‘Oye mi ruego Tú, Dios que no existes,/ y en tu nada recoge estas mis quejas,/ ¡Qué grande eres mi Dios! Eres tan grande/ que no eres sino Idea.’ Miguel de Unamuno. ¿Existe Dios? ¿Él hizo al ser humano o este lo inventó para consuelo de su finitud y desazones? Darwin excluyó a Dios desde la biología, Hawking desde las leyes de la física, Nietzsche anunció su muerte. Pensadores ateos se regocijaron cuando Hawking negó a Dios; el biólogo Richard Dawkins, quien, habiendo sido detractor del genio, rompió en alabanzas desorbitadas sobre estas elucidaciones. El físico nuclear Fritjof Capra sustenta que es fácil probar la necesidad de un dios: “Los pueblos primitivos, a los cuales se les sustraía de sus rituales religiosos, se depauperaban de tal modo que llegaban a desaparecer. Igual sucedería con la humanidad de este nuevo siglo, aunque su proceso sería fulminante”.
Apenas ha habido sabio, escritor, filósofo o artista en la historia que no se ocupe de Dios en sus inagotables rostros.
Palabra: alfa y omega del ser humano, violación del tiempo. La vida eterna es la sustancia de todo dios. ¿Se busca la eternidad a través del amor? “¿Qué buscamos en el amor sino a un dios?”, dice Siddharta Gautama Buda. El Dios judeocristiano eligió una lengua, y uno de los más sabios y bellos libros que se hayan escrito, la Biblia, reúne poemas, narraciones, insuperadas. La escritura es una suerte de oración pero la experiencia de Dios antecede y sobrepasa la palabra escrita.
Grandes místicos como Jesús, Buda y Mahoma no escribieron nada. Pero sabemos sobre ellos a través de la palabra. Juan de la Cruz dejó tres de sus cuatro libros inconclusos y Tomás de Aquino, luego de su “iluminación”, no volvió a escribir, consideró que toda su obra era hojarasca. T. S. Eliot, luego de su conversión al cristianismo, escribió: “la palabra perdida se perdió…/ la usada se gastó…/ pero perdura en el Verbo sin palabra, el Verbo. En las entrañas del mundo”.
¿Qué tiene que ver el amor con Dios? Dios es amor por sobre todas las cosas, nos dicen las religiones; también juez que dicta sentencias sobre nuestras culpas. Amor y temor. Horizonte y abismo.
Maradona, uno de los jugadores más notables que ha dado la historia del fútbol, ha muerto. Duelo mundial. Ídolo a nivel planetario, amado y odiado. En 1998 se erigió una iglesia con su culto. No faltó imaginación para crear su propio padrenuestro, al cual acompañaron un epígrafe “sacrílego”: “y el nuestro es de verdad”; su D10s te salve (mimetizando dios con el célebre 10 de Maradona); su credo y sus 10 mandamientos.
Parodia o blasfemia, crimen nefando o extravagante muestra de fanatismo, allí seguirá para que sus feligreses glorifiquen fintas y goles históricos del futbolista, sepultadas flaquezas y aturdimientos propios de su condición mortal, dignos del disparatario humano, hasta que el tiempo, soberano único y eterno, lo permita.
Este artículo apareció en el diario El Comercio.