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«Lucha contra el caos», por doña Cecilia Ansaldo

Montones de veces la ficción nos brinda lo que la realidad nos niega. Aprecio, por ejemplo, las novelas y series de investigadores del crimen porque en ellas siempre se restituye el orden...

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Montones de veces la ficción nos brinda lo que la realidad nos niega. Aprecio, por ejemplo, las novelas y series de investigadores del crimen —llámense thriller, género negro o policial— porque en ellas siempre se restituye el orden, por encima de serios quebrantamientos. Han crecido tanto estos productos artísticos que variando en calidad —se repiten esquemas, se apela a los delitos más sensacionalistas— llaman al consumo, porque satisfacen nuestra ilusión de vivir en sociedades que frenan a raya el caos social.

En lo profundo, se trata de la inveterada lucha del bien contra el mal. Ya lo tenía claro don Quijote de la Mancha cuando su propósito consistió en abatir los desajustes de los reinos, que tenían a la Santa Hermandad para vigilar a los salteadores de caminos; pero los objetivos del noble caballero eran más altos, más generosos (todo lo que cabía en la expresión “desfazer entuertos”). Ya haya sido esta la primera policía de Occidente o la que fundó Luis XIV para custodiar el orden público (he leído que los faraones tenían vigilantes para evitar a los profanadores de tumbas), los cuerpos cuidadores de la organización social están allí, como brazos del Estado, para prevenir primero y proteger después. Los países pueden medir su desarrollo también por la eficacia de sus cuerpos policiales, firmemente asentados en carreras universitarias, tecnología de punta y sólida mística de acción en sus miembros.

Todo bien en la teoría y en las historias imaginarias, pero nuestro país no puede presumir de contar con servicio policial eficiente. Turbios han sido, a menudo, los corrillos que se tejen en su torno, por la desconfianza que inspira su intervención, por la casi invisible cadena de participantes en los hechos delictivos, por la falta de resultados. ¿Acaso no es habitual que la prensa nos informe que se “han abierto las investigaciones”, pero no nos dice nada sobre cuándo y cómo se las cierra? Sería largo enumerar los casos sobre los que el país entero espera respuestas. Tomo un caso concreto porque sufrí con infinita solidaridad el dolor de una madre, doña Luz Moscoso, mi querida profesora de secundaria, cuando asesinaron a su hijo, el periodista Fausto Valdiviezo. ¿Acaso ese hecho no es una llaga abierta en el corazón de una familia, en el seno de un gremio, en la conciencia de una ciudad?

Hoy más que nunca necesitamos de cuidadores del orden en los que podamos confiar. Con un país atacado por todos sus flancos en materia de seguridad, respeto de las leyes y de las vidas, requerimos a gritos de una policía convencida, honesta y eficaz. Esa que cuando toca la puerta de un hogar es bien recibida porque sabe de su correcto proceder, esa que cuida las cárceles con acierto, esa que está preparada para enfrentar al mayor enemigo que actúa en red y ha contaminado a múltiples sectores y es el narcotráfico, esa que no tiene miedo al delincuente de cuello blanco y no se deja cohechar.

Mientras tanto, vuelvo a las novelas —territorio que permite, entre otras cosas, nuestra sobrevivencia psíquica— donde un heroico cuerpo policial funciona y se inserta en el enorme aparato de justicia que restituye el orden, cuantas veces sea necesario. Porque si bien el brazo ejecutor de la lucha es la policía, el tejido de justicia es mucho mayor y requiere de tanta eficiencia y probidad como ella.

Este artículo apareció en el diario El Universo.

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