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«La tarea de contar», por don Fabián Corral

Desde antiguo, la tarea de contar, la capacidad de imaginar, la posibilidad de narrar y el hecho de opinar han sido factores importantes en la construcción de la conciencia social...

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Desde antiguo, la tarea de contar, la capacidad de imaginar, la posibilidad de narrar y el hecho de opinar han sido factores importantes en la construcción de la conciencia social. La tarea de escribir hizo posible que quede evidencia de las aventuras y desventuras del poder, de los triunfos y los naufragios de la gente. Gracias a los narradores, hay testimonio histórico. Gracias a los novelistas, hay Quijotes y Sanchos. Sin ellos, no tendríamos ni El otoño del patriarca, ni Yo el supremo, ni Conversación en la catedral, y sin ellos, probablemente, se habrían olvidado las tiranías, y las luchas por la dignidad serían papel guardado en el desván de la desmemoria.

Desde que hay periódicos, la tarea de contar se transformó en el pan de cada día; desde entonces, la historia llega a la hora del desayuno y viene en la página deportiva, en la noticia o en el editorial, porque tanto el reportaje como la caricatura o la columna de opinión son modos de narrar, son visiones sobre el hecho cotidiano, acerca del espectáculo de la política o del último concierto de rock. Si están bien escritos, y si sus autores solo se deben a su conciencia y no al poder, serán memoria, reflexión válida. Serán, a su modo, historia, novela, sociología.

La tarea de contar se mueve entre la literatura y el periodismo, entre la narración, la investigación y la opinión. La tarea de contar articula los hechos con las reflexiones, las crónicas con la imaginación, el buen decir con la verdad o la ficción. Los testimonios, incluso las novelas, en algún momento, se transforman en conciencia incómoda, porque aluden a lo que ocurre tras las mascaradas del poder. Por eso, ni narradores, ni cronistas, ni maestros de la palabra pueden ser parte de las estructuras de mando. Los intentos por mezclar el ejercicio del poder con la capacidad de novelar o la vocación para narrar, o la tarea de informar y opinar han resultado trágicas o tragicómicas, salvo quizá el caso de Maquiavelo quien registró, en terrible texto, los secretos de las razones de Estado y las tácticas para mantener domesticada a la libertad por el miedo, el interés o la explotación de las pasiones. El Príncipe es l a política sin máscaras.

Actualmente, la red ha transformado la tarea de contar. Ha hecho de ella recurso al alcance de todos, medio para crear nexos y difundir instantáneamente noticias, opiniones y rumores o mentiras, ha abreviado la forma de ver la vida y ha cambiado el modo de hacer de ella palabras, algunas veces malas palabras. La masificación que genera la red tiene virtudes y peligros, por ejemplo, convertir al debate en disputa de vecindario, hacer de la discrepancia, insulto, y del idioma, víctima inerme de la ignorancia, o del olvido de la sintaxis y la ortografía.

Contar es una de las tareas más humanas, está rodeada de tentaciones y riesgos y, por cierto, de imperfecciones. Quienes escriben libros o columnas o se aventuran en la red —si son narradores verdaderos y no simples panfletarios— asumen una responsabilidad con ellos mismos y con quienes les leen.

Este artículo apareció en el diario El Universo.

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