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«La historia vista desde el rencor», por don Juan Valdano

La historia del mundo es un dramático relato de la evolución de la raza humana; es la sucesión de los momentos cumbres de la humanidad y también de sus fracasos; un proceso marcado por el accionar de los pueblos...

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La historia del mundo es un dramático relato de la evolución de la raza humana; es la sucesión de los momentos cumbres de la humanidad y también de sus fracasos; un proceso marcado por el accionar de los pueblos en la eterna búsqueda de su supervivencia y dominio. La historia está llena de grandes acciones en las que brilla lo mejor y más noble del ser humano: generosidad, desprendimiento, solidaridad, pero también de lo peor de nosotros: crueldad, barbarie, violencia. La historia es un testimonio de lo excelso y lo miserable que puede ser el hombre. Nos exalta si de ella sacamos lecciones de grandeza o, al contrario, nos hiere cuando significa despojo, guerra y muerte.

En cada época los imperios han buscado expandirse conforme al dictado de sus ambiciones e intereses. La conquista y el sometimiento de pueblos enteros fue la norma establecida. Así lo hicieron los romanos por todo el Mediterráneo, los árabes en la península ibérica, los incas a lo largo de los Andes, los españoles en América, los ingleses en la India. Los principios que rigen la conducta de los imperios no han sido otros que su expansión y enriquecimiento a costa de la libertad y la felicidad de los sometidos. Esa ha sido su política, una práctica que se explica por una milenaria tradición en la que pueblos fuertes y más evolucionados someten a los débiles. El hombre siempre ha sido lobo del hombre.

Luego de la Segunda Guerra Mundial y con la creación de las Naciones Unidas esta situación cambió radicalmente, al menos en el plano de los principios que deben regir las relaciones entre los países. Con la Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948) la paz del mundo ha sido uno de los objetivos de la comunidad internacional; las conquistas imperiales fueron condenadas.

Los países latinoamericanos vivieron procesos de colonización, los traumas de la conquista aún están latentes en el alma de esos pueblos. Las expoliaciones y despojos irrogados a los pueblos originarios están ahí, nada ni nadie podrán cambiarlos. La España de entonces no es la España de hoy; los pueblos que encontró Colón en el siglo XVI no son, ni de lejos, los latinoamericanos de hoy. La violencia vengativa que se ejerza contra un pasado inamovible tiene la función irracional de anular mágicamente lo que realmente se hizo. El rencor contra la España conquistadora no dejará de movilizar a grupos de iconoclastas que buscarán desquitarse del pasando derribando estatuas de Colón o de Isabel la Católica. Quien no puede crear, quiere destruir.

No se pueden juzgar los hechos del pasado desde los valores y costumbres del presente, hacerlo es pecar de falta de perspectivismo histórico. El pasado está ahí con sus luces y sus sombras, obedeció a su tiempo, a su circunstancia, juzgarlo con rencor y con ánimo vengativo nos condena a la soledad del resentido, al fatalismo, al aislamiento del mundo en el que nos ha tocado vivir.

Este artículo apareció en el diario El Comercio.

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