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«Palabras olvidadas», por doña Susana Cordero de Espinosa

Vamos, más que a palabras mal usadas, a palabras olvidadas; su abandono y omisión testimonian nuestro carácter social nulo, pobrísimo; nuestra existencia medida por ventajas materiales...

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Sin argumentos válidos, ostentan su voluntad de infringir la norma, lo que nos inflige daño, dolor, pesadumbre… (He aquí dos verbos cuyo uso confundimos: infringir, ‘violar’, ‘contravenir’, ‘transgredir’. Infligir, ‘causar daño’, ‘castigar’. En dos palabras, alguien, contraviniendo toda norma, castiga a la naturaleza, a todos).

Vamos, más que a palabras mal usadas, a palabras olvidadas; su abandono y omisión testimonian nuestro carácter social nulo, pobrísimo; nuestra existencia medida por ventajas materiales, sin atisbo de finura espiritual, vacía de preocupaciones humanitarias y ecológicas –dado el dolor que sufre la humanidad, que sufrirán nuestros descendientes por el daño infligido a la naturaleza, ‘humanitario y ecológico’ significan lo mismo-. Olvidamos, por ejemplo, ‘honor’. ‘Palabra de honor’, decían los abuelos, y comprometían su dignidad para siempre: honor era sabiduría, cumplimiento, compromiso; distinción; decencia, honra, renombre. ¿Le suenan, queridos lectores? Sus contrarios, indignidad, deslealtad, vileza, bajeza, indecencia, deshonor son mucho más frecuentes; abundan tanto, que, aunque procuremos olvidarlas, se han ‘normalizado’ en nuestra vida; la expresan, la regulan, le impusieron sus reglas vergonzosas y nos dejaron, literalmente, sin palabras…

¡Cuánto quisiera hablar de individuos honestos, de gente que piensa en los demás, que nos procura educación, buen ejemplo, esperanza; es terrible vernos obligados a lamentar la corrupción rampante, la mentira que vivimos. Y me veo forzada, una vez más, a referirme a esos ‘alguien’ que aprendieron a salirse con la suya infinitas veces, transformando a Quito y arruinando los valles por sobre toda ley, norma, concejo y consejo…. Acostumbrados a lograr ¡cómo? permisos y autorizaciones, argumentan falazmente: los 8 pisos de los 9 bloques y 277 departamentos en una de las últimas quebradas que quedan en Cumbayá, ‘son solo cuatro’, porque ‘los otros cuatro no se verán’ hundidos en la quebrada y la pendiente. No tienen permiso de construcción, pero sí, oficina de ventas ¡y venden! ¿Quién les hará devolver el dinero? 328 parqueaderos no aumentarán el tránsito en Cumbayá, serán ‘solo’ 328 carros, que, ‘sobre los que ya circulan no significan nada’. Buses, ventas ambulantes, ampliación de vías contra los pocos lugares históricos que quedan en Cumbayá no les importan, mientras avanzan… Ese es su ‘honor’, su ‘dignidad’, su dimensión.

La primera y actual presidenta del Colegio de Arquitectos se preocupa ‘por los barrios consolidados de Quito con buenas infraestructuras, que están siendo abandonados’ y, sin decirlo, nos recuerda cómo desde hace años los mismísimos empezaron a tentar en Quito con departamentitos ínfimos en edificios enormes y ‘lujosos’; una vez Quito colmado (aunque todavía hay lugares), vienen al valle. ¿Hasta cuándo, hasta dónde?

Este artículo apareció en el diario El Comercio.

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