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«En homenaje a Mons. Alberto Luna Tobar, sacerdote de la Orden de Carmelitas Descalzos», por Julio Pazos Barrera

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Julio Pazos Barrera

                                                Miembro de Número de la Academia Ecuatoriana de la Lengua

          La Academia Ecuatoriana de la Lengua, correspondiente de la Real Española, me ha encomendado tributar un homenaje  a Mons. Alberto Luna Tobar, O.C.D., miembro ilustre de la institución. Confieso que la honrosa misión excede mi capacidad. Sin embargo, asumo la osadía porque más ha podido la veneración que profesé y profeso a Mons. Luna que mi timidez. Una figura me ayuda a explicar la compleja y grave circunstancia: me veo como un barquichuelo intentando entrar en el océano. Mientras más me aproximo, la fuerza de las olas me deja en la playa. Ojalá pueda encontrar las palabras adecuadas para trazar, dignamente, un boceto de la personalidad de Mons. Luna, de quien fui su alumno en su cátedra de Psicología General, en la Pontificia Universidad Católica del Ecuador.

          Entre tanto y a propósito de la cátedra mencionada, traigo a mi memoria un episodio decidor: después de la descripción pormenorizada del sistema nervioso y del comportamiento de las células cerebrales, el profesor expuso el fenómeno de la sinapsis. Mucho más debió describir, pero recuerdo que llegó a un punto muy intenso que formuló a modo de pregunta: ¿cómo se forman las ideas? Y ante la respetuosa atención de los alumnos, se respondió y dijo: es un misterio. Después de una pausa comentó que  allí concluían los esfuerzos científicos de la Psicología Experimental.

          Del paso de lo inexplicable al tema de los místicos carmelitas no soy conocedor. No obstante, bien rememoro el énfasis del profesor Luna Tobar cuando trató de los éxtasis que ensimismaron a aquellos santos. Era el capítulo de la ciencia infusa.

          Declaro que no aproveché las explicaciones del profesor carmelita, descuido que me castiga con frecuencia. Sin embargo, el generoso regalo que se desprendió de esas lecciones fue el interés por la lectura de los poemas de San Juan de la Cruz, patrono de los poetas que escriben en español, y de los textos de Santa Teresa de Ávila, doctores los dos de la Iglesia Católica. Por cierto, para no presumir, aclaro que más es el asombro ilimitado que me causan los poemas y los escritos de los autores carmelitas que la pobre interpretación que pudiera arriesgar.

          La consecuencia de lo dicho fue la admiración al profesor Alberto Luna Tobar. Así pues, sin que mediara invitación, asistí a su consagración como obispo auxiliar en la Catedral de Quito. En algunas ocasiones, en Cuenca, no me perdí sus homilías en la Catedral, en sus misas del domingo por la tarde.          Con atención seguí la tribulación que le causó el poder político prepotente e ignorante. Admirable fue la actividad de Mons. Luna en las búsquedas de alivio y ayuda para los afectados por la tragedia de La Josefina.

          Me aproximé a él, en 1992, a propósito del seminario organizado para conmemorar los cuatrocientos años del fallecimiento de San Juan de la Cruz.  Intervine  con un frágil comentario sobre El pastorcico. Magnífico, en cambio, fue el ensayo intitulado  Palabra, Amor y Vuelo, de Mons. Luna.

           En términos netamente terrenales, me enorgullecí cuando encontrándome en el Monte Carmelo, en el santuario dedicado a la Virgen del Carmen, el hermano que atendía en la tienda de relicarios y recuerdos, preguntó, en italiano, sobre el lugar de mi procedencia. Yo respondí: del Ecuador. Entusiasmado, el hermano pronunció Alberto Luna Tobar y luego dijo: Cuenca. Los integrantes de su Orden, en varios continentes, le recordaban como la persona que asumió el Gobierno General de la Orden del Carmelo en Roma.

          La Universidad Andina Simón Bolívar Sede Ecuador y la Corporación Editora Nacional publicaron en el 2000,  el  primer volumen de las obras de Luis Alberto Luna Tobar y si pusieron primer volumen fue porque los escritos, para entonces, eran  numerosos, los publicados y los inéditos.

           En 1972, escribió: “De lo escrito, muy poco he publicado. Llevo veinticinco años de casi diaria predicación de la palabra evangélica y, acaso, en ello encontraréis, Señores Académicos de la Ecuatoriana de la Lengua, el argumento para concederme el honor de compartir vuestros afanes”.

          La cita corresponde al discurso de ingreso como miembro correspondiente, titulado El silencio, Palabra de Dios. El tema es en extremo denso para un neófito en Teología, como es mi caso; aunque a él solo puedo referirme con una imagen: Dios es un infinito silencio y en él y por su soberana voluntad se dio la palabra, como dice Luna Tobar,  se encarnó la palabra y en ella nos encarnamos los seres creados. En ocasiones intuimos el silencio, como en el caso del poeta de Fontiveros, y en otros, la palabra revelada o no, constantemente provoca,  impele a la trascendencia. “El hombre […] no ha escrito  la historia  ni la exégesis” del silencio de Dios, pero, en los términos de Luna Tobar, quien se refiere a sí mismo, se lee: “No soy yo quien pueda escribirlas [ … ] he hecho con mi mano un silo de secretos divinos, para mi subsistencia psíquica”, y para expresarse de mejor manera acude a un pensador, quien dice que : “la adoración de Dios [ … ] no es una regla de seguridad, sino una aventura del espíritu, un vuelo tras lo inasequible”. Luna Tobar parafrasea: “En mi caso, la aventura es un vuelo hacia el entorno del Inasequible, hacia la expresividad del silencio, para intentar traducirla”. Lo inasequible se convierte aquí en el Inasequible, es decir,  Dios.

          Mons. Luna esparció su sabiduría mediante el desarrollo de diversas problemáticas, siempre profundas y severas en cuanto a la precisión de valores y a la verdad, en su caso, como destello divino.

          En esa labor de luminosa producción tocó la esfera de las artes plásticas y para conocer su pensamiento, se puede leer el discurso que pronunció cuando fue proclamado miembro de Número de la Academia que hoy nos congrega. El título dice: Para hacer amistad con la luz en el recuerdo. Ensayo de entendimiento de la Fe y el Arte de Guillermo Larrazábal, (1985).  El vitralista español se afincó en Cuenca y de su mano son los vitrales de la Catedral Nueva. La lectura que hace Mons. Luna de esas obras relaciona el aspecto plástico con el sentimiento religioso del autor y con su desgaste psíquico. En propias palabras de Mons. Luna: “Ensayemos un entendimiento entre la fe y el arte; busquemos la entraña de un vitral para descubrir los orígenes de la luz amiga. [ … ]  De cara a la fe, bullía la pasión del artista: ante todo fue un teólogo que lucubró con la luz y el color, sobre el vidrio, en busca del rostro de Dios”. Paso a paso, Mons. Luna va desentrañando el significado de los colores y de su maravillosa sindéresis. De hecho, el proceso descubre el sentido de su percepción estética, originada en la lectura de sus mentores carmelitas.

          En 1999, la Universidad Andina Simón Bolívar entregó a Mons. Luna el título de Doctor Honoris Causa.  Con este motivo, pronunció el discurso  De la Sabiduría y la Universidad. Este discurso revela la empatía que le vinculaba con los campesinos y, en general, con la gente humilde. Saberes de toda índole subyacen en comunidades y barrios; en consecuencia, la Universidad no puede funcionar a espaldas de esos saberes. Toda la armazón académica debe partir de la antropología cultural. Mons. Luna, apela a su experiencia pastoral y a sus conocimientos de las ciencias humanas para argumentar sus afirmaciones.

          El tema, ricamente desarrollado, no es objeto de síntesis este instante, pero acudo a sus palabras  para manifestar por lo menos una pequeña parte de su pensamiento. Dice: “Universidad, pon atención. Hemos llegado a las bases o las raíces auténticas del diálogo, que son también bases o raíces de toda cultura. [ … ] Hoy, a pesar de siglos y acaso de milenios de distancia de aquella épocas en las que solo se hablaba y aún no se encarcelaba palabras en la escritura, nuestros campesinos, alfabetos o analfabetos, pronuncian sus palabras dialogantes, cocreadoras y expresan su pensamiento intuitivo de tal forma, que el investigador mínimamente atento de inmediato percibe que cada una de las expresiones lleva consigo una carga riquísima de tonos o acentos singulares, con sabor de tiempo o de espacio y con poder para revelar síntesis de conocimientos comunitarios, acaso milenarios”.

          La extensa obra de Mons. Luna contiene ensayos biográficos y conmemorativos que ofrecen las diversas facetas de su inteligencia, nunca alejadas del eje de su misión evangélica. Facetas de muy diversa índole, como en el caso de su participación en la entrega de la Enciclopedia de la política, del Dr. Rodrigo Borja. Al comienzo, Mons. Luna, expresó lo que entiende por política. Según él la “Ciencia de los principios sociales que gobiernan pueblos e instituciones y arte de conjugación de los derechos comunes con los individuales”.  Profunda y certera concepción de la ciencia que escasamente se torna realidad. En todo caso, Mons. Luna dice que la Enciclopedia de Borja logra la “simbiosis de lo universal y lo personal en términos de precisión y claridad, que revelan indiscutible magisterio”. Prosigue con una puntual apreciación: “Rodrigo Borja ha vivido la transformación de su pensamiento, desde la soledad de la mente al encuentro con los pueblos”.

          Para terminar, retorno a mis apreciaciones iniciales relacionadas con San Juan de la Cruz. Estimo que los poemas y comentarios del fundador carmelita descalzo fueron, en término profano, el alter ego de Mons. Luna; es decir, fue el otro que enseñaba y a quien, emotivamente, aludía como padre. En Palabra, Amor y Vuelo, texto antes mencionado, Mons. Luna escribió: “Llevo algo más de cincuenta años releyéndole. Con ignorancia asustada en las primeras horas, con atrevimiento en las siguientes, con pasión en estas últimas en las que según él escribió: ´A la tarde te examinarán en el amor ´ (Avisos 57). Es verdad que el amor es atrevido; pero también es el mejor intérprete en la fidelidad. El amor hornaguea la inteligencia y, a la tarde serena y equilibra”.

          Esa clara percepción intelectual, esa intensa convicción de la fe, ese amor a Dios y a la humanidad en las acciones, fueron los signos que distinguieron a Mons. Luna Tobar y que iluminaron su tránsito por la tierra hacia el misterio.

          Estoy seguro de que la lira del Cántico Espiritual, de San Juan de la Cruz, que más gustó al carmelita quiteño, puesto que más la repite y estudia es la siguiente

                   ¡Oh cristalina fuente,

                   si en esos tus semblantes plateados,

                   formases de repente

                   los ojos deseados

                   que tengo en mis entrañas dibujados!

                   (Cántico, canción 12)

Referencias

San Juan de la Cruz, Obras Completas, 3a Ed., Madrid, Editorial de Espiritualidad, 1988.

Luis Alberto Luna Tobar, OCD, Estudios y discursos académicos, Quito, Universidad Andina Simón Bolívar, Sede Ecuador-Corporación Editora Nacional, 2000.

Varios, Homenaje a San Juan de la Cruz, Quito, Abya-yala, 1992.