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«Román», por don Marco Antonio Rodríguez

Originario de un lugar pródigo en folclore, se sustentó de sus voladuras de fiestas y colores. En esa vertiente rescató los elementos más sencillos de la imaginería popular hasta sus más ricas y barrocas escenografías...

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Foto: Diario La Hora

“Mi vida fue una geografía/ que repasé una y otra vez,/ libro de mapas y de sueños./ En América desperté”. Plantado en América, Nelson Román (Latacunga, 1945) ha fundado su creación visual que transgredirá tiempo y espacio. De niño soñaba con una luz que estallaba en miríadas de otras que eran la misma, la de El Ojo del Jaguar, nombre de su taller: ojo hendiendo las entrañas del mestizaje.

Originario de un lugar pródigo en folclore, se sustentó de sus voladuras de fiestas y colores. En esa vertiente rescató los elementos más sencillos de la imaginería popular hasta sus más ricas y barrocas escenografías.

Su entorno incidió en su oficio. Su padre estudió Bellas Artes y de su mano restauró y decoró iglesias, su madre lo inició en la lectura. Alejandro Jacho lo obnubiló con sus máscaras trabajadas para las fiestas populares. En los laberintos interiores de Román se iba leudando su avidez por atar nuestras raíces más remotas con nuestro presente.

Sus series convocan asambleas de símbolos: cielos, mares, árboles, caballos, serpientes, aves, con hermosura que embelesa y aturde; el arte de Román comprende nuestro ser latinoamericano, no clarifica ni simplifica, organiza con base de sus esencias sagradas un fresco soberbio y extraño. El paraíso terrenal hollado y calcinado, redivivo por su genio. El árbol de la vida desplegando su turbadora copa, bullendo de amor y nutrida por los cuatro ríos sagrados. El feísmo absorbió su ciclo primigenio. Vehemencia gestual, huellas de Cuevas y Goya, pero signado por su impronta mestizo-americana. Triunfos inaugurales: premios consagratorios, exposiciones en galerías y museos europeos y norteamericanos.

Múltiples son las técnicas domeñadas por la sensibilidad y la inteligencia creadoras de Román. Al iniciar los ochenta pinta paisaje escueto de dibujo y cromática violentista, preludio de series en las que ahondará en escenarios tramados por nuestras raíces: telurismo extraño y fastuoso, oda glorificadora de América. Otra integrada por ensamblajes mágicos, en los cuales esplendían espejos y plumas como traídos de tiempos inmemoriales. Román sentó sus reales en París con inusitado éxito que se esparció por Europa y Estados Unidos, pero siempre se dio tiempo para volver a su comarca andina.

Magna y vasta obra. Arte amerindio: “Los amantes de Sumpa”, “AXZA AXZA XXII (Ciudad perdida Mitad del Mundo)”, “El Dorado”, “Cazadores de cabezas, “Códices” (una sucesión de proposiciones)… Retorno incesante a lo profundo ancestral. Fasto y sacralidad. Hieratismo y algarabía. El caballo, mito poético, piafante y deslumbrador, atravesando los siglos. Seres humanos y animales antiguos y nuevos como el tiempo. Himno de un continente herido de muerte y renacido.

“Hombre de cualquier tierra o meridiano/ yo te ofrezco la mano:/ Te doy en ella el sol americano”.

Este artículo apareció en el diario El Comercio.

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