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«Mayo» (Remigio Crespo Toral)

¡Oh gratas primaveras / Que alegráis las andinas cordilleras! / ¡Cómo a su primer rayo / Rompe en flores la pampa solitaria! / ¡Es la hermosa estación de la plegaria, / Mes de las almas y la gloria, ¡Mayo! / La errante luz en el jardín...

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¡Oh gratas primaveras
Que alegráis las andinas cordilleras!
¡Cómo a su primer rayo
Rompe en flores la pampa solitaria!
¡Es la hermosa estación de la plegaria,
Mes de las almas y la gloria, ¡Mayo!

La errante luz en el jardín se posa:
Colorea el clavel, pinta la rosa,
Y derrama triunfante en su carrera
La risueña cascada de colores
¡Estación de las flores,
juventud de las almas, primavera!
Cuántos rumores en el patrio río,

Que despeñado desde el monte umbrío
Se deshace en espumas;
La alfombra de las hojas cubre el suelo,
Y pasan por el cielo
Aves y nubes e irisadas brumas.

El valle, cual colmado canastillo,
Luce su pompa al brillo
Del sol: vierte el moral en el sendero
Sus blancas flores y el purpúreo grano:
Y el maíz, en la pendiente y en el llano,
Corónase de plumas altanero.

Bajo toldos de verde enredadera,
A la opuesta ribera
El brazo extiende la orgullosa puente;
Y vestida de helechos y de grama,
Los aires embalsama,
Y mírase en la límpida corriente.

En vértigo, la rueda del molino
Gira entre el torbellino
De las raudas espumas: cubre el techo
El blanco polvo como tenue gasa;
Y adentro el trigo pasa
De la ancha tolva en la prisión estrecho.

A la sombra del sauce
Duerme el agua en el cauce,
Donde murmura queda;
Y viciosa y lozana,
Se baña en la corriente la líana
Que encima de los árboles se enreda.

En medio el pradecillo de claveles,
Cual nido que se esconde en los vergeles,
Surge en el bosque la heredad modesta,
Do el humo del tejado lento asciende,
Donde la lumbre que la esposa enciende
Es del esposo fiel la única fiesta.

En torno el arrogante
Monte que cine en oriental turbante
La neblina que al campo da frescura;
La ciudad cual bandada de palomas,
Se recuesta en las lomas,
Y las plantas oculta en la espesura.

¡Oh valles de la patria! oh azulada
Linde que cercas la feliz morada
¡Donde habita la paz! Aquí los huertos
Están siempre y los setos florecidos,
Y calientes los nidos,
Y es alegre aún la casa de los muertos.

Cuanto la vista abarca
En la andina comarca
Se elevan de la Virgen los altares,
El ara de los campos se improvisa,
El musgo la matiza,

La consagra el amor de los hogares.
En concierto perenne
Los campanarios suenan; y solemne
Un himno nuevo canta
La vieja Catedral, y a los remotos
Montes lleva sus ecos, como votos
Que a los cielos levanta.

En la pobre capilla
¡Cómo risueña brilla
La Imagen de la Virgen de la Escuela!
¡Cuántas rosas y lirios
Qué de nevados cirios!
¡Cuánta plegaria que a los cielos vuela!

Y las cestillas llenas
Vierten en los altares azucenas;
Ensaya la inocencia el dulce arpegio
Mezcla de queja y bendición y orgullo;
Y en creciente murmullo
Los cánticos se escuchan del Colegio.

¡Qué cartas a la Virgen dirigidas
De querellas henchidas!
En hojas de color con orlas de oro
Qué cosas se escribían inocentes:
Ansias locas y súplicas ardientes,
La primera pasión, el primer lloro.

También yo te escribí… Puse temblando
En tus manos la carta. — Yo, ignorando
Del mundo, te pedía
Un hogar a la vera de mi calle;
Una heredad en el nativo valle
¡Y el don de la adorable poesía!

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