El pasado 9 de abril, la Academia presentó la conferencia «La poesía religiosa y mística en el Ecuador». Reproducimos a continuación la ponencia «Mística y Poesía en Ecuador» con la que intervino don Eduardo Mora Anda.
Agradezco las palabras y la organización de este acto a nuestro amigo y colega el distinguido escritor Francisco Proaño y el generoso auspicio que nos ha dado la Directora de la Academia de la Lengua, Dra. Susana Cordero de Espinosa.
Creo que primeramente debemos diferenciar Mística de Religión. La religión implica una fe y un conjunto de prácticas, creencias, normas, ritos y costumbres que nos vincula con lo que consideramos divino. La Mística, en cambio, es una tendencia y una experiencia directa que nos eleva.
Porque la Mística no es un conjunto de ideas y aseveraciones ciertas o falsas, sino que es una experiencia personal, individual, auténtica, prácticamente intransferible, antes que algo que se pueda aprender o enseñar.
En mi libro Lo Secreto y lo Sagrado, que es una incursión en las religiones y la vida de algunos personajes e iglesias, me permití definir así la Mística: “Antoine de Saint Exupery decía que “lo esencial es invisible a los ojos”. Para el filósofo Henri Bergson la mística es uno de los datos inmediatos de la conciencia. La experiencia mística es el encuentro con lo Inefable, “la unidad con el Cielo”. No es sectarismo. Todo lo contrario: es hallazgo, encuentro, elevación, amplitud, sanación, paz y alegría inesperadas. La mística es una vivencia profunda, es decir, una experiencia que cambia a la persona y modifica su realidad. Muchas personas y, sobre todo, algunos santos, han cambiado de vida radicalmente a raíz de una experiencia mística.
Para mí la Mística es hija del Espíritu Santo, es un don inmerecido y puede producirse cuando menos lo esperamos. No se puede programar. Está profundamente unida a la vida interior de la persona y, a menudo, se dispara en un momento de agradecimiento o de contemplación de la Naturaleza. Y permite sentir intensamente una elevación moral y libertad sobre las circunstancias….Este es, al menos, mi sentir y parecer.
En el estudio de la vida de los místicos y santos, se suelen mencionar por lo menos dos o tres niveles de experiencia, que generalmente corresponden a distintos dones y grados de elevación de vida. Uno es el arrobo, una experiencia que inesperadamente nos llama la atención hacia cosas más altas y nos saca del instante que vivimos y le sitúa a nuestro espíritu en una zona más elevada, por así decirlo. Es lo que sucede también en ciertas experiencias carismáticas. Pero el arrobo es en silencio y puede durar más o menos tiempo…
El otro grado de mística es ya el de éxtasis. Se habla de los éxtasis de muchos santos y personajes famosos- San Francisco de Asís, Santo Tomás de Aquino, Santa Teresa, Santa Bernardette, el Padre Pío, etc, etc. Y existe una bellísima escultura en Roma, en la que el gran escultor y arquitecto Bernini se imaginó, en un giro del cuerpo bastante sensual pero hacia arriba, un éxtasis de Santa Teresa de Jesús. Claro que yo no puedo hablar más de esta vivencia, porque no la he vivido, ni la merecería. Yo, simple mortal con aspiraciones de poeta, me siento ya alegre y lleno con que una emoción superior de pronto me despierte y levante a otro plano y que yo a veces la traduzca a una oración mental o un poema.
(Dentro de las emociones místicas, hay quienes ahora incluyen primeramente lo que A. Einstein llamó “el sentimiento religioso cósmico”, el sentir que brota de la admiración por la armonía, el orden y la belleza del Universo. Einstein creía que las bellezas naturales, el arte y la ciencia, y particularmente la música o el silencio de las esferas y planetas, nos pueden conducir hacia este sentimiento. Y que no basta con enseñar a un hombre una especialidad o un trabajo, que lo convertirá en una máquina útil. Que para que el ser humano adquiera una comprensión de los valores “debe adquirir un vigoroso sentimiento de lo bello y de lo moralmente bueno”. Algo para tener en cuenta en estos días).
En Occidente el origen de la mística está en los padres de la Iglesia, en San Agustín y luego, en San Francisco de Asís, con sus cánticos y alabanzas tan sencillos y a la vez tan impresionantes. Y tenemos luego a los carmelitas españoles, Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz, que inauguró un estilo sobrio, sugestivo e impecable, en una serie de poesías ciertamente memorables. Y, también está ese gran personaje y escritor que fue el agustino Fray Luis de León, profesor en Salamanca, autor de algunas de las mejores poesías castellanas.
(Por lo demás, en Inglaterra, hallamos a George Fox, fundador de los cuáqueros, que nos habló “de la luz interior”, y, desde luego, al ilustre William Penn, fundador de la ciudad de Filadelfia. No por nada el ilustradísimo cuáquero Etienne de Grillet solía conversar con el Papa Pío VII. Ah, y entre los cristianos ortodoxos, destácase luminoso San Serafin de Sarov, ese monje humilde que amaba los bosques y cuya principal lección nos dice: “El verdadero objetivo de la vida cristiana consiste en la adquisición del Espíritu Santo de Dios”).
Que yo sepa, la primera escritora ecuatoriana, Teresa de Cepeda, sobrina de la Santa del mismo nombre, no dejó poesías sino prosa, esto es, cartas y testimonios. Y curiosamente entre los jesuitas del extrañamiento, Juan Bautista Aguirre, Antonio Bastidas y sus compañeros, tampoco he hallado verdadera poesía mística, sino más bien composiciones estéticas, humorísticas, religiosas o discursivas en el estilos culterano de moda en la época. Seguramente la obra de estos primeros escritores quiteños y guayaquileños, expatriados por el rey Carlos III, se encuentra incompleta y podría ser que haya habido alguna poesía mística de alguno de ellos, pero si la hubo, no ha llegado a nosotros.
Posteriormente, recién en el siglo XIX, he hallado algunos poemas de carácter realmente místico. Precisamente, siguiendo el modelo y formato de los cánticos espirituales de fray Luis de León, el Hermano Miguel Febres Cordero escribió una “Oda en el Día de su Profesión” como maestro lasallano, que en algunas estrofas recoge su verdadera emoción mística. Dice:
“Oh prado de ventura,
Morada do mi alma alegre pasa,
Gustando la dulzura
Que da el Señor sin tasa
A los que fieles viven en su casa!
(…)
Cadena que no pesa,
Ante quien son basura las alhajas
el oro, vil pavesa;
Las honras, glorias bajas,
Viento, sombra, humo vano, secas pajas…”
La influencia de Fray Luis de León y San Juan de la Cruz en este poema es evidente, tanto en el fondo como en la forma, pero esto en nada le quita mérito, porque está muy bien realizado y responde claramente a una experiencia personal auténtica, a la dicha y vivencia de llegar a cumplir con su vocación religiosa y de maestro.
(Como sabemos, el Hermano Miguel escribió aquí en liras, esto es en versos rimados que van en estrofas formadas por cinco líneas, tres heptasílabos y dos endecasílabos. Derivada de la Literatura italiana renacentista, la lira – y su variación, la silva- fue cultivada en España con éxito por Garcilazo y luego, con notable perfección, por los mencionados San Juan de la Cruz y Fray Luis de León. La lira la volvemos a encontrar en Gustavo Adolfo Bécquer y posteriormente en Amado Nervo).
Por lo demás, la mayor parte de la poesía del Hermano Miguel es más bien de carácter didáctico, religioso o conmemorativo.
A decir verdad, la poesía mística sólo florece intermitentemente en el Ecuador. A veces, mezclada con una fervorosa devoción a la Virgen María. Tanto que incluso un poeta modernista y pesimista, de la “generación decapitada”, como Arturo Borja, incluye una mención que sorprende en la vida de un joven bohemio de final trágico y lamentable. Dice:
Es el último día
del mes de María.
Mayo en el huerto y en el cielo:
El cielo, rosas como estrellas;
El huerto, estrellas como rosas…
Hay un perfume de consuelo
Flotando por todas las cosas,
Virgen María, ¿son tus huellas?
Hay santa paz y santa calma….
Sale a los labios la canción…
El alma
dice, sin voz, una oración…
Recuerdo ahora que una vez que fui a visitarle al destacado periodista y también poeta y novelista Alejandro Carrión, y al conversar, él, que tenía una excelente memoria, tuvo la bondad de recordar un poema místico de mi abuelo, el Dr. Emiliano Mora, que había escuchado en Loja en su niñez. Se llama “El Rosario de María” y por su encanto y dulzura se volvió muy popular en mi ciudad. Dice una estrofa del mismo:
“Tierna, sentida canción
Una vez llegó a mi oído,
Tan tierna como el gemido
Del canario en su prisión;
Llena de mística unción
Y de tan dulce armonía
que siguiendo el alma mía
Las voces, nota por nota,
Halló que el alma devota
Cantaba un himno a María…”
Mi abuelo escribió una docena de poesías de gran delicadeza y también fundó algunas revistas y periódicos de efímera vida, pero él murió muy pronto y no pudo continuar su obra literaria…
Posteriormente en el Ecuador hallamos un autor que, con el pasar de los años, incursionó cada vez más en la vida espiritual y pasó, digamos, de la poesía modernista amorosa a la mística: José María Egas (1987-1982). Nacido en Bahía de Caráquez, su producción poética está reunida en publicaciones como «Unción» (1923), «El Milagro» (1951) y «Poemas de Ayer y de Hoy», pero lo mejor de Egas, y lo más místico, consta en esta última publicación y en los poemas que dejó inéditos, y que luego fueron reunidos y publicados por el I. Municipio de Guayaquil.
En el libro Poemas de Ayer y de Hoy, ya se advierte la influencia de los místicos españoles, sobre todo de Santa Teresa de Jesús:
Mi corazón absorto la seguía…
Mi fe en sus arrebatos la nombraba….
(…)
Pero la carne humilde no podía…
Mi verso tembloroso no acertaba…
Y del don que en sus éxtasis había
la Santa apenas a probar me daba!
Al fin llegó la luz!…Ciego, cautivo
Fundí mi amor con Jesucristo vivo
En el pan inefable de su mesa!
Y hoy basta sólo Dios!…Pero la invoco
Levanto mis moradas poco a poco
Y ya en mi corazón la tengo presa!
El padre Alfredo García Cevallos, notable conocedor de la poesía de José María Egas, afirma que en este soneto son evidentes los elementos teresianos: Dios como suficiencia (“Y hoy basta solo Dios”, dice el poeta) y la referencia a las moradas como camino de evolución o elevación espiritual a Dios, una doctrina propia de la Santa, a más de la mención del éxtasis…(…) Santa Teresa ha marcado un sendero que J. M. Egas quiere recorrer para llegar al Creador.
Luego en el poema “El verso imposible” el poeta describe su búsqueda, casi angustiosa, por hallar expresiones para su vida mística:
Verso sin luz ni palabra
Quiere salir y no puede
y se hace un nudo en el alma….
…………………………….
Y no sé hasta dónde llegue
Con su aridez desolada.
(…)
Verso que se alza impotente.
Gloria sin vida y sin alas.
Espuma que se adormece
sobre las olas cansadas…
Pero en el poema “El encuentro” J. M. Egas ya habla de un estado de conciencia en “donde caen los velos/ y surgen ventanas prodigiosas/ cielos claros, inmensos (…) y “un atisbo de gloria…”
El padre García considera que para llegar a ese punto el poeta ha comprendido que su vida ya no tiene sentido si no está unido a Dios.
Esta experiencia mística deja una altísima huella en el alma del poeta, tanto que sólo puede expresarla como canto y como alegría:
Alegría de Dios es mi alegría!
Alegría de Dios que todo alcanza!
Unión…Eucaristía!
Esto, dice el padre García, “ya no es poesía religiosa solamente, ya que no se dirige a Dios para orarle o reclamarle o simplemente cantarle; menos aún poesía con motivos religiosos. Aquí hay primero una experiencia y luego trata de expresarla con una suavidad envolvente y bella…”.
Según anota el comentarista, “Desde la fecha de aparición de la Poemas de Ayer y de Hoy (1974) hasta la fecha de la muerte del poeta ( en 1982), escribió una serie de poemas que tituló El tesoro escondido, que incluye un hermoso canto de amor que empieza:
“Soy amor cuando te pienso
y me abres tu cielo inmenso
(…)
Amor con que das la vida
porque fluye de tu herida
y es gracia en el corazón!”
“Pero, escribe el p. García, en la vida del místico no dejan de haber momentos duros, momentos de sequedad, recuperando la metáfora de la sed. Se ve que hay una atracción incesante, porque el amor no se busca jamás a sí mismo, sino que busca siempre al otro (…) y ( busca) perderse en él. Y por eso la espera le produce desolación. Por eso dice un poema:
Sólo palabras vacías
En las que apenas te nombro!
Dios mío! Qué sequedad!
El amor puede darse sin la alegría, pero es una carencia meramente accidental (…) Son las famosas “noches del espíritu”, pruebas o arideces que suponen un amor aún imperfecto.
Después, en otros versos, el poeta muestra que Dios se ha quedado con él. Leemos:
Te vas quedando en el alma
como se queda el amor;
como la música, el verso,
la luz y la creación!
Ya no se borra tu imagen.
Que todo es vida y unión!
(…)
Te vas quedando en el alma.
Se va quedando tu amor!
(…)
Que ya aprendieron mis ojos
a ver con el corazón!
En las cosas nada cambia.
Cambia mi soplo interior-
Ya soy otro, siendo el mismo
con esta resurrección!
Finalmente, antes de su muerte, vislumbra ya el momento de ese encuentro definitivo con el Dios que ama:
“Ya se acerca la hora…-canta-
Y vendrá tu milagro…En ese día
me darás otro sol…”
“Estos versos (…) no son (ya) solamente piadosos, dice el padre Alfredo García. (…) Este lenguaje cuestiona y hace que el lector capte la belleza de ese algo-que-está-allí, pero que no puede ser descrito fácilmente porque es inabarcable e inefable….”.
***
Como he seguido un orden cronológico, en esta parte me vería en el caso de anotar algo sobre mi poesía, pero como no me parece bien que yo hable de mi mismo, dejaré que otros opinen. El poeta argentino, Rubén Vela, Premio Nacional en su país, dice: “La obra de Eduardo Mora-Anda está fuertemente ligada a su pensamiento filosófico o, como decía Leopoldo Marechal, es a través de su hacer poético que culmina su hacer filosófico (…) A pesar del ceñido rigor intelectual que su palabra ofrece, no deja de sorprender la belleza de sus hallazgos poéticos, que son como temblores de un orden superior…” y cita, como ejemplos:
Oh claridad de Dios, el día llega!
Oh dulce y leve canto de las aves!
La luz, el suave viento, el mar en calma…
Oh buena y alta patria: la vida unánime!
Y esta es la alquimia al fin:
Hallarme, hallarte,
Cielo y mar otra vez, tan juntamente,
Toda la luz aquí, juntas las manos,
Otra vez la unidad, el sol, ¡tu canto!
Y en otra parte del libro “Los Salmos del Mar”:
Estos bosques oscuros son grandes templos.
Esta unción de los pinos llega hasta Dios.
Biblias de verde savia,
los árboles son himnarios,
íconos vegetales,
y manifiestos de Dios.
Hay gozos que no sabemos.
Y Otro Mar. Hay Otro Mar.
Por su parte, el escritor dominicano León David, anota: “Es menester destacar que la diafanidad de la expresión poética de Mora-Anda brota de su fuero íntimo con absoluta espontaneidad, como el agua cristalina de la fuente, con gratuidad soberana y humilde; sus estrofas nunca dan la impresión de ser el resultado de una minuciosa labor de artífice…” Y cita:
“Nos llegan trinos y frescuras nuevas.
El día besa los alegres sauces.
Y los jilgueros cantan, juegan, cantan
Su amor de luz en las audaces ramas…
El alma en libertad goza su calma.
Se abren las páginas de los tranquilos prados
Y Dios, El Libre, nos comparte abierto
Su gozo inenarrable…!
***
Lo último que puedo anotar ahora es que el año 1981 nos trajo una sorpresa: la ecuatoriana Eliana Cevallos Rojas (nacida en 1966 y residente en Suiza) ganó el Premio Mundial de Poesía Mística Fernando Rielo, con su poema “96 Dias y una confesión”, que entiendo fue publicado luego con un título mejor: “Donde se mecen suavemente las hojas”. Y que hace poco Eliana publicó otro libro, titulado “El último rincón del alma”.
Sicóloga de Logoterapia, se da modos de confiarnos, de algún modo, su experiencias:
¿Qué decir de Tu bien entre los hombres?
¿Qué decir del orden que vibra en esta tierra?
Lejos de mí el vano pensamiento.
Lejos de mí el deseo de atarlo a la frontera de las letras.
¿Qué decir de lo Inefable?
Sólo cabe el verso humilde…
(….)
“ Un día estuviste entre mis cuentos,
hadas, duendes y misterios.
Flotaba tu palabra en esos libros con olor a cuero,
(…)
Te recuerdo con un tic tac antiguo,
atrapando robles viejos,
saltando tejas, palomas y ladrillos
entre velas, sahumerios…
(…)
Te recuerdo
atizando mi niñez con fuego vivo
en una ceremonia esculpida de asombros,
(…)
Demasiada curiosidad se arrodillaba ante lo Eterno…”
Eliana, en sus versos libres, se destaca por la originalidad de sus inesperados giros y recuerdos…
Y así vamos…Como expresé en mi más reciente libro, “Himnos y Cantigas”, “la poesía es siempre una sorpresa. Una intuición que nos regala Dios”. (…) “El verdadero poema es una huella santa y traslúcida”…
Muchas gracias.