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«Inolvidable José de la Cuadra», por doña Cecilia Ansaldo B.

Desde sus cuentos iniciales entre románticos y modernistas —qué ambientes más elegantes en “Madrecita falsa” y “Camino de perfección”—, pasando por la colección Repisas donde se aproxima al ciudadano...

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El programa virtual Cronistas.net lo trajo al presente: el 3 de septiembre se cumplieron 120 años del nacimiento de José de la Cuadra, el narrador más notable del realismo social ecuatoriano y yo, que conocí a su viuda, a varios descendientes, pero que me quedé con la imagen soñada del escritor que moviéndose en la hamaca leía a sus compañeros del Grupo de Guayaquil sus relatos, volví con fuerza a su obra. Nos dejó de herencia un maravilloso acervo, tan sólido que cimenta nacionalidad y crea memoria colectiva.

Desde sus cuentos iniciales entre románticos y modernistas —qué ambientes más elegantes en “Madrecita falsa” y “Camino de perfección”—, pasando por la colección Repisas donde se aproxima al ciudadano común hasta llegar a Horno en la que figuran sus cuentos más señeros: “Banda de pueblo”, “Barraquera”, “Olor de cacao” y en la segunda edición, su enorme “La tigra”, esas historias extraídas del corazón del agro costeño, con habla e idiosincrasia incorporadas, construidas a pinceladas certeras. De la Cuadra escribía de montubios con toda su enciclopedia cultural a cuestas: “es que la mujer es frígil”, hizo decir a un personaje, con esa resonancia shakesperiana que el lector debía reconocer. O cuando Pancha Miranda zapateaba los pasillos entonando “cuando tú te haigas ido”. Todo ajustado a una precisa relojería literaria.

Evocar a nuestro escritor saca rostro de coraje y reclamo. ¿Quién está leyendo a De la Cuadra hoy? ¿Con qué ediciones anotadas contamos para atraer a nuevos lectores? Los colegios, deslumbrados por el Bachillerato Internacional, optaron por un compromiso educativo que constriñe los programas a un diseño extranjero donde la literatura nacional está arrinconada a un par de títulos. Los clubes de lectura prefieren escritores de fuera. Aspiro a que las contadas carreras dedicadas a los estudios literarios realicen una honda inmersión en una obra que tiene diamantes en su entraña.

Vale recordar en este presente doloroso para la cultura que, en 2003, año del centenario, el Municipio de Guayaquil, le dedicó una edición de Obras Completas de cuidado formato, en una colección dirigida por Javier Vásconez y muy apoyada por el alcalde Nebot, que es tesoro de coleccionistas pero que, lamentablemente, no se reedita. Saber que la alcaldía anterior eliminó el programa editorial y que la actual suprime el Departamento de Cultura, son realidades que pasman y que alimentan el reclamo. ¿Con qué iniciativas se dará culto a la gran literatura guayaquileña? ¿Cómo vamos a conseguir que la memoria de José de la Cuadra y tantos preclaros escritores siga viva?

Ningún ecuatoriano puede desconocer que Los Sangurimas es una novela que recoge tan gran autoctonía que el autor la subtituló “novela montubia”. ¿Es acaso lo montubio una forma de ser que se traslada al folclor y a un lenguaje simbólico? Los rasgos de historia, los comportamientos y el vuelo imaginativo que llega hasta lo mágico están en esa novela corta, de tan económica factura que como bien lo sugirió su autor, se grafica en un árbol de amplias raíces y poderoso tronco: el matapalo.

Poco escribió De la Cuadra porque su vida fue breve. Lo largo e inagotable debe ser el homenaje que merece de este país ingrato, tan apto para bloquear la memoria de aquello de lo que debe enorgullecerse.

Este artículo apareció en el diario El Universo.

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