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«La tristeza» (Alejandro Carrión)

¿La tristeza? ¿Sabes cómo es la tristeza: / ¿Una rosa que aún no se abre del todo / Una tarde enlutada, envuelta en tenue niebla? / ¿Una paloma herida en la mañana lánguida? / ¿Una espina? ¿Un recuerdo? ¿Una lágrima tímida? / Tú lo sabes...

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¿La tristeza? ¿Sabes cómo es la tristeza:
¿Una rosa que aún no se abre del todo
Una tarde enlutada, envuelta en tenue niebla?
¿Una paloma herida en la mañana lánguida?
¿Una espina? ¿Un recuerdo? ¿Una lágrima tímida?
Tú lo sabes, lo sabes, pues habita en tus ojos.
En tus noches levanta su cáliz sollozante.
En tus brazos reclina su cabeza de niño coronado de espinas.
En tu corazón, entre latidos, se estremece.
Es un pan que se ha hornado en la amargura.
Es una rosa sitiada de sollozos.
Es una madrugada que nunca encuentra el día.
Un agua en cuya onda no se mira la estrella.
Está en todas partes. En tus ojos y en los de la mañana.
En la corola de la azucena y en la copa del abandonado.
En la noche del centinela y en el canto del leñador.
En la luz que agoniza entre la tarde helada.
En el whisky del marinero y en el ron del chofer.
En el sueño y en la vigilia, en la sopa y en el licor.
Su presencia está atravesada en la garganta del mundo.
Su clima está habitado por ti, y por mí, y por vosotros.
En su lecho se desazona la mujer y desvela el marido.
En su altar sacrifican el sacerdote y el borracho.
En los ojos de mi madre es una hostia recién consagrada.
En los de mi padre, un grave cedro antiguo, herido y derribado.
En los de mi mujer, un lago donde la tarde cae.
En los de mi niño, una larga cuesta aun no comenzada.
Y en mi alma una noche que tiembla y se desencadena.
Todos la conocen. El estudiante y la muchacha.
El brequero y la prostituta. El buey y la rana.
La flor y el arquero. La estatua y la brisa.
Todos la conocen y a su sombra envejecen.
Todos gimen en su potro y en su noche sollozan.
Todos tienden a ella con horror ambas manos y a su aldaba se agarran.
Todos le niegan la palabra y se quedan pendientes de sus ojos.
Su mirar es una noche que se ahonda y se ahonda y no encuentra su fin.
Su voz es un aullido que se afila y se afila y en sollozo se acaba.
Su boca está apegada a todos los corazones, sorbiéndoles los latidos.
Sus brazos son más fuertes que la montaña, que el mar y que la vida.
Su color es el mismo de la muerte: lívido y alto cielo liberado del mundo.
Un océano cuyos lomos en agonía bailan sin comienzo ni fin.
Yo te conozco, sombra del mundo. Yo te conozco, atardecer del alma.
Yo te conozco, acíbar de la vida. Yo te escucho, sollozo de la sangre.
Tengo contigo amistad de años, de siglos, de milenios.
Me sigues los pasos desde el comienzo, desde Adán, el triste, el desolado.
Desbordas en las noches de mi estirpe los estertores del amor colmado.
Me tiendes las manos sarmentosas. Saltas astillada en mis júbilos.
Conoces la corola de mi alma y el sabor de mi vino.
Eres la única, ¡oh devoradora de corazones!, que puede dar a
Dios cuenta y razón de mi alma.

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