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Homenaje a don Simón Espinosa Cordero, por el embajador don José Ayala Lasso

La personalidad del doctor Simón Espinosa Cordero ―“gigante del pensamiento y de las letras del Ecuador”, se le ha llamado― trasciende el ámbito académico, copa el de nuestro país, lo sobrepasa y se extiende hasta el mundo internacional de la cultura, el pensamiento y la virtud.

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Por obra y gracia de nuestra admirada directora, doña Susana Cordero, me encuentro ahora enfrentando la tarea de rendir homenaje a un ciudadano ejemplar a quien, al mirarlo, se mira la virtud, de cuyas sabias enseñanzas se han nutrido generaciones de estudiantes, cuya palabra apostólica abrió senderos y marcó rutas de espiritualidad y trascendencia, de intachable conducta, respetuoso de tradiciones y principios, revolucionario en cuestiones de justicia social, poseedor del arte de usar el idioma con dureza de acero o suavidad de brisa, según convenga, y dueño de un excepcional acerbo de cultura y sabiduría del que todos nos beneficiamos en múltiples formas: el ejemplo de su conducta, en primer lugar, y luego conferencias, ensayos y más de diez mil artículos publicados en los diarios de nuestro país y recogidos, en parte, en el libro que saliera a la luz en 2014, con el desafiante título “Vine, vi y linché”, que invita irremediablemente a la lectura y a la reflexión profunda.

El año 2012, Simón Espinosa Cordero ingresó a la Academia Ecuatoriana de la Lengua que, posteriormente, le eligió subdirector, función a la que renunció hace pocas semanas. La Junta General de la Academia ha considerado de elemental justicia rendirle un homenaje austero y cariñoso, de admiración y agradecimiento por cuanto Simón ha hecho en bien de nuestra querida Institución y nuestro país.

La personalidad del doctor Simón Espinosa Cordero ―“gigante del pensamiento y de las letras del Ecuador”, se le ha llamado― trasciende el ámbito académico, copa el de nuestro país, lo sobrepasa y se extiende hasta el mundo internacional de la cultura, el pensamiento y la virtud.

Siendo esto así, podría considerarse sencilla la tarea de rendirle homenaje, sencilla y grata. Grata lo es y lo sería en cualquier circunstancia y cualquiera que fuese el escogido para homenajearle; y sencilla para quien la asumiera con dotes suficientes para poner en adecuado relieve los valores de Simón y su influencia en la evolución de las ideas y costumbres de nuestro país. En mi caso, honrado por el encargo que he recibido, intentaré cumplirlo destacando, en primer lugar, que este homenaje es una natural expresión de gratitud por la significativa contribución de Simón Espinosa en todo lo atinente a la preservación y enriquecimiento de los tesoros del idioma, idioma que maneja con clásica elegancia y rigor, al mismo tiempo que de manera risueña en lo novedoso y coloquial, así como por su apasionada lucha en defensa y afirmación de los valores sustantivos de la dignidad humana.

Encontrarse con Simón Espinosa equivale a toparse, manos a boca, con un honorable caballero medieval, digno, serio, adusto, transparente en el mirar, suave y sencillo en las maneras, más predispuesto a la sonrisa que a la carcajada, parco en el hablar, profundo en sus reflexiones, irónico a veces, sarcástico en justa medida. Sus grandes y observadores ojos, abiertos a las realidades del ser y en los que se vislumbra un vago dejo de picardía, parecen estar en permanente asombro, como corresponde a quien recorre con provecho los complejos y ricos senderos de la filosofía. Juan Pablo Segundo decía que “los conocimientos fundamentales derivan del asombro suscitado en él (el ser humano) por la contemplación de la creación”.

Sus datos biográficos nos lo descubren con una formación humanista de excepcional calidad y hondura, gracias a sus estudios en la Universidad Católica de Quito, el Saint Mary’s College y la Universidad de San Luis de los Estados Unidos, el Oude Abdij de Bélgica y la Universidad Gregoriana de Roma, lo que le familiarizó tempranamente con los clásicos griegos y latinos, la historia, la filosofía, la teología, la espiritualidad, las letras.

Me parece pertinente copiar las frases que dedicó al recuerdo de Aurelio Espinosa Pólit, uno de los más grandes humanistas de nuestro país, de quien fue alumno y con quien estudió La Eneida de Virgilio y las tragedias Filoctetes, Ayax y las Traquinias de Sófocles: “En pie a las 4:30 de la mañana, cumplida la hora de meditación diaria, celebrada la misa, tendida la cama, desayunado con una naranja, un tazón de leche, unas gotas de tintura de café, una hogaza de pan sin mantequilla, salvo los domingos y días festivos, esperaba en clase a las 7:15 y 8:15 todos los días, menos los sábados y domingos, desde el 9 de septiembre hasta el 2 de julio, siempre en punto, nunca ausente. Los estudiantes llegaban con los textos latinos o griegos ya leídos. Él comentaba los 70 versos asignados por autor. Ordenaba sintácticamente los textos, explicaba las construcciones oscuras, se detenía en algunas palabras para dar la exacta etimología, hacía toda clase de relaciones, pues su lema era ‘nada de lo humano me es ajeno’. Dramatizaba los textos con plasticidad. Tenía grandes dotes histriónicas. Sus ojos echaban fuego. Esas dos horas diarias eran un placer y un privilegio. Demasiado para cabezas jóvenes que entendían la letra y no captaban del todo el espíritu, por falta de experiencia. En alguna forma se cumplía en nosotros ―sentencia Simón, con cierta injusticia― el dicho de Jesús ‘no arrojéis margaritas a los cerdos’ ”

El Dante, en su Divina Comedia advertía, con razón, a los seres humanos: “Para vida animal no habéis nacido, sino para adquirir virtud y ciencia”. Aurelio Espinosa, memorable maestro, dictaba sus lecciones con tal espíritu, ofreciendo sabiduría y exigiendo disciplina. Al recordar las virtudes que caracterizaron al padre Aurelio y pensando en nuestro ilustre homenajeado, cabe decir: “de tal maestro, tal alumno”.

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Imagino, imagino en este punto, la voz del Caballero de la Mancha: “Porque has de saber, Sancho amigo, que si tantas y tan excelsas fueron las virtudes de los profesores de cuyas sabias enseñanzas se nutrieron buenos alumnos, podrán éstos, en tanto pongan en ello todo su empeño, igualarlos o hasta superarlos en el conocimiento de la verdad y la práctica de la virtud”. Y a Sancho que responde: “Así será, mi señor, porque de tal palo tal astilla, y de buen carpintero buenas mesas, y quien a buen árbol se arrima buena sombra le cobija, y de trigo candeal, harina blanca y buen pan”.

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Una de las características sobresalientes de Simón es su espiritualidad, la convicción profunda que late en sus certezas y sus dudas acerca de la trascendencia de la vida y el significado de la muerte. Hay en todo esto un misterio que el hombre no ha podido aún resolver y que, hasta donde podemos pensar, es irresoluble. Pero, como lo hacía Erasmo, sus luchas contra el demonio del escepticismo lo llevan a fortalecer su fe en la humanidad, cuyas intimidades explora con afilado bisturí y, después de denunciar las impurezas y mentiras encontradas, vuelve sus ojos al misterio de Dios. Nos dice que el Fiat Lux que puede ocurrir en el corazón de cada ser humano es un regalo que da nacimiento a la esperanza. “No todo cristiano es hombre de fe. Pero muchos de ellos a través de sus neurosis, egoísmo e incongruencias, empujados por el don, buscan y encuentran fortaleza para levantarse, perdonar y perdonarse y comenzar otra vez la lucha… el camino de la salvación espiritual pasa indefectiblemente por el hombre. Así intuido el misterio, deja de ser alienante”

La vigencia permanente de la ética en la conducta de hombres y sociedades fue una propuesta que Simón siempre ha defendido con ahínco. Y con elocuencia: Basta citar el siguiente párrafo para apreciarlo: “cuando falta la ética que es nada más que respeto a los derechos del prójimo, de la sociedad, del Estado, de la propia persona, se ponen las ocasiones para el golpismo, el caudillismo, el renacimiento de instintos ancestrales. Lo moral paga y rinde frutos, eleva, dignifica, causa credibilidad, genera respeto y es el más eficaz repelente de la violencia y la mejor atalaya y defensa de la democracia”

¡A cuánta reflexión induce, cuánta sabiduría regala y cuán paradójicamente enseña la doctrina de la salvación¡ “La vida de Jesús fue políticamente insignificante en sí. Dios se fía de la responsabilidad del hombre por el hombre. Considerar a Dios muerto o no existente para todo lo referido a la vida terrestre es el acto más puro de fe. Dios no interviene ni en guerras, ni en terremotos, ni felicidades, ni en niños torturados, ni libra a los pobres del hambre y la opresión. Esa es tarea del hombre y sólo del hombre”.

Dios, que es sustancia en sí y para sí, ilumina y guía, pero no explica todo. El otro Espinosa, el español Baruck, nos empuja a usar la intuición para descubrirlo y el amor para comprenderlo.

Haciendo suyas algunas acotaciones de su gran amigo e ilustre ecuatoriano, don Hernán Malo González, Simón nos traslada a la Grecia antigua, cuyos hombres ―nos relata― estaban “bien conscientes del lado oscuro de nuestra existencia porque, contra el trasfondo del sol y la alegría, veían la incertidumbre e inseguridad de la vida humana, la certeza de la muerte, las sombras del futuro”. Ciertamente, el hombre nace afectado de una herida incurable que es la búsqueda de un sentido para la existencia.

Pero Simón no se queda inmóvil al término de sus especulaciones metafísicas. Por el contrario, declara la guerra a la injusticia, a la mentira, a la corrupción, al engaño, a la hipocresía y, colocando la lanza en astillero, dotándose de adarga antigua, cabalgando rocín flaco y asistido por galgo corredor, sale a dar batalla.

Y en dándola, su palabra se asemeja a una irrupción violenta en el corazón y la intimidad de sus lectores. Más de diez mil artículos, una lluvia de flechas, han sido parte de su artillería pesada, de la que ha usado para denunciar la maldad en donde la encontrara ―el palacio o el templo― sin timidez ni temor, señalando a los culpables y exigiendo que la justicia sea imparcialmente aplicada. Esos más de diez mil artículos, publicados en la prensa nacional y ávidamente leídos, se parecen mucho a las llamadas telefónicas madrugadoras con las que un amigo suyo ―como él mismo nos lo relata― solía despertar a quienes distinguía con su afecto, invitándoles a tener buen ánimo, a ver el lado alegre y bello de la vida y a comenzar así, positivamente, el regalo de un nuevo día. Esta forma de presencia de Simón, en cada uno de sus artículos, efectivamente ha contribuido a revelar el lado bueno de las cosas, pero también el perverso, el peligroso, el condenable. Por eso habla, paradójicamente, del devenir de la vida, comparándolo con una “mirada de miel y ojos amargos”.

Del Obispo Proaño, adalid de la noble causa de los indios cuando ésta se manifestaba auténtica, libre de la contaminación que ahora le perjudica, dice, elocuente y preciso: “conoció de niño y de adolescente la pobreza y, con frecuencia, el hambre… y ayudó al pobre y al indio a que aprendieran a ver, juzgar y actuar… cambiando a la vez el propio corazón y uniéndose solidario para acciones de vida y de justicia”. Elogia la sencillez del obispo “en su poncho de lana, en su merienda de chapo…” mientras subraya su testarudo sentido de la justicia y su denodada lucha contra la corrupción; resume, en pocas palabras lapidarias, el evangelio de los pobres: trabajar en el pueblo y con el pueblo para redimirlo de sus males; y recuerda el mensaje del obispo cuando estimulaba a los desposeídos: “Tú te vas, pero quedan los árboles que sembraste, más árboles y más frutos y más fecundas semillas”. He allí una elocuente evocación de la trascendencia, la resurrección, el eterno ciclo de la vida, similar al llamado revolucionario del que se servía Dolores Cacuango para incitar al indio a ser como la paja del páramo, que se arranca y vuelve a nacer.

Cuando murió el presidente Roldós ―relata Simón― un humilde futbolista, bueno como pocos y discriminado por su color, apuntaba al arco, pero todos sus balones se iban muy arriba. Estaba triste el negro y explicaba así sus frustrados goles: “Disparaba alto porque quería destruir el cielo”. Simón también.

Siempre abogó por una conducta sujeta a reglas de moral y derecho. Por eso reconoció la dignidad e importancia del periodismo libre, añadiendo que informar superficialmente o a medias o bajo el influjo de una ideología política no es profesional, ni es ético, “ya que el comunicador es un testigo, no un juez”, de modo que la descripción parcial de un hecho no es ética pues equivale a presentar una media verdad y una media mentira, como la verdad total.

Con frecuencia, Simón explica la diferencia entre el fondo y la forma de los acontecimientos, pero no deja de subrayar la prelación que debe tener lo sustancial sobre lo adjetivo. Sus enseñanzas se han referido siempre a temas de importancia, tratados con profundidad, expresados con un lenguaje frecuentemente familiar y coloquial para que todos lo entiendan. Su pensamiento es claro, preciso, sin concesiones de conveniencia pasajera, coherente y severo; y su expresión amena, nítida, llena de humorismo y alegría.

En junio de 1989 escribe que “para algunos de nuestros jueces valen más las formas que la sustancia y la letra de la ley que la felicidad humana. De facto la norma para ellos viene a ser no la ley para el hombre sino el hombre para la ley. Y esta es una de las más graves inmoralidades, la inmoralidad de la perversión de los fines y el endiosamiento de los medios”.

¿No estamos viendo ahora mismo cómo ese vicio, denunciado hace más de treinta años, está corrompiendo al sistema de justicia hasta tal punto que la lucha contra la corrupción se ve indefinidamente frenada por ardides y leguleyadas procesales que inyectan en el pueblo la incredulidad y el escepticismo, fomentan la impunidad y desprestigian a la democracia?

Al referirse a los desórdenes populares que ocurrieron a mediados de julio de 1997, constata que su resultado fue condenar al Ecuador a una situación aún más delicada y difícil de solucionar. “Más pobre por la falta de producción de medio mes de pagos. Más desbalanceado fiscalmente por la caída de los recursos provenientes del alza de los combustibles. Institucionalmente más débil porque una algazara prolongada puede echar a pique la forma democrática, so pena de comprar la estabilidad a un precio que provocará nuevas rebeldías medio año más tarde”: he aquí como describe Simón lo ocurrido en octubre de 2019, escribiéndolo en julio de 1997.

Y una vez más se anticipa, demoledor, a la historia y dice: “Alguien tiene que prevenir la descomposición del Estado, alguien tiene que acudir a socorrer a la sociedad que se consume en una absurda espera, alguien tiene que purificar al país de la corrupción que le ha conducido a este callejón sin salida”. Con la voz de un Diógenes contemporáneo, concluye: “el problema radica en que nadie sabe quién es ese alguien y nadie está dispuesto a pagar el costo de esa cirugía urgente. Los ecuatorianos tendrán que optar entre seguir descomponiéndose o en resolverse a pedir un cambio radical, revolucionario. El costo sería muy alto en derechos humanos, prisiones, destierros y muertos. Pero si no hay una voluntad nacional para vivir racionalmente, vendrá la imposición brutal del orden”.

En efecto, el apocalipsis es el futuro de los pueblos que han dejado de lado la moral, cuyos líderes, desechando la unión que les daría el vigor necesario para salir victoriosos de la lucha contra el mal y la tiranía, prefieren la figuración vanidosa y egoísta que la generosa renuncia a sus intereses, con lo que facilitan el retorno del mal bajo cuyo reinado volverán a callar sus voces y a llenarse sus bolsillos.

Me parece pertinente, en este punto, citar el juicio de Simón Espinosa sobre uno de los problemas más complejos del mundo: el conflicto árabe-israelí que produce más sangre que petróleo los pozos de esa martirizada región del mundo: “Ha granizado el abundante granizo de comentarios con que suele la conciencia humana manifestarse contra la injusto y despiadado”. Afirma que, en este conflicto, no hay justos ni inocentes. “Israel lucha por su derecho a la vida, pero no acepta que Palestina haga lo mismo. Quizás lo más cínico esté en calificar una misma acción guiada por iguales intenciones y motivos, de necesaria y heroica en el un caso y de criminal y abusiva en el otro”. Dice que en la zona opera la tragedia del “hybris griego…que es el soberbio envanecimiento humano contra los dioses y el destino, seguido por el golpe trágico, la némesis para el osado desafiador de las leyes superiores”. Explica que, después de haber quedado diezmado, herido y humillado el pueblo judío luego del Holocausto, reaccionó como una fiera, empujado por un ciego instinto de conservación. Concluye que “…el Estado de Israel empieza a remedar las tácticas de sus antiguos exterminadores…mientras tanto, el silencio ante las agresiones israelitas se ha vuelto ominoso”.

Se ha quebrado, estruendosamente, en estos días, ese silencio porque Washington ha dado a luz un plan de paz que, en mi opinión, ha nacido muerto y que, vivo, apenas sería un plan de guerra.

Simón Espinosa es, sin duda, un escritor excepcional que conoce y usa los infinitos recursos del idioma clásico y del lenguaje coloquial. Yo envidio particularmente su gran sentido del humor.

A veces sus mensajes están ocultos en sencillas cartas de gentes humildes a sus lejanos padres o en interpelaciones inocentes de los nietos a sus abuelos. Pero no hay que llamarse a engaño. En tales mensajes resuena la energía de un volcán en erupción que lanza al espacio la lava con que busca sepultar las injusticias y las desigualdades.

Lanza también sus irónicas pullas contra los vicios de la burocracia, y para ello se sirve de un caballo perteneciente al Ministerio de Defensa, que ha desaparecido. Varios partes militares de una a otra jerarquía, inferiores a superiores, se escriben y tramitan para que se inicie la investigación correspondiente: días de trabajo y papeles, de ires y venires, de instrucciones gravemente dadas y disciplinadamente cumplidas, se agotan hasta llegar al magno descubrimiento: ¡el caballo murió por viejo! La burocracia calificó de reservada a la investigación que demoró de mayo a julio de 1978.

En otro tono, vale la pena deleitarse con el artículo “Vísperas”, publicado en junio de 1984, con el que celebra el cercano segundo aniversario del diario “Hoy”. Por su lectura he aprendido que el primer periodista de la historia fue una hembra que, con micrófono en mano, entrevistó a Eva. La crónica fue publicada, en cuatro columnas, en las primeras páginas del Génesis. Seguramente, todos la hemos leído. Así nos lo dice este exégeta lúdico que sabe armonizar la contradicción en los términos.

Con cuanta destreza, blandiéndola como un látigo, Simón, con su palabra, ha sacado a los mercaderes del templo. Tal sería la mejor descripción de sus acciones en el seno de las instituciones creadas para luchar contra la corrupción, que ha fundado o de las que ha formado parte. Y su recompensa, en estos tiempos de confusión y mentira, no ha sido ver como se van limpiando de impurezas las costumbres y las instituciones, sino la acusación vil que, para encubrir la propia podredumbre, ha buscado desprestigiar al patriota íntegro. Tremendo error. Los corruptos siguen impunes, es verdad, pero se les ha caído el velo y su lepra moral es ahora visible. Simón, en cambio, reluce cada vez más en sus virtudes. Hasta ha llegado a tomar una pátina de antigüedad que le rejuvenece y ennoblece. Notables su presencia y su trabajo en la Comisión Ciudadana de Lucha contra la Corrupción, lo han sido también en Cauce Democrático, iniciativa no partidista que procura el fortalecimiento de los valores éticos en la política y democráticos en el estado, en el Grupo Cívico que aboga por la desaparición del mal llamado Consejo de Participación Ciudadana y Control Social, que solo sirviera para cumplir las órdenes del gobernante arbitrario y favorecer la impunidad.

Nuestro homenajeado afirma que “hay una ética para los momentos miserables”, que consiste en “hacerles contra… no dejarse derrotar, recoger las fuerzas, luchar, dejarse ir y llevar por la vida. Un poco más de alegría y plenitud”. Y añade: “Pero ¿y los miserables, los que no tienen para hoy, los abatidos y los hambrientos? Para ellos hay una doctrina moral de viejo cuño: que quien se muere de hambre tiene derecho a tomar ‘lo ajeno’ pues primero es la vida. De este modo muerte ancianidad y miseria concluyen en la vida. Sacarle el jugo a la vida es otro nombre para la justicia, para la lucha.”

Recordando a Alberto Luna Tobar, afirma, sin equívocos, que “guiar al pueblo hacia la sensatez, hacia la paz, hacia la prosperidad, es un imperativo moral inescapable” de todo ciudadano y, con mayor razón, de quien ha sido elegido para ejercer el poder.

Entre sus artículos más profundos y llenos de misteriosos significados, permítaseme mencionar el de febrero de 1985, escrito como un “bajativo” ―son sus palabras― después del “banquete” que significó la visita del Papa al Ecuador. En él evoca ese sentimiento espontáneo, de ingenua ternura que emerge naturalmente a la vista de una escena que nos conmueve y nos hace aparecer, ante nosotros mismos, como tocados por impulsos de amor a la justicia y a la bondad. No nos engañemos, dice Simón, porque en el fondo de esas lágrimas de mentol chino puede existir el oculto deseo de auto justificarnos, de situarnos en el lado de los escogidos, de los poseedores de la verdad. Y la verdad puede ser muy distinta. La autenticidad no va necesariamente de la mano de las fáciles lágrimas. Concluye Simón, con un sarcasmo filosófico diciendo: “Claro que después de haberle ofrecido a usted este bajativo, yo mismo me siento mejor. No soy como usted. Soy un gran tipo.”

¡Qué bien me siento yo también al reproducir sus sabias reflexiones!

Patriota ejemplar, preocupado permanentemente por la suerte del Ecuador, prácticamente en todos sus escritos evoca la necesidad de trabajar juntos en auténtica unidad espiritual y anímica, para lograr objetivos comunes. En este contexto, sin embargo, ya desde 1985 avizora los efectos de la globalización y la resistencia que este fenómeno despertará en quienes mucho hablan y poco hacen para dar sentido a la soberanía del estado, y dice: “en un mundo percibido como cada vez más pequeño y unitario gracias a los avances de la ciencia, se va imponiendo el convencimiento de que, por encima de soberanías particulares, está la soberanía de la unidad del planeta en cuestiones que definen la esencia de lo humano: su aspiración a la justicia y el derecho, el respeto a la persona, la vigencia de normas civilizadas en todos los ámbitos”. He aquí una elocuente alusión a la interdependencia y a la solidaridad que deben prevalecer en la vida internacional.

Cuando estremeció al Ecuador y al mundo la tragedia de dos misioneros a los que dieron muerte los huaorani, en nuestro oriente, reflexionó: “en alguna forma, sus derechos (los de los huaorani) eran violados con la bien intencionada presencia de los misioneros. Todo acto de misión cuando proviene de un poder es una forma de violación. Lo hermoso del Evangelio en los comienzos es que era una propuesta de la debilidad frente al poder”

Refiriéndose al jesuita Marco Vinicio Rueda dice: “su mayor defecto fue haber sido un hombre universal. Un eucalipto cuya copa besaba las nubes de la humanidad entera, abstracta, un eucalipto sin raíces ecuatorianas, aunque tardíamente cuando antropólogo trato de hacerlas crecer.”

Con profundidad, añade: “tal vez la mirada de un corazón puro y sincero que trascienda las apariencias y vaya directamente al interior del otro, a su irrepetible calidad de persona, sea lo más difícil de adquirir y sea el único criterio para calificar el éxito y el fracaso de un tipo de educación y hasta, acaso, de una vida entera”.

La verdaderamente buena educación es aquella que se impone por la fuerza de sus verdades, la que no tiene miedo de mirar a los ojos de lo contingente y pasajero, sin endiosarlo, y a los ojos de lo permanente, sin minimizarlo, la que se enfrenta con optimismo a la vida y sin temor a la muerte.

En el fondo del crisol de su vida, oro puro, queda claro su mensaje: Saber para comprender y amar, amar, amar tanto cuanto está simbolizado en los “amantes de Sumpa” cuyos entremezclados huesos desenterrados nos hablan de la eternidad del amor, por encima de cualquiera otra pretendida eternidad.

Es magistral Simón, para reconocer el mérito en quien lo tiene, y hacerlo en pocas exactas palabras. “Hay hombres ―dice― que deslumbran sin jamás deslumbrarse. Raros son los que juntan profundidad al esplendor, chispa a la mansedumbre, modestia al conocimiento”.

No supo él, no podía saberlo, que esas palabras habrían de servirme para poner término a este homenaje a tan ilustrado como ilustre compatriota, amigo y colega, diciéndole, sin titubear: Simón, es usted uno de esos hombres que deslumbran sin jamás deslumbrarse. Mil gracias por su magistral ejemplo de humanidad y vida.

José Ayala Lasso
Quito, 19 de febrero de 2020.
Academia Ecuatoriana de la Lengua

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