontecimientos, ya estaba yo de editor cultural de la revista Mensajero, vi cómo se empeñó en que “la nueva Casa”, como la llamaban, se abriera a los comunicadores, para lo que impulsó la creación de la Sección Académica de Medios de Comunicación Colectiva e invitó a participar en ella a los periodistas, ayudando él mismo a que se calificaran decenas de ellos.

Jugó un papel clave, además, en la puesta en funcionamiento de la Radio de la Casa de la Cultura, tarea que le encomendara Benjamín Carrión y en la que salvó los equipos radiofónicos de la destrucción a la que estaban condenados al estar abandonados a la intemperie.

Participó activamente en la Casa hasta que en 1975 renunció a ella con una carta que se hizo famosa en la que argumentaba la falta de voluntad del Gobierno del General Rodríguez Lara por apoyar a la cultura, a pesar de que, según Rodríguez Castelo, tenía en la nueva ley de radiodifusión y televisión un eficaz instrumento para ello.

En cuanto al periodismo cultural, HRC llegó a la televisión con un espacio semanal en el noticiero "24 horas", de Teleamazonas, dirigido por Diego Oquendo, y en 1983 y 1984 en el de Juanita Vallejo, “La palabra correcta”, por Ecuavisa.

Para entonces, escribía en la revista mensual Diners recensiones de artistas plásticos del Ecuador, tarea en que se mantuvo hasta el número 100 de esa revista. A su vez, cuando dejó el diario El Tiempo, a inicios de los ochenta, y tras su fugaz paso como columnista del diario Hoy, fugaz por lo que contaré enseguida, fue en dos diarios de Guayaquil que ejerció el periodismo: desde su fundación en 1983, en Meridiano, en el que además de su página diaria y sus columnas dirigió una excelente revista semanal para niños, Caperucito, y luego en Expreso.

Lo del diario Hoy fue que metió a la Cárcel de Papel a Mi Comisariato, la cadena de supermercados de propiedad de la poderosa familia Czarninsky, porque a los encargados de su publicidad se les antojó tildar la palabra “mi”, apareciendo en todos los avisos por prensa y televisión, en los letreros de todos los locales y hasta, no faltaba más, en todas las bolsas plásticas de esa cadena así, con tilde, “Mí Comisariato”. Siendo como es ese monosílabo un posesivo, no debía llevar tilde, así que HRC arremetió, con la crueldad que a veces ponía en sus críticas, contra semejante falta al castellano. ¡Se levantó la de Dios es Cristo! La agencia de publicidad, prepotente como suelen ser todas las agencias de publicidad, justificó el desaguisado con el pretexto de que era una decisión consciente e intencional para supuestamente dar énfasis al posesivo. Hernán se burló de tal pretensión en una siguiente columna, pero la presión contra el diario fue de tal magnitud ––la poderosa agencia y la poderosa familia ya hasta enarbolaban la bandera del regionalismo, diciendo que el nuevo diario Hoy era enemigo de los guayaquileños––, que Hernán prefirió dar un paso al costado. Curiosamente, como dije arriba, sus siguientes etapas en el periodismo fueron en diarios de Guayaquil. 

Su tarea periodística sobre la cultura y la lengua le llevó a participar en numerosos simposios y congresos internacionales, en cada uno de los cuales presentaba una sesuda ponencia, que causaba sensación. Por ejemplo, en el Segundo encuentro de Periodismo Cultural del Convenio Andrés Bello, en San Cristóbal, Venezuela, en 1990, presentó una titulada "Cultura en los medios de comunicación: reto, posibilidad, necesidad y urgencia", de la que se hicieron eco los medios de Venezuela y Ecuador, y en el Simposio-Taller Internacional "Literatura infantil y medios de comunicación" (Santafé de Bogotá, 23 y 24 de abril de 1993) la ponencia "Literatura infantil, violencia y medios de comunicación. Problemática de América Latina".

Nunca dejó de ser periodista, y cuando se retiró de la crónica diaria, para concentrarse en su monumental Historia general y crítica de la literatura ecuatoriana, continuó con la práctica periodística, que él mismo confesaba le era “esencial”, en su página web:www.hernanrodriguezcastelo.com.

Saliendo de la catedral

Concluyo ya estos haces de luz, insuficientes, sobre mi percepción de tres de los arcos de la catedralicia personalidad de HRC. Solo quiero relatar que, aunque parezca lo contrario no estuve tan cerca de él estas últimas décadas. Me lo volví a topar en el municipio de Quito, donde se desempeñó como director de Cultura, y luego tuve mucho más contacto con Pía, alta funcionaria de la dirección de Educación.

Sin embargo, las veces que pude, aproveché de su conversación y su sabiduría. Y, como un homenaje de gratitud y de la más estricta justicia, fue mi orgullo proponer al Concejo Metropolitano de Quito, como presidente de la Comisión de Educación y Cultura, que se le otorgara en 2003 la recién creada condecoración “Aurelio Espinosa Pólit” por su destacada labor en el campo de la literatura. Más tarde, como presidente del consejo directivo del Centro Cultural Benjamín Carrión, apoyé, venciendo obstáculos sobre todo burocráticos, la publicación del Nuevo Diccionario Crítico de Artistas Plásticos del Ecuador del siglo XX  otra de las monumentales obras de Hernán. Esto no lo supo él, por supuesto. En 2013, sabiendo a lo que me arriesgaba, le pedí que fuera uno de los comentaristas en el lanzamiento de mi novela Alfaro en la sombra, a la que alabó pero también criticó en un aspecto puntual (la resolución de la trama), aunque en el debate que tuvimos en este mismo auditorio de la academia, hace unos meses, se refirió a ella como “notable novela histórica”.

Una personalidad tan grande, una sabiduría tan honda, una vida tan austera, un patriotismo tan auténtico como el de HRC da pie a las incomprensiones. Hay quienes lo consideraban orgulloso. Por eso quiero concluir estas páginas con algo que puso Cristian en la página web de Hernán y que, por lo tanto, ha dejado de ser íntimo y es patrimonio de todos. ¿Qué es lo que movía a este gigante? ¿Qué es lo que buscaba? La siguiente poesía compuesta por Hernán la noche del 1 de junio pasado y recitada en su último cumpleaños nos lo descubre:  

Cumpleaños.- “Hoy cumpliré veinte años/ amargura sin nombre/ de dejar de ser niño/ y empezar a ser hombre”, -escribió el poeta. Lo debo completar así: Y yo cumplo ochenta y tres/ sin amargura ninguna/ sin nada que dejar de ser/ sin empezar cosa alguna.// Cumpliendo noche a noche/ la tarea, como el agricultor/ que en la siega y la cosecha/ culmina larga labor.// El sol empieza a ponerse/ y no puedo adivinar el crepúsculo,/ si será largo o corto/ esplendoroso o minúsculo.// De la tarea emprendida/ hay aún campos roturados/ ¿Vendrán los nuevos campesinos/ a surcar este mar con sus arados?// Les digo a ellos en esta hora/ al borde de mares de vacío/ que laborar es el mejor fruto/ de este luchar contra el baldío.// Cumplir como bueno su tarea/ sin esperar alguna recompensa/ porque el premio mayor está en ti mismo/ en tu vida libre, rica, intensa.

 


[1] La idea comercial detrás de esta empresa fue del abogado Tomás Rivas Mariscal y la imprenta en que se editaron los volúmenes era de nuestro compañero de curso y exalumno de HRC, Carlos Manzur Pérez.

[2] En esta de la Lengua fue miembro correspondiente desde 1971 y de número desde 1975, y era al morir su más antiguo miembro.

[3] Y poco después fundador del movimiento juvenil de cumbres El Sadday y una de las figuras históricas del montañismo ecuatoriano, por los ascensos realizados, por las excursiones masivas que organiza y por sus campamentos formativos para la niñez y juventud que son su actividad exclusiva desee hace décadas.

[4] Karl Egloff tenía el día en que di este discurso los récords mundiales de ascenso y descenso en velocidad del Kilimanjaro en el 2014 (6h42m) y Aconcagua en el 2015 (11h52min). Tres días después, el 7 de mayo de 2017, Egloff pulverizó el récord de ascenso y descenso del Elbrus (4h20m), disminuyendo en 18 minutos el anterior registro, en manos del ruso Vitaly Shkel (4h38). El Elbrus es la cumbre más alta de Europa, de 5.642 m y la competencia en que lo logró (Red Bull Elbrus Race) implica 3.300 m de desnivel efectivo, pues se parte de un punto situado a 2.342 m. Para inscribir este nuevo récord en lo que el diario Marca de España llama “su excelso palmarés”, Egloff tuvo que recorrer 25 km de distancia en subida y bajada y soportar temperaturas bajo cero en algunos tramos. Egloff busca lograr los records de velocidad en subida y bajada de las siete cumbres más altas de cada continente. Ya solo le faltan cuatro… entre ellos el Everest.

[5] “Tareas cumplidas para el crecimiento y promoción de la comunicación social”, www.hernanrodriguezcastelo.com.

[6] Esta Academia Ecuatoriana de la Lengua, en la sesión solemne por su centenario, el 4 de mayo de 1975, entregó un diploma al diario El Tiempo destacando su firme voluntad “de contribuir a preservar y enriquecer la lengua común de la Hispanidad, manteniendo una columna bisemanal en la página editorial y habiéndola confiado a persona de reconocida probidad intelectual y competencia periodística”.