El trabajo artístico de Paula Barragán (Quito, 1963), en los últimos años abatidos por la pandemia, no ha cesado: 2022 fue seleccionada para la residencia artística, Oregon; 2021 expuso en Quito y Seattle; 2019 inauguró la N24 Galería, Quito; expuso en el Museo Antropológico y de Arte Contemporáneo, Guayaquil; en la Gallery 71, Nueva York; fue elegida por la Colección Caroline F. Schimmel, Universidad de Pennsylvania, y en 2018 fue artista oficial para la XIX edición de Latin Grammy Awards.
Apenas he visto a Paula desde los años en que fui su profesor. Lejos de ella afectaciones, remilgos, alardeos. Conserva el retraimiento que la caracterizó siempre y gracias al cual aguzó su instinto observador. Barragán es de esos seres que esparcen sencillez, tan difícil de hallar en todos los ámbitos.
El péndulo de la creación artística de Barragán oscila entre las proposiciones anteriores a su tiempo y las que queman las nuevas vanguardias bajo el conceptualismo. Pluralidad, proliferación, versatilidad, el aquí y el allá, el ayer y el hoy se amalgaman en su arte. Su abstracto es un tejido de incisiones que remiten a grafías antiguas, heridas del tiempo, grietas, zarpazos o leves cortes levemente presentidos. Escenografías mitológicas que despliegan e imponen contenidos. Seres estrambóticos, seductores, retozan y deambulan por su universo plástico.
Paula se nutrió del arte de su padre, alta cifra de la escultura ecuatoriana, y recibió sus primeras clases de arte en El Ejido. El grabado fue una de sus expresiones primigenias. Con algunos compañeros fundó la Estampería Quiteña. Hiperactiva, osada exploradora de innovaciones, trabaja el grabado y a partir de los noventa recurre a las tintas. Vibrante y turbadora alianza del negro y el blanco, ella devolvió a la tinta onírica sus cristales fastuosos.
Historia de un asedio. Vigilancia, rodeos, hallazgo de las presas encubiertas (maquilladas, camufladas, mimetizadas) y clausura del círculo: el arte de Paula Barragán.
Este artículo apareció en el diario El Comercio.