Señor,
te hablo frente a frente, como hacemos los hombres,
porque tú has olvidado
la espera inútil de tanto hermano pobre.
Traigo la voz, Señor,
del padre de familia útil para sus hijos
e inútil para ti, porque ya no le quieres.
Traigo la voz, Señor,
del maestro que vive ametrallado por las ingratitudes
y de pobres mujeres que viven del pecado.
Tus palabras, Señor, tu música, tu historia,
son recuerdos terriblemente ausentes.
Tienes que perdonarme
pero todo esto pasa porque tú estás de espaldas.
Señor
Con el latir de una ciudad en llamas
concentrada de llanto,
—porque no hay fusil para matar tu miedo—;
con este paraíso de infancia retorcido en andrajos;
con los ojos desprovistos de amor que todavía auscultan;
con este INRI de hastío y de miseria,
te hablo frente a frente, Señor, para que escuches,
estas quejas humanas y silentes.
Ya sé que tu presencia, totalmente perdida,
sirve como amenaza constante a los mortales
y no encuentro resquicio de esa voz temblorosa
que me hizo escuchar tus divinos milagros.
Aquí en mi Patria, Señor.
en esta Patria plagada de caínes,
donde condecoraste mi amor con las dolencias,
tú me has puesto en el alma un extraño cariño
para los niños pobres.
Hay soledad, hay muerte, hay despojos, hay tumbas.
Señor
Quiero llorar de rabia; quiero alcanzar mi sombra,
huir de tu amenaza, ensangrentar mi aurora,
para que el cielo oscuro vuelque toda su furia
y transforme otro mundo, quizá no con poetas
sino con las delicias de inertes sombras blancas.