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«Jaime Guevara o el contrapoder», por don Marco Antonio Rodríguez

¿Qué es el poder?: mito y verdad, ficción y realidad, esplendor y ocaso. La mayoría de seres humanos desvelan el poder en lo político o económico, pero el poder fluye en la familia, el amor, la amistad, el arte...

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Foto: ASFADEC

¿Qué es el poder?: mito y verdad, ficción y realidad, esplendor y ocaso. La mayoría de seres humanos desvelan el poder en lo político o económico, pero el poder fluye en la familia, el amor, la amistad, el arte, el ocio, el sueño.

Estamos sometidos a su égida, pero vivimos procurando salir urdiendo “paraísos terrenales” que se tornan en innovados sistemas del poder de unos sobre otros. Al poder lo denostamos y pugnamos en su contra, pero siempre sale invicto. Leninistas y jacobinos vivieron para arrebatar el poder, los ácratas para extinguirlo. La realidad es que el Estado, como el gran monstruo gélido que es, nos encadena al silencio valiéndose de su imbatible poder absoluto. Al poder lo padecemos instante a instante; ayer, ahora y siempre, pero lo ejercemos. La mayoría de políticos devienen marionetas de un sicodrama que corroe sin cesar la grandeza humana. Jaime Guevara (Quito, 1954) recuerda el título de una novela de Dashiell Hammett, “El hombre delgado”. El artista semeja una de las cuerdas de su guitarra. Con ella y su voz, es el contrapoder por antonomasia. Largo, desaliñado, gruñón, insumiso hasta la coronta de sus huesos, ha ido y retornado —cantautor de las causas perdidas—, con su apariencia de zancudo, nacido para resistir el poder y rendirlo, con todas las ínfulas de querer arreglar este mundo “prostituto y vano”, a punta de canciones y su voz ronca y profunda.

En el corazón de este hombre más delgado del mundo, caben todos los desposeídos. Insobornable, libre, genuino, digno. Dignidad en la sempiterna connotación kantiana (eticidad innata y practicada). Ese es Jaime Guevara. ¿Quién puede dudar de su terca militancia de vida, de su camino proverbial, destinado a quimeras imposibles: redimir a los abandonados; bregar por los desaparecidos; unirse a los objetores de conciencia; amanecer y anochecer al pie de penitenciarías, reclamando libertades; batallar contra la soberbia del poder? Sus detractores —artistuchos funcionales— suelen mofarse de sus canciones. Pero Jaime es símbolo insuperado de nuestra trova y su entereza a prueba de fuego permanecerá incólume.

Gobernaba aún el Saqueador y su banda. El artista subía a su vivienda de El Dorado. El Malandrín pasaba en medio del estropicio de vehículos colmados de guardaespaldas. Jaime saludó el barullo de la caravana con un corte de mangas. Salió de su vehículo furibundo el Bravucón convencido de que el artista iba a huir. Jamás pudo suponer que él iba a esperarlo —jaguar indómito: cauteloso, gallardo—, aprestándose al duelo. Entonces, volvió apresurado a guarecerse entre sus matones; la barriada comenzaba a prenderse a favor de su artista.

“Por esta libertad de canción bajo la lluvia/ habrá que darlo todo./ Por esta libertad de estar estrechamente atados/ a la firme y dulce entraña del pueblo,/ habrá que darlo todo”. Estos versos de Fayad Jamís para saludar a nuestro hidalgo trovador. ¡Hasta la vista Jaime!

Este artículo apareció en el diario El Comercio.

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