A menos que se lo haya sufrido de forma personal o través de algún familiar o amigo cercano, la gente todavía no comprende lo cruel que puede llegar a ser el covid. No se trata de una simple gripe o de un virus como tantos otros que han afectado a la humanidad de forma leve o pasajera, casi intrascendente a pesar de sus víctimas.
El covid, comparable quizás con la mal llamada gripe española de 1918, lleva por ahora a nivel mundial más de cincuenta y dos millones de personas contagiadas y cerca de un millón trescientos mil fallecidos, una cifra que, aunque a alguien le pueda parecer menor (porcentualmente hablando), crece de forma dramática cada día y deja a su paso una larga estela de dolor y destrucción en todas las sociedades, y, por desgracia, sin que aún la humanidad pueda ver la luz al final del túnel.
La nueva ola de contagios, que según algunos especialistas podría ser peor que la de inicios del año, ha obligado a un nuevo confinamiento en buena parte de los países de occidente, con las catastróficas consecuencias económicas que esta decisión arrastra consigo. Hay quienes cuestionan este cierre parcial de los negocios y actividades normales, y, sin duda, no dejan de tener razón, en especial cuando se trata de sociedades como las nuestras en las que un día sin trabajo es un día sin alimento para la mayoría de personas. Pero también están quienes opinan que deberíamos volver a un aislamiento total ante la amenaza inminente del colapso de los sistemas de salud de nuestros países.
En este punto es necesario preguntarnos: ¿Será posible contener otra vez a la gente que necesita trabajar para comer? Sinceramente no lo creo. La situación económica de las familias ecuatorianas y, en general de los países del tercer mundo, es dramática y, evidentemente, casi todos preferirán contagiarse e incluso morir por el virus antes que morir de hambre.
Frente esta realidad, por tanto, no nos queda sino la opción de seguir adelante con nuestra vidas en esta nueva etapa de restricciones sociales, reuniones virtuales y actividades ralentizadas, que nos permitan sostener la economía de la mayor parte de la población. Y, por supuesto, hacerlo con responsabilidad y disciplina para que el impacto del virus decrezca en esta nueva ola y no se repitan las espantosas escenas de la primera parte del año.
El covid está cada vez más cerca. Quienes lo hemos superado sin haber acusado síntomas graves sabemos ahora que no se trata de una gripe normal, que es una enfermedad que provoca grandes malestares, dolores y una pérdida incomprensible de energía y vitalidad, pero, sobre todo, que es capaz de consumirnos tan solo por el miedo que provoca su diagnóstico.
Y, por el contrario, los que han padecido el covid con síntomas graves, saben que se trata de una verdadera pesadilla de la que algunos logran salir, pero que en una inmensa mayoría encuentran la muerte a solas, desamparados, cuando han tenido la suerte de caer en una fría cama de hospital.
Este artículo apareció en el diario El Comercio.