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Lectura de «Las formas de la pérdida», por Susana Cordero de Espinosa

Compartimos con ustedes el texto con el que la directora de nuestra Academia intervino en la presentación de la última obra de Fabián Guerrero Obando, el pasado 30 de septiembre.

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Compartimos con ustedes el texto con el que la directora de nuestra Academia intervino en la presentación de la última obra de Fabián Guerrero Obando, el pasado 30 de septiembre.

Quito, 30 de septiembre de 2020.

He leído lentamente —merece tal lentitud— el hermoso, indeciblemente dolorido libro de Fabián Guerrero. En su poesía no cabe el ineluctable parentesco de la libertad y la incertidumbre de que hablaba Dostoievski, que repitió Canetti, que repitió Steiner: para nuestro poeta, la libertad es certidumbre de la pérdida, voluntad de decir y decirnos lo que desciende, se fue, dejó de ser.

Las formas de la pérdida se dicen en presente y en pasado; si hay futuro, se anula en la pre-visión de ya ser pasado. Cada instante poético es exigencia de síntesis.

La realidad simultánea del presente nos permite pensar, crear, avanzar, y la ilusión de preservarlo en la creación escrita, donde, cada palabra es sucesiva: el presente es la realidad del irse, del dejar. La antigua y quizá sabia exhortación a aprovechar el instante niega ese mismo instante, trae pasado y futuro a la vez, a modo de consuelo. Quizá todo es presente. Quizá todo es pasado; el tiempo no es el tiempo, sino su evocación y su recuerdo. Pero el tiempo es palabra esencial de la poesía, donde persisten el recuerdo y la nostalgia. En los poemas de Guerrero, permanece, como las pérdidas que procuramos olvidar y que el poeta exterioriza humilde, verdaderamente.

Anticipar, querer, ilusionarnos nos permite la ilusión de sobrevivirnos. La palabra poética, creación al fin, pretende en este libro denunciar anticipaciones, ansias, ilusiones. Es la experiencia acongojada de lo imposible de toda anticipación. El poeta se habla a sí mismo. A la manera de un dios, la palabra poética funda su mundo irrepetible. En otra poesía, el lenguaje despliega sus recursos; aquí, los recoge hacia un decir esencial, ¿Hay como se dice comúnmente, realidades sensibles “demasiado profundas” para las palabras? Sin duda, las hay, las habrá siempre, por eso, la poesía…

Nuestra sustancia humana no puede separarse del lenguaje; como en el misticismo, ‘desde el principio de los tiempos Dios solo ha pronunciado una palabra. En esa única emisión está contenida toda la realidad’. Los poetas intentan contener lo real en sus poemas: no son dioses, y en sus textos se alargan la pena o la alegría; son algunas palabras, —las más expresivas, las menores en número— que anhelan cumplir tal aspiración. En los poemas de Guerrero, contamos los poemas por sus versos, nunca numerosos: Se acercaN al ideal del silencio.

Pero toda conversación, toda pregunta, cada palabra escrita o dicha son ‘formas de la pérdida’ constato en esta obra, cuyo título resume cuanto Fabián Guerrero ha escrito hasta hoy.

Mi lectura de los poemas del luminoso y apretado libro que presentamos es una traducción, es decir, una forma de traición a sus textos, otra forma de pérdida.

Presumimos que un escritor hace con la palabra lo que él quiere, pero no es, no puede ser así. Parafraseando a Heidegger, no es el hombre, no es el poeta, es la palabra la que habla; ella nos ‘llama’ a emplearla, a decirla, a ser. El hombre actúa como si fuera el creador y el dueño del lenguaje, cuando este es su señor.

La palabra hace desde el poeta, su poesía: Esa palabra que él, a fuerza de vivir y vivirla, convirtió en su palabra… Toma tiempo, prolongado ejercicio, soliloquios sin merma, tachaduras, repeticiones, subrayados, borrones. Días y noches, conversaciones, lecturas sin fin, vacíos y, alguna vez, de lejos, cierto dolorido perfil de plenitud:

Como los monjes athonitas, / no poseer nada: / ni casa / ni objetos / ni zapatos. / Apenas una estera / para tendernos en la noche, / hasta hacernos carne sobre carne.

Plenitud de la ascesis, del vacío que se va conquistando lentamente; que reluce en cada poema construido con pocas y frugales palabras, las indispensables para la enunciación de cada idea, en cada verso.

Como la entrega a Dios tiene un costo corporal y psíquico, la entrega a la poesía es exigencia para liberar el espíritu y lograr la virtud de la belleza y la verdad…

Cuando el poeta, a fuerza de ejercicio intuitivo, de palabras de los demás poetas, de lecturas en las que se ha mirado como en espejo ajeno (todo espejo es ajeno), ha aprendido a escucharse, a decir, quizá llegue, como a otra forma de pérdida, a la consecución de la palabra anhelada, porque nunca completa. Balbuceos serán siempre sus versos.

El primero de su primer poema es una invocación al espejo, ese vidrio azogado que, si a Borges “le despertaba la aterradora sospecha de que un día reflejaría un rostro que no fuese el suyo o, peor aún, ninguno”, a nuestro poeta le intima a confesar: Es el accesorio que mejor nos define / el ayer de este pelo / y los dientes despoblándolo todo. / El dolor dentro de la mano / que ya toca la primera vértebra cervical. // Y el espejo confía / cada espejo nos confía / la mancha que busca.

Sí, el espejo nos define tantas veces cuantas a él nos asomamos y es, a nuestro pesar, un irremediable presente que nos habla lenta, obsequiosamente, en el silencio de la devastación. El protagonista empieza su canto en el espejo; ¿es el espejo mismo protagonista efímero, forma de oscura y pasajera luz?

Estamos ante el poeta y su reflejo. Nunca el poeta es él sin alteración ni menoscabo: cada instante volcado en el espejo, él es el otro; sucesivos reflejos lo definen en un presente indefinido. No hay espejo, salvo, quizás, el de la poesía, que pueda mostrarnos en pasado.

Los tiempos verbales con los que se describe el escritor inciden en el sentido textual; el presente expresa intensamente ante el gerundio ‘despoblándonos’, cómo algo nos despuebla lentamente: dientes, pelo, vista, oído se hallan en su simultaneidad, tiempo del que huyen los gramáticos y se nutre la vida…

Voy de poema en poema queriendo, vanidosamente, que cada uno me construya sobre la irremediable pérdida, ya que tener conciencia de la falta es manera, aunque precaria, de ganar la batalla. Me digo que no en vano la primera palabra del título de este libro es forma: al leerlo, entro, entramos en él como en un molde que recibiéndonos, nos vuelve otra forma más de entre esas formas. Otra pérdida.

Escribe Steiner en su formidable Después de Babel: ¡Para saber más del lenguaje y la traducción es preciso abandonar las “estructuras profundas” de la gramática por las todavía más hondas de la poesía” y continúa: El hombre ignora de dónde viene y cuál es el origen de su lamento escribió Schiller aludiendo al ascenso del lenguaje hacia la luz. Nadie sabe de dónde viene… Como el manantial mana de secretos abismos, / así el canto del trovador brota y resuena desde el fondo de sí mismo / y despierta el velado poder de los sentimientos / que en el corazón dormían plácida, maravillosamente”.

¿Cómo traducir las hondas combinaciones de la poesía?

¿El corazón? / Es una barraca negra varias veces / un crematorio que hace su trabajo / entre la ceniza que ensombrece sus orillas. // No como un mecanismo / sino como algo a punto de explotar. Pienso, ‘todo es espera’, será cierta la explosión yvendrá en el futuro la palabra segura que prevemos… El poeta se mira, se dice, sin piedad de sí para sí mismo, detenidamente. Sigue intentando decirse plenamente, después de largos años de haber cumplido con nobleza su tarea poética: se ve, recorre, camina, sueña, sigue su rastro; cada instante suceden interminables cosas entre nosotros y el mundo, nosotros y los otros, nosotros, ya no inocentes de nosotros mismos, y en su mirada poética no hay piedad: Nada sabemos de ese azul oscuro y reluciente / a la luz de la ventana / y menos de ese polvillo que se desprende sin prisa. // Atentos solo al suelo en que se esconde / compartimos el mismo misterio / el mismo secreto. // Como si ya tocáramos el hueso de la noche.

La luz de la ventana muestra un azul oscuro y reluciente pero nada sabemos; todos hemos asistido al polvillo tembloroso en los rayos de sol de la infancia, pero nada aprendimos; atentos al suelo hemos compartido el misterio del hueso nocturno. Sus palabras son densas: hueso, secreto, pájaro agreste en la ciénaga del tiempo. ¿Quién llega ‘repentina y gravemente deformado? Es el tiempo, es su paso ‘cubierto de glorias’, hoy mentira.

Desde el yo, desciende o se eleva hacia un plural, un nosotros en el que incluye a todos, sin misericordia: Como si estuviéramos fuera del camino / o que todo esto ya habría pasado / o que simplemente repitiéramos ideas sobre las mismas cosas. // Pero siempre con el mismo final / en forma de derrumbe / o polvo en mitad de la noche/

No somos sino lo que fuimos: / los meses y los años / el corazón en las manos // la lluvia y su rumor. // Y la noche al fondo

Sí, ‘repetimos ideas sobre las mismas cosas’, y constatarlo es también repetir, ¿no somos, acaso repetición perpetua, piedra sobre piedra, llanto sobre llanto?

Su poemario es un mirarse sin misericordia y un intenso, prolongado comprobar lo que fue, lo que es, lo que somos y lo que no somos él, yo, nosotros, de la primera a la última estancia…, —esa forma de estar en cada página—. Y es la constatación de la repetición … fundido con la naturaleza, en la tristeza lenta de la lluvia, de su rumor acuoso, continuo y distante con ‘la noche al fondo”, símbolo supremo.

Quisiera poder narrar su libro, ya que criticar es palabra que no condice con ‘poesía’. Narrarlo, porque es imposible agotar su nostalgia. De pronto, sintió de repente la nostalgia de la vieja casa. / el pájaro en el techo / como un consuelo… La nostalgia le devuelve al pájaro en el techo, ¿o el pájaro le devuelve la nostalgia? Todo se entrecruza, se advierte, se anota. ¿Y qué hago yo en esta lenta lectura, en esta soledad amarga en las palabras y en la voz? Estoy de más, como lo estamos todos, de tanto estar adentro, en estos versos densos, de pocas palabras esenciales, y la voz. Su voz.

Una mujer sin movimiento / y un hombre que se detiene en su habitación. / No se sabe lo que buscan con sus miradas / o si esperan que algo ocurra. / Pero escuchan voces que no fueron / y ven objetos residuales o rígidos. // ¿O es solo una atmósfera que flota? // Nadie en particular / Y nada directo // son cosas desaparecidas / entre las muchas que se sedimentan / en el fondo de todas las nuestras. // Pero nos miramos los unos a los otros / como sombras que se embisten.

El poeta siente pena de esas sombras, de ese no saber lo que buscamos ni lo que esperamos, ignorancia que es suya y de todos; nadie en particular, es decir, cada uno; nada directo, es decir, todo verdadero… Sedimentado el pasado aquí, al fondo de las cosas, mirándonos, y en lugar de amarnos en nuestra mutua desolación, nos embestimos en el presente y en el recuerdo del presente que fue: en todo tiempo. Tal es nuestra historia.

Porque perder es no olvidar nada/ ni lo propio ni lo ajeno / como un peso tras otro, escribe Formas de la pérdida. Y claro, todo son esas formas, todo son esas pérdidas, y pérdida y forma son una sola cosa. En las formas están los objetos, lo que amamos, lo que añoramos, lo que fue… pérdida continua, sin continencia ni detenimiento. Nos asusta este presente mirando al pasado como por una puerta giratoria que permite entrar para darse de lleno, sin haber salido de ese giro, con lo que ya no es, con lo que se perdió.

Es difícil, terrible diría, leer cada línea y convenir en todo con dolor, con hastío, con angustia. Estas palabras duelen, cansan, punzan y acongojan. Conviene, sin embargo, convenir en que lo que encontramos a tientas es lo nuestro; en que el poeta enseña, ensañado, encarnizado contra nuestros optimismos y los suyos, y desvela lenta y dulcemente su arsenal, de armas condenadas a la inutilidad de esta guerra perdida que es la vida.

Compara intensamente: Es la noche y, al mismo tiempo, no lo es. / Va ligera como un soplo / o gotea sin parar / Personificadas las cosas, adolecen de nuestra propia decrepitud: El día tiene piernas y manos / y se ausenta o se despide. / Sin acercarse demasiado nos hace una venia / y nos invita a pasar. / Si el día pasa y no oye nada / cierra los ojos y jamás vuelve a abrirlos. // Hasta hacerse cal.

Sin embargo, encontramos humor en esta noche que gotea; en ese día casi infantil, con piernas y manos, que se ausenta y se despide… Que no seamos indiferentes a cada cotidiana despedida, parece querer decirnos en este gesto casi alegre, el poeta. Porque ‘si el día pasa y no oye nada / cierra los ojos / y jamás vuelve a abrirlos.

Cuántos de nuestros días han cerrado sus ojos para siempre.

El corazón poético va mostrándose y mostrándonos nuestras propias pérdidas en un lenguaje atento, en palabras que callan, sabiamente. La esperanza radica en lo que el ser humano hasta ahora y, como a pesar suyo, no ha podido destruir; la esperanza también se dice en palabras amargas, en antiguas constataciones: La soga contra el cuello de principio a fin: / la tierra o el mar, / el sentido del lugar o el desplazamiento. / Y todo, excepto el árbol, / se pierde o se daña

Y todo, excepto el árbol…

El poeta es un profeta. ¿Acaso no encontramos en cuanto dice, explícita o implícitamente, este dolor universal de la pandemia presente que vivimos?: De nuevo las blancas camas de los hospitales / y estas sillas metálicas / tristes/ repetidas. / El implacable aumento del silencio / o el aire inmóvil, / que no es sino la degeneración del día en la noche. / Como una burbuja decrépita / por encima nuestro.

Admirable descriptor, sus poemas son cuadros que nos entregan el universo de pérdidas que se propuso mostrar, porque “El corazón escucha / no solo lo evidente/ sino lo vago. / reúne en su cavidad la noche y el día / que son gritos dementes o ruidos bajo la voz / buscándose en los demás. / si pudiésemos pedirle que escuche para nosotros / o sosegarlo, // pero es inagotable la sangre que almacena”.

Aunque también “No parece desconsuelo, / sino melancolía en serio: / de nuevo echamos de menos / aquel resplandor de luciérnagas / en el hondo hueco del pecho. // Y una vez más…

Sí, también los hubo, resplandor de luciérnagas. Quizá los sigue habiendo. A ellos nos acogemos, sencilla, cautamente.

Son enigma las cosas, incluso las más amadas, las más intensamente repetidas para el corazón: A veces resulta enigmática la lluvia. / Cae sin causa definible: / con un aire oscuro / o distinta / o cambiante / o evasiva. / Avanza rápidamente / pero no encuentra su lugar, / tampoco las hojas ordinarias que arrastra / que mientras llueve / se tocan.

He intentado responder a la propuesta de parte del creador, de interpretar sus versos… Pero ¿por qué, cómo imaginar que puedo trasladar, aun en mínima parte, para ese ‘alguien’ plural que son ustedes a quienes hoy no veo, el intenso contenido de esta poesía?; si él asumió que puedo decir algo, mi palabra ante la poesía es un remedo; pobre calco de esta alta realidad indiscernible. De esta alta poesía. Si la tarea principal del ‘lector integral’ consiste en definir, hasta donde se lo permitan sus fuerzas, el conjunto de intenciones que animan el monólogo ¿de dónde, desde qué palabras inducir sus propuestas sin reducirlas ni lesionarlas? Si el lenguaje es, como el río hericlateo, el agua inasible que ya no es y no regresa, ¿cómo proponerme, poeta, cómo haberme propuesto condecir con usted desde este lado ‘otro’ de la vida que es la mía, la nuestra, la de tantos de nosotros?

Con qué admirable seguridad funda su palabra; ninguno de sus versos es de duda: todos constatan, afirman, callan: ‘siempre con el mismo final / en forma de derrumbe / o polvo en mitad de la noche’.

No es para mí, no es para usted la creación una sola palabra, como se dice que lo fue para Dios, que al pronunciar el mundo lo creó a su semejanza… Usted ha tenido el destino de crear. Ha respondido a él, ha constatado línea tras línea, libro tras libro, su poder que, limitado, le lleva incesantemente a nuevas pruebas, a esfuerzos cuya exigencia sucesiva solo usted constató y seguirá constatando, quizá. Nuevas formas de pérdida vendrán a darnos mayor lucidez y arraigo en esta tierra bella e impredecible. Yo, en el fácil puesto de testigo, no hago más que tratar de evidenciar, como al principio, mis certezas sobre el indudable clamor de su obra humana, humanísima, de principio a fin.

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