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«París no se acaba nunca», por don Óscar Vela D.

Todos los escritores que fueron a esa ciudad buscando a los fantasmas de autores que les precedieron, alguna vez estuvieron allí, en el mismo café, en las mismas calles, en la misma librería, en los mismos puentes...

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Bajo una llovizna pertinaz y un viento helado que calaba los huesos, recorrí sin querer (porque no lo sabía entonces), una de las rutas que hizo muchas veces el escritor Enrique Vila-Matas durante sus largas estancias en París.

Con el riesgo de quedar congelado en uno de los puentes que conectan a la Isla de la Cité, una mañana me dirigí a la famosa librería Shakespeare and Company, en el quinto distrito, que además de su prestigio e historia, hoy venido a menos porque se encuentra abarrotada de turistas (como yo mismo en ese momento), tiene una vista privilegiada a la hermosa Catedral de Notre Dame de París.

La librería y biblioteca, fundada por Sylvia Beach, que fue la primera editora del Ulises de Joyce, era un centro de reunión y diálogo para la intelectualidad europea y latinoamericana de entonces. Entre sus afamados y asiduos visitantes se contaba a Ernest Hemingway, Scott Fitzgerald y al propio James Joyce, pero por aquel lugar pasaron también los escritores del boom y las grandes figuras literarias del siglo XX.

Solo como información adicional de Shakespeare and Company, se dice que su propietaria, Sylvia Beach, cerró la primera tienda durante la ocupación alemana cuando un soldado alemán pretendió comprar la última copia de Finnegans Wake, la novela de James Joyce. Esa tienda no volvió a abrir sus puertas y la que está hoy a un costado de Notre-Dame, es la que ha heredado su historia.

En todo caso, a pesar del clima y de la fila que había que hacer bajo la lluvia para entrar en la vieja casona, logré ingresar. Las habitaciones que la conforman, distribuidas como una suerte de capítulos cortos de una novela, están atiborradas de libros de todo tipo, especialmente de literatura, aunque la oferta en español es muy escasa. En todo caso, el botín del que me hice aquel día consistió en dos ejemplares de la bellísima edición de lujo de Librería Lello (Oporto, Portugal) de ‘Macbeth’ y ‘La Tempestad’ de Shakespeare (una colección que alimento cuando me encuentro alguna de sus joyas), del libro ‘París no se acaba nunca’ de Enrique Vila-Matas, y de una edición en inglés de ‘American Psycho’ de Breat Easton Ellis que estaba en oferta en un precio irresistible. Y nada más, porque sin idioma francés y sin espacio en las maletas para lo que sería un siguiente asalto literario en España, preferí ser conservador.

Sin que amainara un solo instante la lluvia, caminé por el Barrio Latino y terminé en un café del Boulevard Saint-Michel. Tenía tiempo suficiente para descansar así que pedí una taza de café con leche y me puse a hojear los libros recién adquiridos. Mi sorpresa, apenas empecé a leer las primeras páginas de la obra de Vila-Matas, fue encontrarme con este párrafo:

“Hacía frío y llovía esa mañana y, al tener que refugiarme en un bar del boulevard Saint-Michel, no tardé en darme cuenta de que por un curioso azar iba yo a repetir, a protagonizar la situación del comienzo del primer capítulo de París era una fiesta, cuando el narrador, en un día de lluvia y frío, entraba en “un café simpático, caliente, limpio y amable” del boulevard Saint-Michel y colgaba su vieja gabardina a secar en el perchero y el sombrero en la rejilla de encima de la banqueta, y pedía un café con leche y comenzaba a escribir un cuento y se ponía caliente con una joven que se sentaba sola a una mesa del café, junto a una ventana.”.

Cuando lo terminé de leer, levanté la cabeza y vi a través de la ventana que estaba justo delante de la estación de metro de Saint-Michel, y claro, yo no llevaba gabardina ni sombrero como lo habrán hecho en su momento Hemingway o el propio Vila- Matas, ni me puse a escribir un cuento ni tampoco me calenté con ninguna joven porque en ese momento solo quería seguir leyendo esa maravilla de libro que había comprado unos minutos antes por pura casualidad, porque entre la exigua oferta de libros en español tan solo me había llamado la atención esa obra de la que había escuchado hablar muchas veces y que no había leído nunca.

Y entonces comprendí que, en efecto, París no se acaba nunca, y que todos los escritores que fueron a esa ciudad buscando a los fantasmas de autores que les precedieron, alguna vez estuvieron allí, en el mismo café, en las mismas calles, en la misma librería, en los mismos puentes, y pasaron frío y hambre y una serie de penurias que forjaron su carácter y, posiblemente, sus escritos que luego se convirtieron en los libros de cabecera de otros escritores que también irían alguna vez a París, y así por siempre.

Y no puedo terminar esta nota sin volver a las palabras de Vila-Matas, que resumen de algún modo esta singular experiencia:

“Todo se acaba, pensé. Todo menos París, me digo ahora. Todo se acaba menos París, que no se acaba nunca, me acompaña siempre, me persigue, significa mi juventud. Vaya a donde vaya, viaja conmigo, es una fiesta que me sigue”.

Este artículo apareció en la revista Forbes.