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«Los esponsales» [fragmento] (Francisco Tobar García)

Fui a pedir la mano de mi novia, / y para esto me puse el traje recién hecho, / de lino crudo, / y la corbata negra como los zapatos; / por vez primera / un vagabundo entrado en años, blanco / iba a pedir la mano de una mujer de tez oscura...

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Fui a pedir la mano de mi novia,
y para esto me puse el traje recién hecho,
de lino crudo,
y la corbata negra como los zapatos;
por vez primera
un vagabundo entrado en años, blanco,
iba a pedir la mano de una mujer de tez oscura.

Muy digno estaba el padre,
apenas sonriente, sentado en un rincón de privilegio,
la cachimba de barro entre los dientes,
que daba a las palabras rico aroma;
y la madre, ¡cuán bella, con su blusa de organza!
En verdad, era altivo,
magnífico, aquel hombre que la había engendrado,
y la madre opulenta, mucha cauta ternura,
la mirada mansísima,
después de haber traído muchos hijos al mundo,
siendo mi novia
la más esbelta y delicada
—y todo esto ocurría en el recinto,
donde aún se recogen mensajes de tambor,
cerca de la frontera.

Ante el silencio regio, ofrecí mi presente:
seis cabezas de armento, dos caballos de paso,
porque a la gente negra no se puede ofender,
y mi novia bien vale por lo menos un hato;
nueve cabras llevé
y un macho deslumbrante, cuya piel
parecía remedo del follaje.

La charla fue animada, mínima la discordia;
mas si les pareciera que yo tenía otra intención,
pues las noticias vuelan, refiriendo
cómo era un hombre, yo mismo, sin tiento,
con una sola habilidad:
la de contar historias, sólo ciertas algunas,
les juré que mi mano, no mi boca,
era la que zurcía los engaños,
y de escribir, medraba.
¡Ah, todos me observaban con crueldad y asombro!
Elena, por su parte, les había contado
que yo era un ser errante, por mil trabajos hecho,
antes de hallar a la mujer exacta en color y estatura.
Y todos sonrieron cuando dije:
“nada en ella es más grato como su piel oscura”.

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