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Homenaje a la mujer, por don Jorge Dávila Vázquez

¿Qué mejor forma de celebrar el día de la mujer que evocando a la madre, la mujer por excelencia en la vida de casi todos nosotros? He aquí mi homenaje a la mujer, la maternal, mi madre!

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¿Qué mejor forma de celebrar el día de la mujer que evocando a la madre, la mujer por excelencia en la vida de casi todos nosotros? He aquí mi homenaje a la MUJER, la MATERNAL, MI MADRE! ¡Espero sea de su agrado!

LA MADRE

Más allá
de la devastación del cuerpo
y de la muerte,
estás tú,
ANA MARÍA VÁZQUEZ,
tal como eras,
soñadora, sacrificada,
feliz,
a veces triste
hasta las lágrimas,
pero dueña de una gran fortaleza
y una cascada
de risa,
que resuena aún,
en un espacio ideal
que nos cobija a todos
los que fuimos amados por ti,
y, en medida de nuestros límites,
te amamos.
Ana María, madre,
¡cómo te evocamos
en todos los detalles
de tu hermosa existencia!
Regresan tus maneras
cálidas, familiares,
de decir las cosas
más simples,
con su pizca de gracia
y su poesía de todos los días;
tu sonrisa de consuelo,
bálsamo
para los pequeños males
de la infancia,
las penas juveniles,
las grandes amarguras
de la vida de los propios y ajenos,
que para ti eran próximos, tus prójimos:
la enfermedad, el abandono,
el desamor, el profundo rasguño
de pobrezas, de límites,
de oscuras privaciones y silencios.
Vuelven tus manos,
tersas, dulces, cálidas,
eternamente listas
para acariciar el rostro
de tu eterno amado,
los de tus hijos y nietos;
para ofrecer un pan,
apretar fraterna,
solidaria, alguna mano fría,
enferma, sola, moribunda
acaso.
Vuelven tus canciones
de amor, nostálgicas y tiernas,
entonadas en tardes grises,
en noches melancólicas,
pero también
en días radiantes y soleados,
que te hacían soñar
que la felicidad era posible.
Y vuelven tus devotos himnos
a María, la Virgen maternal,
amada como la madre,
que te quitó la muerte tan temprano,
todo, desde el fondo
de tu inconmensurable corazón.
Te desbordaba de amor
ese gran corazón dado por Dios,
y jamás nos fallaste,
porque eras incapaz de regatear
afecto a quien necesitara.
Tuviste algún error,
eras humana,
pero qué pronto voló de ti esa ave oscura.
¡Tanta ternura madre,
para todos nosotros!,
y como te sobraba el sentimiento
lo prodigabas a quien necesitara,
de distinta manera, perennemente presta:
una palabra buena
un gesto pleno de afecto,
unas hermosas letras
cargadas de consuelo, de bondades,
de expresiones
hermosas como tú.
Madre,
la emoción crea misteriosa esfera,
dentro la cual
mantiene intacta la imagen
de los seres amados;
en ese espacio ideal estás tú,
permaneces, muy en el fondo
del alma de los tuyos,
dulce y sonriente,
con la frase apropiada,
a flor de labios,
con el gesto cordial
a flor de piel.
Gracias, Ana María Vázquez,
por esos años, esos días,
esas horas,
cuyo prodigio fue
tu honda sapiencia
sobre todas las cosas de este mundo
y del otro,
hacia el cual caminabas,
con la seguridad
del que pasa por la Tierra
haciendo el bien,
sembrando
la justicia, la paz,
la armonía,
los sentimientos más hondos y mejores
y la benevolencia interminable,
en todos los recodos del sendero,
aún en aquellos estrechos,
cargados de malezas y de espinas.
Gracias, Ana María,
madre nuestra,
habitas en el dominio
más claro y luminoso
del amor eterno,
lo mereces.
Y desde allí, sigues
pensando en nosotros,
esos seres amados sin medida,
sigues con las plegarias
incansables a ese Buen Dios
al que tratabas como a un padre,
sencilla, dulce y afectuosamente.
En mitad de la noche más oscura
nos llega tu recuerdo
como un faro,
y se queda su luz,
penas adentro, consolándonos,
dándonos fe y esperanza
sin medida.
Cuando amanece madre,
es otro día,
y tu sonrisa esplende con la aurora,
ES, permanece, ESTÁ
perpetua ya en nosotros,
en la mitad de nuestra alma sufriente
y en la alegría de tenerte siempre.

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