pie-749-blanco

Palabras de doña Susana Cordero de Espinosa en la incorporación de don Marco Antonio Rodríguez

El 18 de julio de 2012, don Marco Antonio Rodríguez se incorporó a la academia en calidad de miembro numerario. Compartimos con ustedes las palabras que leyó doña Susana Cordero de Espinosa durante la ceremonia.

Artículos recientes

El 18 de julio de 2012, don Marco Antonio Rodríguez se incorporó a la Academia Ecuatoriana de la Lengua en calidad de miembro numerario. Compartimos con ustedes las palabras que leyó doña Susana Cordero de Espinosa durante la ceremonia.

Marco Antonio Rodríguez, académico

En representación de nuestro director, don Renán Flores Jaramillo, ausente del Ecuador, y en mi calidad de subdirectora de la Academia Ecuatoriana de la Lengua, declaro instalada esta sesión solemne.

Me permito pronunciar unas palabras introductorias de bienvenida a nuestra Casa, a don Marco Antonio Rodríguez en este acontecimiento de especial significado para la cultura ecuatoriana.

Comentaré brevemente el poema titulado La ciudad, de Constantino Kavafis, poeta griego nacido en Alejandría a fines del siglo XIX; figura literaria esencial del pasado siglo y, como lo anotan sus biógrafos, uno de los mayores exponentes del renacimiento de la lengua griega moderna. En virtud de su lengua y su mirada, es, de muchas maneras, un poeta nuestro…

Al preparar este acto, inesperadamente vino a mi memoria el poema y fue como una llamada que quiero compartir con nuestro escritor, hoy recipiendario del antiguo y singular honor que consiste en ser promovido a miembro de número de nuestra centenaria corporación.

Dijiste: “Iré a otra ciudad, a otro mar.
En otra ciudad hallaré lo que no he encontrado en esta,
donde todo esfuerzo es una condena escrita
y donde se halla mi corazón —como un cadáver— sepultado.
¿Hasta cuándo mi espíritu permanecerá en este marasmo?
Donde vuelvo mis ojos, doquiera que miro
solo veo las oscuras ruinas de mi vida,
aquí, donde tantos años pasé, destruí y perdí”.

Nuevas tierras no hallarás, no hallarás otros mares.
La ciudad te seguirá. Vagarás
por las mismas calles
y en los mismos barrios envejecerás
y en estas mismas casas encanecerán tus cabellos.

No hay otro lugar,
siempre el mismo puerto terreno
y no hay barco que te arranque a ti mismo.
¡Ah, no comprendes que al arruinar tu vida en este sitio
la malograste en cualquier parte de este mundo?

¿En qué sentido este poema dialógico puede atribuirse al acto en el cual nos encontramos? Hoy el escritor encuentra, en el ámbito académico, una nueva casa. Llega a un lugar del que deberá apropiarse, a sabiendas de que es esta una forma de destino que ha de asumir con valentía y, quizás, no sin melancolía…

La casa de la palabra, cuya misión se resume en el lema “limpia, fija y da esplendor”, no es la de otro mar, ni la de una nueva ciudad a la cual acudimos por haber sentido la inutilidad de vivir en nuestro ámbito original. Hemos existido positivamente en el hogar del idioma español, al que dedicamos nuestro mejor afán. En la Academia seguimos la ruta inicial, ámbito de culminación, no de remplazo; aquí, nuestra paradójica labor, definida hace tres siglos, sigue siendo la de limpiar lo que nunca fue demasía en la expresión; fijar lo que en el tiempo y el uso necesariamente cambia, y dar esplendor al dolor y la alegría humanos manifiestos en la palabra. Los huéspedes de esta casa tienen en común idéntico afán; una vez reconocidos, nadie puede escapar de este hogar que decuplica nuestra responsabilidad. La Academia de la Lengua, a la vez, consagra y exige, entrega y duda, espera y consume…, sin metáfora. Todo depende, fundamentalmente, de nuestra conciencia de pertenencia al recinto del decir.

A partir de hoy, Marco Antonio Rodríguez, escritor cuyo lugar es la narración, es decir, la poesía y la creación, ciudades de las que tantas veces habrá querido huir a la búsqueda de otros mares, de otros territorios menos exigentes, más acogedores y fructíferos, pertenece a esta otra urbe, la de la unidad de la palabra, la de la comunidad de espíritu en el idioma donde, si da todo lo que es y aprovecha el puerto que hoy lo acoge, experimentará cómo no hay huida, de qué manera nos hallamos siempre en el mismo puerto terreno sin necesidad de barco que nos arranque a nosotros mismos… Comprenderá que, en la fidelidad al empeño de crear, gracias al cual hoy se encuentra entre nosotros, se habrá consumado sin consumirse su destino de escritor. Este momento inicial, nunca tardío, es también el mejor momento para evocar lo efímero de nuestra condición: en este acto, de alguna manera somos elevados por encima de nosotros mismos y de algunos de nuestros semejantes y es entonces cuando tomamos conciencia de qué forma todo ensalzamiento debe devolvernos a la humildad del discreto y sabio polvo de la tierra, esa morada irremediable…

0 0 votes
Article Rating
0
Would love your thoughts, please comment.x