Era un niño pequeño y alegre de aspecto frágil cuando subió por primera vez a la terraza de su casa en la ciudad de Ambato, en el barrio de Bellavista, para encontrarse con aquel nevado de un trazo cónico perfecto...
Foto: Cuenta de Twitter de Iván Vallejo

Era un niño pequeño y alegre de aspecto frágil cuando subió por primera vez a la terraza de su casa en la ciudad de Ambato, en el barrio de Bellavista, para encontrarse con aquel nevado de un trazo cónico perfecto, cubierto de nieve hasta las mismas faldas, recortado contra un cielo celeste, limpio y brillante.

Fue amor a primera vista. La imponente mama Tungurahua lo había seducido. Pasarían unos pocos años hasta que ascendió y coronó por primera vez, aún imberbe e inocente, una montaña coronada por nieves perpetuas. Ese día, al descender del Iliniza norte, flechado por la adrenalina y el agotamiento que le produjo su fantástica conquista, se dijo así mismo: “esto es lo que voy a hacer toda mi vida”.

Y así lo hizo. Y no solo que conquistó las cimas de los Andes ecuatorianos, sino también las de las montañas más altas y peligrosas del mundo.

Si hay un término y un objetivo de vida que identifica y describe a Iván Vallejo es “inspirar”. Y es que su conmovedora historia de amor por las montañas y su vida entera han girado alrededor de esa motivadora palabra. De hecho, un día, siendo aún muy pequeño, cuando le pidieron en la escuela que expresara en una hoja de papel lo que quería ser de adulto, él se dibujó premonitoriamente con una barba negra, gorro de alpinista, con los brazos levantados en señal de victoria sobre la cima del Everest, con su mano izquierda sosteniendo un piolet y la derecha aferrada a la bandera de su país. Unos años después, la primera ocasión en que llegó a la cima del gigante de los Himalayas, esa imagen se repitió con precisión asombrosa, pero para entonces aquel dibujo ya no existía ni siquiera en los confines de su memoria. Sin embargo, por esos giros repentinos que suele hacer el destino, un día su madre encontró aquel dibujo en una vieja caja de recuerdos de la infancia solo para constatar que aquel enamoramiento loco de su hijo, había germinado en silencio cuando era tan solo un niño.

Iván Vallejo es parte de cada una de las montañas que ha ascendido. En esas cumbres inalcanzables para casi todos, están marcadas sus huellas, sus lágrimas, sus oraciones, sus alegrías y desdichas, su energía y su fe que se aloja entre las nieves, senderos, cumbres, grietas y abismos que lo han visto pasar. Su conexión y complicidad con aquellos macizos gigantes, verdaderos colosos del planeta, es indestructible.

Este hombre sencillo de mirada transparente y palabra fácil, que ha logrado la hazaña de ascender sin oxígeno a las catorce montañas con más de ocho mil metros de altura en todo el mundo, que ha levantado sus brazos en señal de victoria y ha enarbolado su bandera en los puntos más elevados de la Tierra, es un verdadero inspirador para toda la gente, pero en especial para los niños y jóvenes cuyos sueños y anhelos que tantas veces suelen verse inalcanzables, están en realidad al alcance de todos cuando se los persigue con coraje, determinación y disciplina.
Iván Vallejo es una de esas personas en las que debemos mirarnos e inspirarnos en este país.

Este artículo apareció en el diario El Comercio.

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