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«¿Será posible?», por don Fabián Corral B.

¿Será posible entender al país como el lugar de encuentro, como la casa de todos y el punto de partida de nuestros destinos individuales? ¿Será posible que, después las campañas, las elecciones, los mítines...?

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¿Será posible entender al país como el lugar de encuentro, como la casa de todos y el punto de partida de nuestros destinos individuales? ¿Será posible que, después las campañas, las elecciones, los mítines y los actos de masas, se restaure la confianza? ¿Será posible que, alguna vez, volvamos a ver al Estado sin sospecha, como nuestro aliado para prosperar, y no como el duro recaudador y represor? ¿Será posible mirar al otro, al de la bandera distinta, sin el rencor escondido que ha alimentado la política? ¿Será posible que desterremos los prejuicios y las satanizaciones en contra del que crea riqueza, del que arriesga, del que produce? ¿Será posible volver a valorar la libertad y el riesgo, sobre la comodidad y el miedo?

Me pregunto todo esto —y podría preguntarme mucho más— porque he sentido roto a mi país, porque los vínculos con la gente ahora transitan por la descalificación y la sospecha, y porque prospera algo que empieza a parecerse al odio. Me pegunto porque veo que, donde alguna vez hubo caminos, se han construido toda suerte de trincheras y de fronteras mentales. Porque es cada vez menos frecuente el gesto aquel de la mano extendida. Porque la libertad es palabra subversiva y ejercicio sospechoso, porque escribir es un riesgo y opinar es peligrosa aventura. Porque nuevamente está en el centro de la discusión la República. Porque la obediencia es la regla, el silencio es el estilo y la duda es la consigna. Porque hablar de derechos individuales no promueve el entusiasmo que alguna vez tuvieron esos debates; ahora esos temas suscitan dudas, cuando no descalificaciones. ¿En qué momento, el derecho, la seguridad, se convirtieron en la piedra en el zapato del poder, y dejaron de ser su tarea sustancial y la razón que justifica su existencia?

La confianza es el presupuesto esencial sobre el cual viven y prosperan las sociedades; sobre ella se construye la profesión, la cultura y la familia. La confianza enraíza a la gente en su solar y lo transforma en patria, afianza al vecino en su barrio, hace del pegujal más pobre un paraíso, permite invertir y mirar el horizonte un poco más allá del evento electoral y del estrépito político. La confianza es el fundamento del patrimonio de las familias, ese derecho sagrado que no debe tocarse jamás en nombre de ninguna doctrina, ni a pretexto de cualquier proyecto. La confianza propicia el respeto a la ley y rodea de prestigio a la autoridad. Y es la confianza la que dota de contenido ético a la democracia, ella permite que democracia no sea solo una forma de elegir a los que mandan.

Con frecuencia, el juego de los poderes empaña la confianza y entabla rivalidades insuperables. Cada uno de nosotros se merece gente que apunte a la grandeza como tarea, y al abrazo como gesto. ¿Será posible aspirar a todo eso?

Este artículo apareció en la revista Forbes.

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