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«Mujeres» (José Martí)

Ésta es rubia; ésta, oscura; aquélla, extraña / Mujer de ojos de mar y cejas negras: / Y una cual palma egipcia alta y solemne / Y otra como un canario gorjeadora. / Pasan, y muerden: los cabellos luengos...

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I

Ésta es rubia; ésta, oscura; aquélla, extraña
Mujer de ojos de mar y cejas negras:
Y una cual palma egipcia alta y solemne
Y otra como un canario gorjeadora.
Pasan, y muerden: los cabellos luengos
Echan, como una red: como un juguete
La lánguida beldad ponen al labio
Casto y febril del amador que a un templo
Con menos devoción que al cuerpo llega
De la mujer amada: ella, sin velos
Yace, y a su merced: —él, casto y mudo
En la inflamada sombra alza dichoso
Como un manto imperial de luz de aurora.
Cual un pájaro loco en tanto ausente
En frágil rama y en menudas flores,
De la mujer el alma travesea:
Noble furor enciende al sacerdote
Y a la insensata, contra el ara augusta
Como una copa de cristal rompiera:
Pájaros, sólo pájaros: el alma
Su ardiente amor reserva al Universo.

II

Vino hirviente es amor: del vaso afuera,
Echa, brillando al sol, la alegre espuma:
Y en sus claras burbujas, desmayados
Cuerpos, rizosos niños, cenadores
Fragantes y amistosas alamedas
Y juguetones ciervos se retratan:
De joyas, de esmeraldas, de rubíes,
De ónices, y turquesas y del duro
diamante, al fuego eterno derretidos,
Se hace el vino satánico: mañana
El vaso sin ventura que lo tuvo
cual comido de hienas, y espantosa
Lava mordente se verá quemado.

III

Bien duerma, bien despierte, bien recline—
Aunque no lo reclino— Bien de hinojos,
Ante un niño que juega el cuerpo doble
Que no se dobla a viles y a tiranos,
Siento que siempre estoy en pie: —si suelo,
Cual del niño en los rizos suele el aire
Benigno, en los piadosos labios tristes
Dejar que vuele una sonrisa, —es cierto
Que así, sépalo el mozo, así sonríen
Cuantos nobles y crédulos buscaron
El sol eterno en la belleza humana.
Sólo hay un vaso que la sed apague
De hermosura y amor: Naturaleza
Abrazos deleitosos, híbleos besos
A sus amantes pródiga regala.

IV

Para que el hombre los tallara, puso
El monte y el volcán Naturaleza,—
El mar, para que el hombre ver pudiese
Que era menor que su cerebro: —en horno
Igual, sol, aire y hombres elabora.
Porque los dome, el pecho al hombre inunda
Con pardos brutos y con torvas fieras.
Y el hombre, no alza el monte: no en el libre
Aire, ni sol magnífico se trueca:
Y en sus manos sin honra, a las sensuales
Bestias del pecho el corazón ofrece:
A los pies de la esclava vencedora:
El hombre yace deshonrado, muerto.

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