Paola Roldán, desde su grave enfermedad, desde su dolor y su angustia, tuvo la fortaleza, la determinación y la claridad de ideas necesarias para iniciar un proceso que nos puso a pensar. Y eso, en una sociedad mediocre, que vive esclavizada por la circunstancia, temerosa de los dogmas, sometida a los lugares comunes y habituada al acomodo, es, sin duda, un mérito enorme.
Nos puso a pensar si tenemos voluntad frente al dolor. Si las doctrinas pueden sacrificar la dignidad de los seres humanos. Si las pautas y las convenciones prevalecen o no sobre la capacidad de decidir en circunstancias insuperables. Nos puso a pensar en algo esencial que eludimos casi siempre: en la libertad de elegir incluso en las peores circunstancias, y considerar si la soberanía del individuo sería de tal alcance, que un ser humano podría o no tomar decisiones finales, en temas personalísimos como una enfermedad, que impliquen su propia eliminación. Si la religión tiene límites o si es absoluta. Si se puede creer sin miedo. Si se puede pensar la fe y renovarla.
El tema constitucional es importante: Paola Roldán puso a pensar a los jueces y les planteó una encrucijada: ¿el sufrimiento insuperable, el dolor irremediable, son sustentos jurídicos suficientes para legitimar una decisión y anular la presunta ilicitud de un acto? ¿Es posible asumir la muerte propia en semejantes circunstancias?
Pero más allá de lo jurídico está lo ético. ¿El derecho a la vida y a la felicidad tienen como contrapartida el derecho a una muerte digna? ¿Es obligatorio sufrir indefinidamente y en condiciones insuperables? ¿Puede la religión obstar la paz que busca un enfermo terminal? ¿La voluntad del enfermo tiene límites y puede comprometer a un tercero sin responsabilidad?
Temas enormes que la valentía de una mujer sometida al dolor levantó sin miedo en una sociedad practicante de una religiosidad que impide “pensar la fe”, dudar para convencerse o para construir otra forma de creer, una sociedad cargada de temores y prejuicios, incapaz de asumir que la “fe del carbonero” no edifica, no humaniza las creencias y que, con frecuencia, las consignas y los dogmas confrontan con el argumento esencial de nuestra condición de humanidad: la dignidad entendida como la posibilidad de ser feliz.
A algunos, el testimonio de Paola Roldán nos ha puesto en la necesidad de renovar las reflexiones, cuestionar los lugares comunes, examinar algunas creencias en las que vivimos apoyados, y mirar algunas reglas como presupuestos sociales o religiosos que se deben pensar en perspectiva distinta. Para otros, será un tema de convicciones respetables, pero no por eso susceptibles de imposición y peor de condena.
Este evento, más allá de dogmas o convicciones, nos puso a pensar, planteó un debate, ilimitado debate que debe excluir censuras y propiciar reflexiones objetivas y serenas.
Debería hacer que se repiensen las creencias, que se piense la fe, y que cada cual concluya aquello que sus reflexiones y su conciencia le aconsejen, ojalá sin condenas y sin infiernos.
Este artículo se publicó en el diario El Universo.