En 1959, Aurelio Espinosa Pólit, S.J., ofreció en este Diario la primicia del primer poema escrito en español en nuestro territorio: un villancico de sor Teresa de Jesús Cepeda —sobrina de santa Teresa de Ávila— quizás del año 1600; de aquel mismo s. XVII disponemos de cuatro coplas de santa Mariana de Jesús y de algunos poemas de sor Gertrudis de San Ildefonso.
Del s. XVIII conocemos los nombres de algunas mujeres, también religiosas, como sor Catalina de Jesús María Herrera, quien según Alejandro Carrión sería la mejor prosista de la Colonia con su ‘Secretos entre el alma y Dios’ o la autobiografía de la venerable madre sor Catalina de Jesús María Herrera, cuyo manuscrito fue terminado en 1760, que incluye interesantes versos. El mismo Carrión, en su edición de ‘El ocioso en Faenza’ (1957-1958) del gran jesuita Juan de Velasco, incluye unos versos religiosos titulados ‘A las Siete Palabras del Redentor en la Cruz’, de una autora a la que llama “la Musa Quitense Incógnita”, activa hacia 1760.
Y para la primera mitad del s. XIX se conocen apenas unos poemas sueltos que apunto como algo curioso, los dos primeros obtenidos gracias a la historiadora María Antonieta Vásquez: los de María Felipa Cayetana Carondelet, Rosa Montúfar y Larrea, Mariana Garaicoa y una octava real de Manuela Sáenz. A mitad del siglo irrumpe el Romanticismo con Dolores Veintimilla como su más destacada cultora, con los apenas doce poemas que conforman su producción; ‘¡Quejas!’ se convertirá en el más conocido de aquella escuela literaria.
En la segunda mitad del s. XIX se da una verdadera floración de mujeres poetas; puesto que eso acompaña a la propia difusión de la literatura en revistas, periódicos y antologías, y aparecen además eventualmente libros independientes de las autoras. Aquí podemos nombrar a Ángela Caamaño, quien dentro de su trabajo poético se destaca con un poema de connotación lésbica: ‘Comadre mía’.
Luego vendrá Dolores Sucre, que cultivó con calidad el género satírico en verso, al punto que un contemporáneo suyo manifestó aliviado que “afortunadamente” —según él— abandonó tal estilo para volver “por el camino del dolor”; otros nombres son los de Carolina Febres Cordero, Felisa Égüez, Mercedes González y Ángela Carbo, por citar algunos nombres.
En el s. XX son muchas más las poetas, y es difícil escoger por su diversidad de intereses: se destaca María Luisa Lecaro como representante de la vanguardia en nuestro país; tenemos a Aurora Estrada y Ayala, con cuyo aparentemente modesto poemario ‘Como el incienso’ (1925) el Ecuador se integró a la gran lírica hispanoamericana, llegando a ser su autora antologada e incluido su nombre a escala internacional.
Una autora cuya producción, sobre todo la de tono sensual, de sugestiva calidad, está siendo revalorizada y estudiada actualmente es Mary Corylé (seudónimo de María Ramona Cordero y León), a través de su volumen ‘Canta la vida’ (1933); luego surgió Lydia Dávila con lo único que se conoce de su producción, ‘Labios en llamas’ (1935), sin que apenas sepamos nada acerca de su vida.
El pasillo, una de las manifestaciones musicales más representativas de nuestra nación, registra, por lo que conocemos, al menos la letra de dos grandes canciones compuestas por mujeres: son las riobambeñas Luz Elisa Borja, con su ‘Dulce es llorar’, que el compositor Miguel Ángel Casares convertirá en Lamparilla, y Benigna Dávalos con su ‘Ángel de luz’, temas que han pasado a la posteridad en las voces de Gonzalo Benítez y Luis Alberto ‘Potolo’ Valencia.
De entre los nombres que se destacan en las siguientes generaciones escojo mencionar a María Eugenia Puig, Ileana Espinel, Ana María Iza, Sonia Manzano, Violeta Luna, Sara Vanegas, Catalina Sojos; después vinieron Carmen Váscones, Margarita Laso, María Fernanda Espinosa y Janeth Toledo.
En los inicios del s. XXI surgen voces intensas como la de Aleyda Quevedo, cuya obra ha rebasado nuestros linderos patrios, o la poesía de Davina Pazos, publicada en España, donde reside, cuyo poemario ‘Lo que más me duele es tu nombre’ (2007) obtuvo el premio de poesía Ernestina de Champourcin; ambas continúan con su trabajo literario.
A nuestros mismos tiempos pertenecen Gabriela Ruiz, Gabriela Vargas o Camila Peña, pero la lista podría alargarse mucho más.
Algunos valiosos estudios se han ocupado de aspectos o figuras particulares de la poesía ecuatoriana escrita por mujeres, pero nadie ha abordado esta importante faceta de nuestras letras de modo sistemático, lo que me ha motivado a colmar esta laguna en mi estudio histórico-literario, hoy en prensa, Poesía ecuatoriana escrita por mujeres y en la amplia antología —de más de 500 páginas— que le seguirá, en la que agruparé a autoras desde 1600 hasta 1985. Confío en que ambos trabajos servirán de estímulo para que muchos otros amplíen nuestro conocimiento y nuestro reconocimiento público a las poetas, periodistas, investigadoras, etc., del Ecuador.
Este artículo apareció en el diario El Comercio.