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«Loa a un poeta que vuelve», por don Juan Valdano

Fuimos amigos y puedo dar testimonio de su pasión, sus silencios y sus búsquedas. Ciertas tardes de domingo salíamos a caminar por las orillas del río comarcano. Cuenca, en los sesenta, era todavía una ciudad apacible...

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“El poeta ha existido y existirá siempre. Yo escribiré hasta cuando tenga el último aliento de vida… es parte integrante de mi ser, no podría dejar de escribir mientras viva” (“Credo poético”). Así se expresaba Eugenio Moreno Heredia (1926-1997) cerca de su muerte. Poeta de altos quilates, sin alardes de sabio ni de maestro, aunque sí lo fue. Ni humilde ni pedante, un artífice de la palabra, un iluminado, un buscador del Todo, un descifrador de la noche y su misterio. Sencillo y solitario, ajeno al elogio zalamero, cantó en su propia capilla siendo fiel a sí mismo, lejos del enjambre de encomiadores, algo difícil de sortear en nuestras aldeas literarias.

Fuimos amigos y puedo dar testimonio de su pasión, sus silencios y sus búsquedas. Ciertas tardes de domingo salíamos a caminar por las orillas del río comarcano. Cuenca, en los sesenta, era todavía una ciudad apacible con olor a campo y a potrero; había tiempo para disfrutar, sin apremio, de las cosas realmente valiosas de la vida. Eugenio creció en un ambiente propicio para la creación literaria. Perteneció a una familia en la que el cultivo de las letras y las artes estaba unido a la vida campestre, a una tradición celosamente cultivada por terratenientes cultos. El libro, la poesía estuvieron siempre sobre la mesa y bajo la almohada. Alimento para el alma, ensoñación para la fantasía. Formó parte de la generación literaria de 1944, la que irrumpió a partir de 1950.

El sello personal de su poesía está en el lenguaje sencillo y despojado con el que se expresa, voz transida de palpitación y gozo, voz de la gente que halla eco en el verso de Moreno Heredia. Su estilo no rima con ninguna de las novedades que se exhibían en los escaparates literarios de su época, con ningún malabarismo vanguardista. Decía: “Quiero que mi poesía llegue al pueblo. Intencionalmente busco un lenguaje alejado de dificultades, claro, transparente” (“Credo…”). Más cerca del salmo bíblico, próximo a la oda claudeliana sus versos corren tersa y libremente como un torrente que se desborda.

Desde su ámbito andino y comarcano y ante el trágico espectáculo que ofrecía la humanidad del siglo XX, rimó versos de solidaridad con los pueblos que, al otro lado del mundo, sufrían hambre, segregación y el dolor de la guerra: “A veces me salen las palabras/con extraño olor a corazón” (“Retorno”). Cantor del hogar y la familia; de la patria, su paisaje y su historia; de la naturaleza y de la vida; del amor, la solidaridad y la esperanza; un buscador del sentido de la existencia. Eugenio Moreno es, en verdad, uno de esos pocos poetas para todos los tiempos. Para disfrute de nuevos y jóvenes lectores, la obra del poeta cuencano ha sido reeditada gracias al empeño de Susana Moreno Ortiz, su hija. Y yo, desde esta columna, celebro el retorno del amigo.

Este artículo apareció en el diario El Comercio.

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