Con motivo de la asamblea general por los 146 años desde que se estableció la Academia Ecuatoriana de la Lengua, don Diego Araujo Sánchez preparó este ensayo en homenaje a don Hernán Rodríguez Castelo, antiguo miembro de la AEL.
Hernán Rodríguez Castelo (1933-2017) pertenece a ese grupo de sabios humanistas, estudiosos y descollantes personalidades en nuestra América como Alfonso Reyes, Pedro Henríquez Ureña, Mariano Picón Salas o Enrique Anderson Imbert… Escritores dedicados toda su vida a investigar, analizar e interpretar las letras de nuestras naciones y sus expresiones culturales. Intelectuales con dominio de múltiples saberes gracias a quienes contamos con interpretaciones esclarecedoras del desarrollo de nuestra expresión literaria y el aporte de sus creadores.
¿Cómo entregar en pocos minutos una valoración exhaustiva del profesor, el periodista, el crítico e investigador del arte y la literatura; del ensayista y creador de teatro y literatura infantil; del historiador y biógrafo; del ensayista y del estudioso de la lengua; del gran animador de la lectura y difusor de las letras nacionales, entre las diversas facetas de su talante intelectual?
Empezaré por un recuerdo personal de Hernán Rodríguez Castelo como profesor para referirme después a su quehacer como crítico e historiador de la literatura ecuatoriana y señalar, a vuelo de pájaro, algunas de las otras facetas suyas como una de las más notables figuras intelectuales en el Ecuador de la segunda mitad del siglo XX y primeros lustros del XXI.
Era el año 1963 en el colegio San Gabriel, de Quito. Hernán tenía fama de profesor en extremo severo. Recuerdo, en mi cuarto curso de bachillerato, el deslumbramiento que me produjo, por obra de sus clases, mi primer contacto con la Literatura Española, después de haber leído el Poema del Mío Cid. Recuerdo, también, haber memorizado con emoción las primeras estrofas del “Cántico Espiritual” de San Juan de la Cruz y las “Coplas por la muerte de su padre” de Jorge Manrique, haber experimentado el primer acercamiento a la ruta de Don Quijote y, gracias a la capacidad del maestro para entusiasmar a sus alumnos por la lectura, recuerdo como proeza mayor haber emprendido en la aventura de leer la poesía más compleja de don Luis de Góngora. Para esta aventura, nos había facilitado como guía la estupenda explicación de esa poesía nada menos que de Dámaso Alonso, en síntesis del luminoso análisis de Góngora dentro de su estudio de la Poesía Española, uno de los ensayos críticos del clásico libro publicado bajo el sello de Gredos.
La siembra de entusiasmos por la lectura no se agotaba en las clases. En la Academia Literaria, Hernán Rodríguez promovió numerosas vocaciones por las letras, como las de Francisco Proaño Arandi, Benjamín Ortiz, Gonzalo Ortiz Crespo, Vladimiro Rivas, Bruno Sáenz, Federico y Javier Ponce, entre muchos otros. Él fue un maestro de vocación. Había contado desde su infancia con el ejemplo de sus padres, dos educadores.
Creo que su preocupación por la enseñanza estuvo siempre presente a lo largo de su vida, no solo en sus clases en colegios y universidades de diversas ciudades del Ecuador, sino en cursos especiales de Lenguaje y Redacción para funcionarios públicos, periodistas y otros grupos profesionales.
Tenía también fama el profesor Rodríguez Castelo como ascensionista. En los cuatro años que, a partir de 1959, se desempeñó como docente del San Gabriel, no dejó una semana sin subir al Rucu Pichincha: había llegado a la cumbre más de un centenar de veces. Esas marca de dimensiones excepcionales replicaría después como crítico, historiador y excepcional difusor de la literatura ecuatoriana. Una muestra primera de ello es la Biblioteca de Autores Ecuatorianos de Clásicos Ariel: las 100 entregas de esta colección pusieron obras y autores esenciales de nuestra literatura en manos de públicos amplísimos. Textos de los principales poetas, narradores, dramaturgos, oradores, ensayistas y prosistas ecuatorianos se difundieron en esa Biblioteca; la mayoría de ellos va precedido de estudios introductorios escritos por Rodríguez Castello. El número 100 se halla dedicado a la Literatura Ecuatoriana, en la primera parte con un novedoso estudio suyo acerca del pasado precolombino, el cuadro general de su literatura y el acercamiento a la lírica, el teatro, el cuento y la prosa sapiencial de lo que pudo ser esa expresión prehispánica y de lo que ha sobrevivido en la tradición oral en lo que corresponde al Ecuador. Una segunda parte de esta obra se halla dedicada al estudio de la literatura del siglo XVI y la tercera, al XVII, en anticipo de las obras más novedosas, con casi 600 páginas dedicadas a la Literatura de la Audiencia de Quito, siglo XVII, y los dos tomos, con más de 1500, a la Literatura en la Audiencia de Quito, siglo XVIII. A estas obras monumentales le siguen cinco tomos de Historia de la Literatura Ecuatoriana, siglo XIX, y un tomo de panorama de la Literatura Ecuatoriana entre 1830 y 1980. Si se agregan a los antes citados trabajos los de antología y estudio de la Lírica Ecuatoriana Contemporánea y los dedicados a novelistas, cuentistas, dramaturgos, ensayistas en la colección de Clásicos Ariel, contamos con la obra más exhaustiva, erudita, general y totalizante escrita por un solo investigador acerca de la expresión literaria en el Ecuador.
En el método del crítico y el historiador de la literatura los textos mismos ocupan un lugar central. Su lectura y análisis le llevan a aplicar un caudal de conocimientos, sobre todo desde las vertientes de la estilística, pero sin desechar las posibilidades hermenéuticas desde otros ámbitos de los estudios literarios, tanto a partir de cada obra como arte de lenguaje cuanto desde fuera de esta, desde los contextos que explican su génesis.
“Tengo cada vez con mayor peso de experiencias y razones- escribe Rodríguez Castelo-, que lo más fecundante de la literatura es el contacto con el texto, y que cuando no se apoye en textos amorosamente leídos y analizados con rigor está condenado a reducirse, de un modo u otro, a formulismo descarnado de forma y vacío de sustancia”.[1] Sin embargo su método crítico jamás aísla las obras de su contexto histórico, social y cultural, o las desarraiga de su tempo. Los estudios de los autores y obras se hallan precedidos de cuadros de conjunto del correspondiente periodo, que convierten a la historial general y crítica de la literatura ecuatoriana en una verdadera historia de la cultura, en una indagación en nuestras raíces y desarrollo social como nación.
Su docencia en los campos de la Lengua y la Literatura la desarrolló también en el periodismo, en diario El Tiempo de Quito en el cual, a lo largo de la vida de este matutino, mantuvo una columna de Microensayos y celebradas columnas de Lenguaje y crítica de obras literarias.
Obras de carácter didáctico son también libros suyos como Tratado Práctico de Puntuación, Cómo escribir bien y Redacción Periodística. Además de estos manuales útiles, cuentan en la bibliografía de Hernán Rodríguez sus trabajos de investigación del lenguaje. Un aporte novedoso en este ámbito es su Léxico Sexual Ecuatoriano y Latinoamericano. La erudición de Hernán y su conocimiento de la vida e historia de las palabras se revela también en otros trabajos como en el estudio que dedica a Pedro Fermín Cevallos y el amplio comentario a su Breve catálogo de errores.
Otras obras que muestran el talento de historiador y crítico y su prodigiosa capacidad de trabajo son su Nuevo diccionario crítico de artistas plásticos del Ecuador del siglo XX, versión actualizada del anterior, pero en la que pasa de 449 artistas al examen de 679, y la biografía de Gabriel García Moreno y, la póstuma, García Moreno por sí mismo, hermenéutica de una correspondencia. En realidad son trabajos de investigación que parecerían sobrepasar la fuerza de una sola persona y exigirían el concurso de un equipo de críticos e historiadores.
Otra faceta de Hernán Rodríguez Castelo es el del autor de literatura infantil y juvenil, el crítico y especialista en esta literatura y el autor der obras teatrales. Esta mención solo quiere poner de relieve su múltiple contribución intelectual.
Como miembro correspondiente y miembro de número de la Academia Ecuatoriana de la Lengua dio también su sólido aporte intelectual a nuestra institución, según lo evidencian sus trabajos difundidos en las Memorias de la Academia y publicaciones como su Gramática elemental del español. Desde 2013 fue subdirector de la Academia Ecuatoriana de la Lengua.
Para concluir como otra evocación personal, recuerdo con agradecimiento el apoyo brindado a mi incorporación a la Academia y el haber compartido las horas de trabajo en las reuniones semanales de la Comisión Lexicográfica, que tiene en sus manos la elaboración del Diccionario Académico del Habla Ecuatoriana.
Hernán mantuvo en toda su vida la vocación de ascensionista. Como lo hacía todas las semanas, el mismo día de su muerte, subió al Ilaló. La visión multiforme del paisaje, el esfuerzo de dominar las alturas y la búsqueda de grandes horizontes, el encuentro con el misterio de los signos, el silencio y las palabras infinitas de la naturaleza son una metáfora de la vida intelectual de Hernán Rodríguez Castelo, de su altísima y vasta obra de reconocimiento y valoración del arte, las letras y la cultura ecuatoriana.
[1] Hernán Rodríguez Castelo, “Preliminares”, Literatura en la Audiencia de Quito, siglo XVII, Quito, Ediciones del Banco Central del Ecuador, 1980, p. 13.