«Monseñor Luis Alberto Luna Tobar: Místico y profeta: Tensión dialéctica entre lo de adentro y lo de afuera», por Robin Calle Parra

(Fotografía El Comercio)

MÍSTICO DE OJOS ABIERTOS:

Es un honor poder pronunciar en esta tarde un ligero discurso en torno a la presencia contundente y significativa de Mons. Luis Alberto Luna Tobar. No podemos decir de otra manera cuando sabemos que su voz caló hondo en los distintos estratos que configuran el multifacético tejido social, político y religioso ecuatoriano.

Quisiera enmarcar este discurso a la luz del célebre pensador alemán Martín Heidegger, quien supo decir: “cuando tenemos que celebrar a algunos de aquellos hombres que han sido llamados a la creación de obras, lo que ante todo importa es honrar debidamente la obra”; debido “a que cuanto más grande es un maestro, con cuanto más pureza desaparece su persona detrás de la obra”. La obra de Monseñor Luna es grande, y detrás de la misma sigue reverberando su espíritu.

A modo de prólogo he de decir que Monseñor Luna conjugó bellamente en su ser, las bíblicas  figuras de Martha y de María; la entrañable receptividad de María; el vientre acogedor y gestor de vida de María, y la presencia servicial, desinteresada, des-centrada y extática de Martha trazaron el perfil humano y multifacético de Luis Alberto Luna Tobar. Martha y María estuvieron juntas en Monseñor Luis Alberto Luna, como juntas estuvieron en el interior de Santa Teresa de Ávila, su madre y maestra en el Carmelo Descalzo, Orden Religiosa que acompaño los pasos de este insigne obispo Carmelita Descalzo.

 Martha y María estuvieron en su acción contemplativa y penetrante; en su deseo constante de visibilizar el rostro de Dios en el semblante humano, de trastocar paradigmas sociales, económicos y culturales que vilipendiaban y mancillaban el rostro de Dios en la figura humana. Martha y María se dejaron ver en sus noches silenciosas y sonoras; en la soledad que “necesitan los amantes” (San Juan de la Cruz) para verse amándose el uno al otro mutuamente. Martha y María juntas maceraron el interior de Monseñor Luna, unificaron la realidad de afuera, es decir, el multifacético fenómeno exterior, dentro de su universo interior. No aparece, entonces, como un pragmático utilitarista, pero tampoco como un egoísta espiritualista. En todo ve a Dios, dentro de sí, y fuera de sí. “Hasta en los pucheros anda el Señor”, dirá extendida y profundamente la mística y humana Teresa de Jesús; de quien aprendió el arte de la mística y de la profecía, de la literatura y de la palabra honda, del anuncio y de la denuncia profética.

Fue entonces un místico de “ojos abiertos”, capaz de leer el pentagrama divino en la sinfónica melodía humana; en las notas altas y bajas del devenir humano encontró una palabra divina. Un gran lector e intérprete del fenómeno humano; un partero de la belleza humana y divina, ahí donde se gestaba el llanto, el dolor y el dramatismo del hombre y de la mujer sufriente. Pudo encarnar el espíritu de las bienaventuranzas: “Dichosos los limpios de corazón porque ellos verán a Dios”, ahí donde la mirada ligera y superficial, donde los paradigmas utilitaristas y de mercado ven únicamente deterioro, fealdad, pobreza cultural y económica.

Fue un vidente porque contempló no ya con los ojos físicos, metafóricamente hablando, sino con los del alma, esto es, con el ojo interior, y desde “las profundas cavernas del sentido” (Juan de la Cruz) y del corazón, a Dios revestido de humanidad doliente, y con ello hizo suyas las palabras del Señor: “Cada vez que lo hiciste con uno de los más pequeños conmigo lo hicisteis” (Mt 25,40), y a la humanidad penetrada de divinidad, reverberando con ello la experiencia de su madre y Maestra en el Carmelo Descalzo, Teresa de Jesús: “Fija Dios a sí mismo en lo interior de aquel alma de manera que, cuando torna en sí, en ninguna manera pueda dudar que estuvo en Dios y Dios en ella”.

Es un Alma inflamada de amor la vida encarnada y contextualizada de Monseñor Luis Alberto; un alma enamorada de la vida en sus múltiples expresiones y facetas, porque en ella atisbó la huella de Aquel que crea, cuida, guarda y cría la vida.     Se deleitó en Dios que se dejó oler en el aroma de las plantas; tocar en las grietas y en las aristas del hombre; oír en el gemido de la mujer doliente, en el gozo del hombre solidario y justo; que se dejó ungir en el ser del desconsolado, excluido y abandonado por las distintas patologías de la civilización occidental. Como todo contemplativo “se deleitó en los bosques y espesuras, plantadas por la mano del Amado, en el prado de verduras de flores esmaltado” (Juan de la Cruz); es que por ahí también había pasado el Señor, como nos lo recordará su padre y maestro en el Carmelo Descalzo, Juan de la Cruz: “mil gracias derramando pasó por estos sotos con presura, y, yéndolos mirando, con sola su figura vestidos los dejó de hermosura”.

La creación, y el ser humano en ella,  están vestidos de divinidad; lo mismo la prostituta, el lustrabotas, el sacerdote, la mujer, el pobre, y el rico. Luis Alberto fue capaz de descubrir lo inefable de Dios en lo tangencial del hombre concreto que devenía en situación histórica. No en vano fue un gran defensor de la causa justa del hombre, es decir, de los Derechos Humanos, porque esa es la profunda causa de Dios. Se paró en los despeñaderos existenciales, en los desfiladeros del ser, ahí donde anidó el desconsuelo y la palabra entrecortada por el llanto y el sufrimiento, para recuperar la voz de aquellos que adolecen de la misma.

De lo meditado hasta el momento resaltemos una gran verdad teológica y antropológica: Dios ha hecho de la persona humana su tienda; ha acampado en cada uno de nosotros; somos, entonces,  su morada, su espacio, su tabernáculo. ¡Profundísima la dignidad del hombre y de la mujer! Es, entonces, el “alma humana como un castillo todo de un diamante o muy claro cristal adonde hay muchos aposentos así como en el cielo hay muchas moradas (…) y en el centro y mitad de todas ésta tiene la más principal, que es adonde pasan las cosas de mucho secreto entre Dios y el alma” (Santa Teresa de Ávila). El ser humano aparece entonces como una centella de divinidad, como una exhalación del totalmente Otro; es Dios por participación como nos lo recordó el místico Juan de la Cruz, quien junto con Teresa de Jesús tejió el corazón y dilataron la inteligencia sapiencial de Monseñor Luna Tobar.

 

Esta realidad lo entendió perfectamente Monseñor Luna, y entró dentro; no se quedó merodeando el Castillo, no vivió a partir de las modas del momento, de los espectáculos religiosos e ideológicos que primaban; vivió en las profundas “cavernas del sentido” (Juan de la Cruz); habitó su casa; olió su hogar, bebió del propio pozo, no ya de los charcos que intoxican y que aparecen en las epidérmicas superficies sociales, religiosas y políticas; bebió del manantial de vida que anida en las profundidades inefables de la persona humana y del contexto histórico. ¡Cuán manso y amoroso recuerdas en mi seno, donde secretamente solo moras, y en tu aspirar sabroso, de bien y gloria lleno, cuan delicadamente me enamoras! Es el eco de Monseñor Luna a Juan de la Cruz su maestro en el Carmelo Descalzo.

 

Hizo de su vida una vida insondable. Se dejó abrazar, y amar entrañablemente por el Señor que inhabitaba sus entrañas. Recorrió el hogar, en definitiva, se metió en el corazón del hombre, de la historia, de su propio ser. Ese éxodo, es decir, el paso de lo epidérmico hacia la hondura de la vida fue lo que reverberó en su praxis apostólica.

 

Monseñor Luna vivió adentro y afuera, en las profundidades de su Ser, pero siempre en comunión con lo que estaba más allá de sí mismo. Un hombre que rompió las barreras estrechas de la personalidad, y con ello dilató y extendió el radio de su propia auto-conciencia. La profundización de su vida, parecería, que le ha llevado a la abolición de un “yo” estrecho y limitado, entrando así en la conciencia más amplia de todo lo que vive, suena, llora, goza y gime. Gran defensor de la alteridad y de la diversidad humana, por lo mismo, un asiduo oponente de todas aquellas expresiones que disparaban estructuras políticas, sociales y religiosas de corte individualista o de impronta colectivista. Ni colectivismos ni individualismos, dado que los dos aparecen como un cáncer que destruyen el tejido y la sinfónica armonía social.

Vive desde el hondón del alma (San Juan de la Cruz); es decir,  desde adentro; desde las profundidades de su ser donde anida una Presencia. Es un hombre, como los místicos, que habitan su interior, y que permiten que Otro les inhabite a ellos. En cuanto que vive desde adentro, es in-manipulable y veraz; irreverente ante las voces que silencian la vida; ante las voces que piden envilecer al ser humano y a la creación entera; esto porque su voz fue y es la Voz de Dios que desde los distintos rincones clama diciendo: cuida la vida, protege la dignidad, acaricia y consuela al Creador en la creación. No manipules, entonces, al ser humano; no lo ensucies y tampoco lo corroas. Monseñor Luna está situado en las coordenadas históricas, en los contextos situacionales, en las esferas políticas, pero trascendiéndolos; no es preso del tiempo, ni de las realidades coyunturales, en cuanto que “Sólo Dios basta” (Teresa de Jesús); y de “rodillas solamente ante Dios” (Monseñor Luna Tobar). Un hombre libre, entonces, en el interior; libre para amar de la misma manera como sintió que Dios le amaba,  y le amaba revestido de forma humana, de caricia de hombre, de palabra gimiente. Fue solícito ante el clamor del pobre. También él como el Señor oyó el “clamor del pobre” y descendió desde las alturas, desde las élites sociales y religiosas,  para liberarlos, para devolverles la esperanza, para llevarlos a la tierra que mana leche, y miel y no ya vinagre que envilece, envenena y denigra al ser humano.

 Vio y Oyó profundamente la vida que quiere parir en medio del dolor, que gimiendo está con dolores de parto; se parece tanto a Dios; al Dios que nos lo comunicó y nos lo reveló Jesús, a saber,  que Dios es Padre-Madre misericordioso porque nos ve, nos contempla, nos oye ahí donde nosotros nos desconocemos.

Monseñor Luna vivió en la “interior bodega” (Juan de la Cruz); en el “más profundo centro” (Teresa de Jesús); pasó la barrera, entonces,  de lo obvio y de lo evidente; dio, lugar entonces, a que su conciencia se expanda y se dilate. Penetró más adentro de la trama de las cosas…más allá de lo que aparece a flor de piel, de lo apariencial, de lo canonizado paradigmáticamente en la sociedad, de la farándula religiosa y política ideológicamente hablando; de las mezquindades humanas que etiquetan y con ello diluyen y cierran las puertas y los horizontes al individuo con sed de infinito. Pasó el egoísmo humano, es decir el falso yo, para entrar en contacto con los menesterosos de la historia, con los descartados de la vida, con los desplazados del areópago religioso y social. No olvidemos que en el más profundo centro “se fijó Dios a sí mismo” (Teresa de Jesús). El asunto práxico de Monseñor Luna es eminentemente teologal, pero con mordiente histórica, social y política. Por eso lo hemos de llamar un místico de ojos abiertos, en contraste con los ojos cerrados que nada ven, a lo sumo sus propias narices, y eso con dificultad.

Sumergirse en su propio centro, es otra manera de indicar la urgencia de permanecer “atentos a lo interior”, a lo esencial; ahora bien, atención a lo interior no es sinónimo de alimentación egolátrica, sino de correcta ubicación de sí mismo en relación con el mundo y con Dios. Desde el interior, se da entonces, un rebosamiento de los estrechos límites de la autoconciencia que tiende, ahora, a la conciencia del Otro. Se trata de un ensanchamiento y expansión de la propia conciencia en relación con todo lo creado y por medio de ello con el Creador.

“El místico es aquel que penetra sus ojos y corazón en las realidades últimas sin desatender las penúltimas. No permite, aunque las atiende con solicitud, que las cuestiones urgentes de la vida (necesidades primarias) monopolicen el campo de la conciencia” (Evelyn Underhill). El místico, descubre en el fondo de su ser, que el acontecer del hombre no se agota en las coordenadas sociopolíticas, culturales y económicas; sino que aunque inmerso en ellas, las está trascendiendo, se está saliendo, en virtud de su sed de infinito y de trascendencia. “El hombre, entonces, es lo que hace con lo que hicieron de él”. (Jean Paul Sartre)

Quisiera concluir esta primera parte de la meditación de esta noche diciendo con el psiquiatra y psicólogo Carl Gustav Jung lo siguiente: “Tu visión se hará más clara solamente cuando mires dentro de tu corazón…Aquel que mira afuera, sueña. Quien mira en su interior, despierta”; y creo que esa fue la vida de este insigne Carmelita Descalzo hijo de Teresa de Ávila y de Juan de la Cruz. Estuvo despierto, iluminado dirán los orientales, porque vivió en consonancia con el interior suyo, de los otros y de los acontecimientos históricos; quitó la cáscara de la vainita, para asumir la sustancia. Estar despiertos es otra manera de decir que estamos siendo nosotros en la vida; no ya que nos están siendo, sino que somos idénticos no ya al modelo de modas, o al mesías político de turno; sino a nosotros mismos y así a Dios en nosotros mismos.

 

 

 

MONSEÑOR LUIS ALBERTO LUNA, UN PROFETA: UNA VOZ DE DIOS

 

 “Oh llama de amor viva

Que tiernamente hieres

De mi alma en el más profundo centro.

Pues ya no eres esquiva,

Acaba ya, si quieres;

¡rompe la tela de este dulce encuentro!

 

¡Oh cauterio suave!

¡Oh regalada llaga!

¡Oh mano blanda! ¡Oh toque delicado,

Que a vida eterna sabe,

Y toda deuda paga!

Matando muerte, en vida la has trocado.

 

¡Oh lámparas de fuego,

En cuyos resplandores

Las profundas cavernas del sentido,

Que estaba oscuro y ciego,

Con extraños primores

Calor y luz dan junto a su querido!

 

¡Cuán manso y amoroso

Recuerdas en mi seno,

Donde secretamente solo moras, y en tu aspirar sabroso,

De bien y gloria lleno,

Cuan delicadamente me enamoras”

 

                                                                                                      (San Juan de la Cruz)

Una vez más el paralelo de Monseñor Luna con el místico, poeta y literato Juan de la cruz. Hay un corazón ardiente en Luis Alberto Luna; un interior que está en ascuas, es decir, encendido; por eso su palabra quema la paja; sus gestos interpelan las conciencias. Hay una “llama de amor viva” (Juan de la Cruz) que pulula en las entrañas de este hombre. Se trata de una llama de amor, no del resentimiento y de la discordia; el amor y la pasión por Cristo y por la humanidad le llevó a comprometerse con los más desprotegidos de la historia, con los empobrecidos y crucificados de la vida. Percibió que existen crucificados necesitados de liberación; urgidos de trascendencia, es decir, de hacer el paso de la opresión injusta hacia la liberación integral del ser humano. Es un profeta, solamente porque es un hombre de Dios; porque el criterio a través del cual discierne todos los signos de los tiempos, es la Palabra del Padre que “oye el clamor del pobre”. Resuena en su vida, entonces, la voz de Dios que le invitó a ir por el mundo comunicando que Dios es amor y que todo ha de ser encauzado hacia Él. Resonó la palabra de Dios en cada palabra humana; en cada silencio humano; en la noche obscura y en la luz meridiana;  en el dolor desgarrador; y en la liturgia de la vida; en el silencio orante y en la “soledad sonora que recrea y enamora” (Juan de la Cruz). Es un enamorado de Dios y del ser humano en concreción histórica.

 

Hizo suya, entonces, la causa de Dios que es el hombre. La “gloria de Dios es el hombre” nos lo recordará San Ireneo de Lyon. Dios ha hecho una opción por el hombre. Luis Alberto Luna también, porque antes hizo una opción por el Señor. Dejó que el Señor transparente  en él la ternura del Padre-Madre a los más “descartados de la historia”. Su palabra anuncio el consuelo de Dios a los necesitados de sonrisa, a las urgidas del abrazo no posesivo y violento; a los que requerían de mirada no acusadora, sino enternecedora.

 

Es profeta, porque en él centellea el Misterio, porque en él como en nosotros habita la chispa divina, la Verdad de Dios que nos urge vivir en la justicia y por ello siendo artífices de paz. Es el profeta del Reino porque hace eco a la Voz Mayor, es decir a Jesús que decía: “Dichosos los pobres, los sufridos, los que lloran, los que trabajan por la paz, los que buscan como Dios hacer de la tierra el cielo y por eso son perseguidos, los mansos y sencillos”. Dichosos nosotros, porque estamos siendo sostenidos por el Señor.

 

Es profeta, Monseñor Luna porque ensanchó su tienda, y con ello hizo eco positivo a la invitación del Señor que le decía: “ensancha tu tienda”; es decir oyó la invitación de Dios que le insinuaba dejarse tocar por el hombre, dejarse acariciar por el menesteroso, dejarse abrazar por la prostituta y por el lustrabotas. Fue consuelo para el desconsolado, entonces; manos para los mancos, corazón para los agrietados de la historia. Dios miró y consoló por las pupilas de Monseñor Luna; e interpeló por la fuerza de su palabra a los corazones egoístas y mezquinos que pretenden hacer del mundo, no ya la fraternidad universal, el banquete festivo donde participan los excluidos, sino una realidad atómica e isla, jalonado por los guetos colectivos  y por los individualismos que ponen entre paréntesis al prójimo.

La mística que Monseñor Luna vivió y enseñó, más que una mística de ojos cerrados, era una mística de ojos abiertos, comprometida en la percepción intensificada del sufrimiento ajeno. Es profeta, porque como san Pablo podía haber mencionado: “Ya no soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí”, quien habla en mí, quien mira en mí, quien toca en mí, quien acaricia y unge en mí, quien denuncia en mí. Luis Alberto Luna, fue, entonces el resonar de Dios en el mundo; y por ello es el hombre de Dios y el hombre para el hombre.

Hay fuego en el interior de Monseñor Luna, como está también en nosotros y “ojalá que estuviese ardiendo”; para que como él podamos ser transparencia del Señor que salva en la historia. Finalmente atribuyamos a Monseñor Luna las palabras del místico Juan de la Cruz, Carmelita Descalzo como él: “Qué bien sé yo la fonte que mana y corre aunque es de noche”, aunque hay dolor y sufrimiento. Es profeta porque bebió del manantial de la vida llamado Jesús, y del agua pura que brotaba de las comunidades empobrecidas. Su palabra escrita y pronunciada revela que él es una palabra vital, en cuanto que una Palabra mayor fecundó y creció en su vientre interior.

P. ROBIN CALLE PARRA OCD.