«Mujer del mar» (Pedro Jorge Vera)

Era toda del mar. Desde la honda / raíz del hueso hasta el reluciente / pétalo en que la piel triunfal remata. / Las algas que poblaban su cabello / mecíanse al impulso de la brisa / marina de su aliento. Por su cuello / descendía...

Era toda del mar. Desde la honda
raíz del hueso hasta el reluciente
pétalo en que la piel triunfal remata.
Las algas que poblaban su cabello
mecíanse al impulso de la brisa
marina de su aliento. Por su cuello
descendía en raudal la conchaperla
hasta la playa brava de los hombros.

Era toda del mar. Ola en su cuerpo
horizontal, agónico o enhiesto.
Ola en sus labios de molusco. Ola
en sus pechos potentes como proas.
Ola en sus muslos ebrios. En su vientre
donde el coral su orfebrería instalaba.
Ola en su corazón. Ola en sus venas.

Era toda del mar. Sus dos pupilas
eran agua de mar adormecida.
Al puerto de su boca yo arribaba
como un lobo marino presentido.
Me mordían sus dientes insurrectos
con la furia tenaz de los ahogados.
Sus manos eran dos gaviotas ávidas
cayendo heridas en mi arena muerta.
Y sus uñas entraban en mi carne
como arponazos, como anclas nocturnas

Era toda del mar. Mis carabelas,
en su sangre por rayos sacudida,
descubrían los nuevos continentes.
Ciegas, las golondrinas acudían
a inflamarse de mar en su mirada.
Estatua de agua, y sal, y sangre, y viento,
el mar la acompañaba como un perro.

Era toda del mar. Como en las noches
en que el marino crea los siete mares
las estrellas cantaban a su paso.
Los grandes ríos de mi pasión salvaje
morían en su océano tumultuoso.
Ella era el temporal y el arco iris.
Ella era el sur y el norte de mi brújula.

Era toda del mar. Viejos tesoros
dormían en sus regiones submarinas.
Sus islas solitarias amparaban
misteriosas imágenes de niebla.
La rosa de los vientos desbordaba
su verde corazón aventurero.
Y sus palabras truncas me llegaban
como el eco de antiguas caracolas.

Era toda del mar. Ante su embruje
quemé mis naves y rompí mis flechas.
País de libertad, país de muerte,
entregado a tus aguas sin remedio,
escribí en mi diario abandonado:
“¡Marineros, al mar, hasta la muerte!”

Era toda del mar inexorable.
Era toda del mar incontenible.
Y porque era del mar, del mar eterno,
una mañana, con las velas altas
y sin mirar atrás volvió a su reino.

Transcrito por Jorge Luis Pérez Armijos. Tomado de Compilación de poemas de ecuatorianos.

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