Ponencia presentada en el cierre del Congreso Internacional de Literatura Hispanoamericana «Ricardo Palma» por don Julio Pazos Barrera, de la Academia Ecuatoriana de la Lengua, el 27 de septiembre de 2019 en Lima.
Intuición, según el Diccionario de la Lengua Española, significa: “Percepción íntima e instantánea de una idea o una verdad que parece como evidente a quien la tiene”. De modo que esta breve disertación no es más que una intuición íntima, poco erudita, de la Literatura Hispanoamericana.
Ante tan vasto panorama no cabe otra cosa que expresar algunas ideas generales y por tales muy conocidas, aunque necesarias para recoger la vastedad teórica e informativa de muchos ensayos, ponencias, tratados, historias, artículos, etc. que tratan del tema.
Pensar sobre la Literatura Hispanoamericana significa considerar las características que la diferencian de otras literaturas. Se superó la idea que la proponía como un apéndice de la literatura española. Así aparecía en la Historia de la literatura española de Ángel Valbuena Prat, de 1937 y en Historia de la literatura española e hispanoamericana de Ramón D. Perés, de 1954. Pero en la misma España la superación total puede apreciarse en la monumental Historia y crítica de la literatura española de Francisco Rico, de 1980, que ya no trata de la Literatura Hispanoamericana.
Pensar la autonomía relativa de nuestra literatura supuso dos tiempos: aquel, muy del siglo XX, de releer las obras, es decir, de leerlas desde otra perspectiva. El otro tiempo comenzó en el siglo XIX y prosigue con exultante brillantez hasta los actuales días y se refiere a la presencia de la Crítica Literaria. Cabe una anotación: en realidad la Crítica Literaria se remonta al siglo XVII y se debe al trabajo del cusqueño Juan de Espinosa Medrano, El Lunarejo (1639 ¿? -1688), aunque el tema de su crítica fue Góngora, tema que le convierte solamente en un indicio de crítica propiamente hispanoamericana. Llegamos a ella con más firmeza en la segunda mitad del siglo XIX. Señalamos un ejemplo: el ecuatoriano Juan León Mera (1832-1894), leyó con tanto entusiasmo la obra de Sor Juana Inés de la Cruz que compuso y publicó una biografía, una selección de los poemas y un juicio crítico (1873), trabajo que fue la única publicación de la poesía de la autora mexicana en el siglo XIX. Esta labor anunció otra empresa de Historia y Crítica Literaria del autor ecuatoriano mencionado; su pluma dio a la imprenta la Ojeada histórico-crítica sobre la poesía ecuatoriana desde su época más remota hasta nuestros días (1868) En este libro sobresale el capítulo XIX que lleva como subtítulo: “¿Es posible dar un carácter nuevo y original a la poesía Sudamericana?”
La respuesta se aproxima a una Teoría Literaria, es decir, a los principios y normas que rigen la construcción literaria. Mera elabora un programa que incluye los motivos del paisaje americano, la historia de América, las costumbres del pueblo; añade a este programa nacional que la literatura debe ser escrita en lengua española y con el sustento de la religión católica. La contradicción es evidente, sobre todo en aquello de la lengua y la religión.
Los escritores debían volver los ojos al pasado prehispánico, pasado poco conocido. Para refrendar sus ideas Mera escribió un poema intitulado La virgen del sol (1861), relato que termina con un matrimonio católico. Del período virreinal escribió una leyenda intitulada Mazorra (1875), una semblanza del pintor Miguel de Santiago (1892) y una novela, Cumandá (1879), cuyo contenido es una acción entre salvajes que culmina con la muerte de la protagonista para impedir el pecado del incesto. De su propio tiempo, se inspiró en las costumbres y escribió Novelitas Ecuatorianas (1909); por último, recogió la poesía popular, trabajo titulado Cantares del pueblo ecuatoriano. (1892) La contradicción, que también fue discutida por Andrés Bello, residía en saber en qué lengua se debía escribir la “nueva poesía Sudamericana”; Mera, como se dijo antes, escogió el español; en todo caso, las naciones americanas del siglo XIX fueron creadas por criollos que pensaban y escribían en español. Mucho más tarde se admitió la existencia de un español artístico con entradas de lenguas nativas y extranjeras, y más todavía se reconoció la existencia de literaturas orales y escritas en lenguas vernáculas.
Sinterizaremos algunas reflexiones con el fin de caracterizar y, por ende, de establecer las diferencias de la Literatura Hispanoamericana con respecto a las de Occidente.
Roberto Fernández Retamar, en su libro Para el perfil definitivo del hombre (1981), recurre a la figura del eximio escritor mexicano Alfonso Reyes, quien en su libro El deslinde: prolegómenos a la Teoría Literaria (1944), a la hora de dilucidar lo que es literatura dice que ella “en pureza” se manifiesta en “drama, novela o poema” y en la cual “la expresión agota en sí mismo su objeto”; luego reconoce otra literatura, aquella “aplicada a asuntos ajenos, literatura como servicios o ancilar”, en esta “la expresión literaria sirve de vehículo a un contenido y a un fin no literario” (citado por R. Fernández Retamar, 1981: 321). Fernández Retamar, a la luz de la cita de Reyes, expresa “que la línea central de nuestra literatura parece ser la amulatada, la híbrida, la ‘ancilar’, y la línea marginal vendría a ser la purista, estrictamente (estrechamente) ‘literaria’. (Fernández R., 1981:325). Los ‘géneros ancilares’ son la crónica, el ensayo polémico, las memorias, la diatriba, etc.
Otro elemento diferenciador señala el filólogo cubano José Juan Arrom en su Esquema general de las letras hispanoamericanas (1977) y menciona que Cristóbal Colón, en sus diarios y cartas, instala en la Literatura Hispanoamericana el paisaje y el hombre, el mito y la hipérbole. (Arrom, 1977: 26-27). La siguiente generación todavía nacida en Europa, inicia la polémica política. Se trata de las dos actitudes lideradas por Bartolomé de las Casas y Fernández de Oviedo, respectivamente. Según Arrom, de esta constante polémica política, de los dos bandos, “descienden todos los partidos que aquí hemos tenido desde que el Nuevo Mundo es mundo. Que luego se les haya llamado realistas o patriotas, federales o unitarios, blancos o colorados, reaccionarios o progresistas, etc. es cuestión de rótulos […] todos quedan reducidos a los grupos que nos escindió la conquista: los que propugnan la dignidad del hombre y los que defienden la explotación del hombre”. (Arrom, 1977:32)
Para seguir con el Esquema de Arrom, este llega a los primeros escritores nacidos en América y los agrupa en la generación de 1594. Son autores que escriben en prosa conversada o literaturizada y menciona al colombiano Juan Rodríguez Freile (1566-1642) y al quiteño Gaspar de Villarroel (1587-1665), del primero es Conquista y descubrimiento del Nuevo Reino de Granada de las Indias Occidentales del mar océano, obra conocida con el nombre de El Carnero; del segundo es Gobierno eclesiástico-pacífico y unión de los dos cuchillos pontificio y regio.
Curiosos y agradables escritos de difícil clasificación, que no son crónica ni novela, quizás en un caso son crónica novelada y en el otro, ejemplos de ingenuo humor. También no entran con cierta precisión en las clasificaciones clásicas los textos en español de los escritores indios, tales como el Discurso sobre la descendencia y gobierno de los Incas, compuesto ante el virrey Vaca de Castro por los quipucamayos Collapina, Supno y otros, en 1542; otro texto es Guerra entre Atau y Huallpa y Huascar de Juan de Santacruz Pachacuti Yupanqui Salcamaygua, que es una recopilación de tradiciones y cuentos quechuas y aymarás; de igual modo, Historia de Manco Capac II, escrita por Diego Titu Cusi Yupanqui y por último Nueva Crónica y Buen Gobierno de Felipe Guamán Poma de Ayala, que es una extraordinaria mezcla de lengua escrita y dibujo. (Espinosa Apolo, 2000)
En el siglo XIX se prosigue con la escritura de textos no sujetos a la clasificación de literatura pura expuesta por Alfonso Reyes, basta mencionar Las tradiciones peruanas de Ricardo Palma y Las Catilinarias de Juan Montalvo. Cuando se estudian las obras de estos autores, se advierte que son obras maestras de la Literatura Hispanoamericana. Más adelante comentaremos la obra de Palma, en este punto dedicaremos unas palabras a Las Catilinarias de Montalvo. Mucho alabó este texto Miguel de Unamuno cuando dijo que nadie insultó mejor en lengua española que Montalvo. Estas doce diatribas montalvinas presentan una versión subjetiva de los personajes históricos; Montalvo los desfigura de modo extraordinario, merced al triunfo de la hipérbole, anáfora, enumeración, etopeya, personificación, y de otras figuras retóricas. En Las Catilinarias las personas reales de la política, debido al despliegue retórico, se convierten en monstruos. Sorprende pensar que este monumento literario de la lengua española haya nacido del desprecio, del odio y la frustración.
Pero ya en el mismo siglo apareció con fuerza el género narrativo, muestras de aquello son Amalia (1855)de José Mármol, María (1867)de JorgeIsaacs, Cumandá, (1871)de Juan León Mera, Capítulos que se le olvidaron a Cervantes (1895)de Juan Montalvo, Aves sin nido (1889) de Clorinda Mattos de Turner, Enriquillo (1882) de Manuel de Jesús Galván, Facundo (1845) de Domingo Faustino Sarmiento, etc. En el siglo XX los géneros puros de la poesía y la narrativa alcanzaron cimas sorprendentes en el ámbito de la literatura mundial, salvo el género dramático que pudo ser el de menor desarrollo. Sin ánimo de contradecir a Alfonso Reyes, también el Ensayo y la Crítica Literaria adquirieron primeros lugares durante el siglo XX. Mencionaremos algunas obras con los nombres de sus respectivos autores: Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana de José Carlos Mariátegui, Radiografía de la pampa de Ezequiel Martínez Estrada, Tientos y Diferencias de Alejo Carpentier, El continente de los siete colores de Germán Arciniegas, Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe de Octavio Paz, El cazador de historias de Eduardo Galeano, Historia de la Literatura Hispanoamericana de Anderson Imbert, Corrientes literarias en la América Hispana de Pedro Henríquez Ureña, Sobre Literatura y Crítica latinoamericanas de Antonio Cornejo Polar, Transculturación narrativa en América Latina de Ángel Rama, etc.
Una Teoría Literaria propiamente hispanoamericana está en construcción. Trabajo ímprobo si se considera el laberinto cultural y los respectivos y distintos medios lingüísticos y con ellos la expresión literaria diversa que producen nuestros pueblos. El filólogo cubano Roberto Fernández Retamar se refiere a la Teoría Literaria en estos términos: “a ella le toca señalar el deslinde de nuestra literatura, sus rasgos distintivos, sus géneros fundamentales, los períodos de su historia, las urgencias de su crítica, etcétera”. (Fernández R., a, 1975: 52).
Dentro del deslinde conviene relievar el subgénero cabalmente hispanoamericano creado por Ricardo Palma, se trata de la “tradición”; en efecto, este subgénero es una manifestación del historicismo romántico. En el marco general de la Historia de la Literatura Hispanoamericana, Palma se ubicaría en el romanticismo.
Si se observan las fechas del romanticismo europeo y se comparan con las de América se concluye que estas últimas corresponden a la segunda mitad del siglo XIX. En este sentido, Edith Palma habla del “tardío florecimiento del romanticismo en el Perú” y prosigue: “Palma no era cabalmente lo que se llama un ‘romántico’. Su verdadero destino […] denuncia un espíritu objetivo, pragmático y escéptico”. Pero, a diferencia de esta opinión y acaso otra más verificable, la trae Pedro Henríquez Ureña cuando enuncia los rasgos románticos que claramente pueden advertirse en la obra de Palma. Henríquez Ureña dice: “En Literatura, el romanticismo era ya tradición en la América Hispana, como en España y en Portugal. Prosiguió las tareas que se había trazado: la conquista del paisaje, la reconstrucción del pasado, la descripción de las costumbres” (Henríquez Ureña, 1969: 146)
Especialmente en aquello de la reconstrucción del pasado, Palma es un paradigma. Empero, él no era historiador. Para él, el historiador narra “los sucesos secamente, sin recurrir a las galas de la fantasía”, y los aprecia, “desde el punto de vista filosófico-social, con la imparcialidad de juicio y elevación de principios. […] la Historia que desfigura, que omite o que aprecia solo los hechos que convienen […] no merece el nombre de tal”. (E. Palma, 1968: XXIX)
¿Qué fueron entonces sus tradiciones? Palma define la tradición con estas palabras: “A ella, sobre una pequeña base de verdad, le es lícito edificar un castillo. El tradicionalista tiene que ser poeta y soñador”. (Edith Palma, 1968: XXX) Para que el asunto quede claro, cuando habla del historiador, dice: “El historiador es el hombre del raciocinio y de las prosaicas realidades”. (E. Palma, 1968: XXX)
“Tiene que ser poeta y soñador” y eso fue Palma. Retornemos a Reyes, citado por Fernández Retamar: la obra de Palma es ancilar porque en ella “la expresión literaria sirve de vehículo a un contenido y a un fin no literario”. (Fernández Retamar, 1981: 319) En efecto, la tradición como dijo Palma: “En el fondo la tradición no es más que una de las formas que puede revertir la Historia, pero sin los escollos de ésta”. (E. Palma, 1968: XXIX) Revertir, según el Diccionario de la Lengua Española, significa: “Dicho de una cosa: volver al estado o condición que tubo antes” Y la tradición logra este efecto mediante el ejercicio del arte literario, es decir, con la invención de personajes y el tratamiento de una lengua que se detiene y obliga a releer.
Desde el punto de vista artístico, ¿qué es una tradición? Tomemos el texto de uno de los lectores de Palma, José Miguel Oviedo, que reproduce una carta de Palma a Pastor Obligado. Palma escribe: “más que el hecho mismo, debía el escritor dar importancia a la forma […] La forma ha de ser ligera y regocijada como castañuelas, […] una narración rápida y más o menos humorística” (Oviedo, 1965:154.155) Oviedo expresa sus propias opiniones: al escritor Palma “le gusta hablarnos al oído, hacer acotaciones, permitirse largos paréntesis explicativos […]; salta del pasado y se trae un comentario agudo sobre la época presente, monta una anécdota dentro de otra anécdota […] la forma abierta, flexible, sin rigor aparente, adereza la historia”.(Oviedo, 1965: 169).
Generalmente una tradición tiene tres partes: presenta la historia que va a narrar; inserta un “consabido parrafillo histórico”, por último, redondea la anécdota con diálogos, dichos, refranes y la infaltable moraleja. (Oviedo, 1965: 169-170)
Edith Palma ha organizado la obra de su abuelo de acuerdo al esquema de la historia oficial. El período prehispánico contiene pocas tradiciones, una de ellas, Atahualpa, del conjunto de Incas Ajedrecistas gira en torno al Inca prisionero en Cajamarca y que la tradición oral dice que aprendió a jugar ajedrez. No hay documentos que confirmen esta noticia; quizás en el fondo se busca relievar la inteligencia del Inca. Hay un dibujo de Guamán Poma de Ayala, en el que se ve al Inca y a un español delante de una tabla con cuadrícula parecida a la tabla de ajedrez. Se dice que no era tal y que el dibujo alude a la taptana, piedra cuadriculada que servía para desarrollar las operaciones aritméticas básicas, de modo que el Inca enseñaba a manejar la taptana al español.
Se continúa con el largo período del Perú de los cuarenta virreyes. De esas tradiciones mencionaremos El alma de Tuturuto, leyenda que se refiere a un malandrín que merodeaba en el río Guayas y que mostraba ínfulas de sultán. Tenía en su rancho mujeres cautivas, una de ellas le asesinó. Por las noches se veía bajar por el río una balsa iluminada en la que iba el alma del difunto. Interesante tradición y que el mismo Palma, crítico de la credulidad popular, la desarma. Según él la balsa iluminada aparece en invierno y no es balsa sino la palizada cubierta de luciérnagas o ninacuros que arrastra el río.
Del mismo período proviene El Cristo de la Agonía, tradición muy difundida en Quito. El primero en recogerla por escrito fue Juan León Mera, quien, además, escribió una biografía del pintor Miguel de Santiago. Palma se remonta a la fundación de Quito y luego describe su singular paisaje. Se equivoca en el año del fallecimiento del pintor que no ocurrió en 1673, sino en 1706, como consta en el registro de su testamento. Un dato curioso tiene que ver con el cuadro famoso del Cristo de la Agonía, el mismo que por causa difícil de explicar no se encuentra en Quito sino en Lima, en el museo del monasterio de los Descalzos. Algo recuerda a Caravaggio, a su tenebrismo, así, sobre el fondo casi negro de una vaga Jerusalén y un cielo oscuro se yerguen el cuerpo de Cristo y su cruz; es patético el gesto de la agonía y sorprende el color del cuerpo, acaso un rosa perlado.
Ricardo Palma describe formidables retratos de la guayaquileña Rosa Campuzano, la Protectora y de la quiteña Manuela Sáenz, la Libertadora. En los dos casos se descubre el interés por dotar de psicología a las extraordinarias mujeres, siempre apoyándose en algunos datos históricos.
Al margen del subgénero “tradición”, es el artículo Dolores Veintimilla (Apuntes de mi cartera). Escribe Palma: “no es una novela romántica la que hoy damos a luz. Es la biografía de una poetisa, menos conocida en su Patria por sus sentidos versos que por la lamentable catástrofe que puso fin a su vida”. (E. Palma, 1968: 1422). En verdad, la catástrofe fue el suicidio. Palma admiró los versos de Dolores Veintimilla y tanto que los reprodujo en su artículo. Con todo, Palma consideró que la muerte por mano propia era un delito. Concluyó su artículo con estas palabras: “La sociedad despiadada […] quizá un día sea menos cruel con tu memoria y perdone tu extravío por amor al brillo que has añadido a las letras en la patria de Olmedo”. (E. Palma, 1968: 1430)
Volver al subgénero de la ‘tradición’ equivale a decir que Ricardo Palma contribuyó con su creación a definir el modo de ser de la Literatura Hispanoamericana.
Desde Rubén Darío, que también escribió cuentos y artículos periodísticos, nuestra literatura, con el género de la novela llega a altas cimas en la segunda mitad del siglo XX. En los días que corren, la producción de nuestras culturas híbridas propone el micro-relato, el teatro popular, la narrativa oral, la poesía popular, el reportaje, el cómic, etcétera. Parece que el deseo de Roberto Fernández Retamar se ha cumplido en altísimo porcentaje: Teoría Literaria, Crítica Literaria, Historias de la Literatura a la par que una enorme y excelente producción literaria se mueven impertérritas al futuro en medio de un mundo que se debate entre la tecnología, los intereses de las transnacionales y el desplazamiento de pueblos que huyen de la descomposición y se enfrentan con realidades que no corresponden a sus sueños.
Julio Pazos Barrera.
Referencias
José Juan Arrom, Esquema Generacional de las Letras Hispanoamericanas, Ensayo de un Método, Bogotá.
Antonio Cornejo Polar, “Para una Teoría Literaria Hispanoamericana” en Revista de Crítica Literaria Latinoamericana, Lima-Hanover, N°50, 1999, pp. 9-12. https://www.academia.edu/8106483/PARA_UNA_TEORÍA_LITERARIA_HISPANOAMERICANA_A_VEINTE_AÑOS_DE_UN_DEBATE_DECISIVO
Manuel Espinosa Apolo, compilación y edición, Hablan los Incas, Quito, Taller de estudios andinos perteneciente a la Fundación Felipe Guamán Poma de Ayala, 2000.
Roberto Fernández Retamar, Para una teoría de Literatura Hispanoamericana y otras aproximaciones, La Habana, Cuadernos Casa de las Américas, 1975.
Roberto Fernández Retamar, Para el Perfil Definitivo del Hombre, La Habana, Editorial Letras Cubanas, 1981.
Pedro Henríquez Ureña, Las Corrientes Literarias en la América Hispana, 3a reimpresión, México D.F., Fondo de Cultura Económica, 1969.
Juan León Mera, Ojeada Histórico-Crítica sobre la poesía ecuatoriana desde su época más remota hasta nuestros días, 2a Edición, Barcelona, Imprenta y Litografía de José Cunill Sala, 1893.
José Miguel Oviedo, Genio y Figura de Ricardo Palma, Buenos Aires, Editorial Universitaria de Buenos Aires, 2a Edición, Bogota, Publicaciones del Instituto Caro y Cuervo, 1977.
Edith Palma, Edición y Prólogo, Ricardo Palma. Tradiciones Peruanas Completas, Madrid, Aguilar S.A. de Ediciones, 1968.
Ramón D. Perés, Historia de la Literatura Española e Hispanoamericana, Barcelona, Editorial Ramón Sopena, S.A., 1954.
Francisco Rico, Historia y Crítica de la Literatura Española, Barcelona, Grupo Editorial Grijalbo, 1980.