“El vivo vive del tonto, y el tonto de su trabajo”, dicho popular que sintetiza la picardía como estilo de vida; expresión que alude a la admiración que, en no poca gente, suscitan la desvergüenza y la audacia. Por ese charco atraviesan el palanqueo y la habilidad para obtener prebendas y posiciones. De ese pantano de inmoralidad surge la idea de que la política es un medio para salir de la pobreza y entrar al club de los nuevos ricos.
La viveza es socia inseparable del “arreglo”, ese sistema que lo soluciona todo, que convierte la ley en precepto para ingenuos, que hace del Derecho una burla que aún se enseña en las universidades.
La viveza es la letra colorada del sistema jurídico y el “código de los recursos” que hace posible la impunidad, y que permite el olvido de todas las infamias.La viveza y el arreglo, el pacto sinuoso, el discurso mentiroso y el enmascaramiento de la verdad articulan la mala conciencia que ha suplantado a los valores y a las convicciones que formaron parte de la “sociedad aburrida”. La viveza derogó los referentes que fueron la columna vertebral de un sistema que, con errores y excepciones, apostó a la decencia, la integridad y la preservación del prestigio y el nombre.
La viveza y el arreglo son los antecedentes de la corrupción y la decadencia. La degeneración de la democracia y su transformación en electoralismo, en populismo, son la expresión política de esas prácticas sociales.
El populista, aquí y en todas partes, es el vivo con carisma, el audaz al que se aplaude, el “líder” a quien se justifica y se sigue, porque, de algún modo, esos personajes proyectan los modos de ser que prosperan en los sótanos de la sociedad.
La idea de que los recursos públicos son botín a disposición de los que ejercen la piratería con patente e inmunidad no se remedia solamente con leyes, y menos aún, con consultas populares. Se necesitan normas y sentencias, sí, pero el problema es más complejo y profundo: tiene que ver con la educación, con la restauración de la integridad, la delicadeza, la responsabilidad y la pulcritud. Tiene que ver con la reivindicación del poder como servicio, de la legalidad como recurso útil a la comunidad, de la transparencia como modo de ser, del desprendimiento como estilo, de la rendición de cuentas como convicción.
La democracia y el Estado de derecho han sido víctimas de la viveza. Sus referentes, la buena fe, la certeza, la honorabilidad, son ahora palabras que enmarcaran una realidad innegable: una sociedad decadente, enferma de picardía y de temores, anclada en las locuras y en la violencia que son la sustancia de los noticieros.
Embelesados por el electoralismo, sin líderes que se atrevan a decir la verdad, aunque sea “políticamente incorrecta”, con instituciones inoperantes y leyes disparatadas, será difícil restaurar la república y poner de moda la moral pública. Será complicado, pero es esencial esforzarse por desterrar la viveza y el arreglo como prácticas que pervierten la política, las profesiones y trabajos, los poderes y las empresas.
Este artículo apareció en el diario El Universo.